Un análisis de
un importante
caso relatado
por André Luiz
en
el cap. 8 del
libro Los
Mensajeros,
obra
psicografiada
por
el médium
Francisco
Candido Xavier
(Parte 1)
Es sabido que
cada relectura
de una obra o
artículo de
tenor moral, no
importa cuántas
veces, nuevos
hechos nos
ocurren – un
detalle no
percibido antes,
un ángulo no
observado, una
comprensión
diferente, una
conexión con el
momento actual
de nuestra vida
etc. ¿Cuántos ya
no leyeron más
de un golpe
Nuestro Hogar y,
cada visita al
libro, desvela
facetas o
registros
nuevos?
Cualquier libro
de André Luiz,
Emmanuel, Joanna
de Ângelis y
otros autores de
ese grupo nos
propicia esa
dádiva.
Al releer Los
Mensajeros,
en especial, el
capítulo 8,
algunos
registros de
Acelino nos
suscitaron
reflexiones que
nos gustaría
compartir.
Sólo para
situarnos,
sugerimos que el
texto original
sea leído antes,
pero, para
facilitar,
resumimos:
Acelino era un
residente de
Nuestro Hogar,
que fue
preparado para
reencarnar en
una gran ciudad
brasileña, al
servicio de la
colonia
espiritual. En
el ejercicio de
la actividad
mediúmnica, pasa
a cobrar por las
actividades
ejecutadas,
alejando a los
benefactores
espirituales y
cayendo en las
garras de la
sombra. En esa
ruina, además de
fracasar en la
propia misión,
arrastra consigo
incontables
compañeros que
le depositaron
confianza,
ampliando,
desastrosamente,
el perjuicio
causado. Su
compromiso es
agravado
considerándose
que no le
faltaron
recursos para el
desempeño del
trabajo
propuesto en una
planificación
reencarnatoria,
así como la
asistencia de
benefactores,
tanto encarnados
como
desencarnados,
que se
empeñaron,
vanamente, por
reconducirlo a
la lucha del
bien.
Su relato es un
pungente
testimonio de un
Espíritu en
plena evolución,
que fracasa
clamorosamente
y, consciente de
eso, nos deja,
en una lección
de humildad, una
alerta para que
miremos para
nosotros mismos
y nos indaguemos
sobre lo que
hemos hecho de
las
oportunidades
recibidas.
La importancia
de la vigilancia
constante
Acelino, por lo
tanto, no era
marinero de
primer viaje. Ya
era detentor de
conocimientos y
experiencias que
lo habilitaban a
hacerse un
“trabajador
cualificado”, si
podemos
expresarnos así,
habiendo
recibido todo el
aporte necesario
para el
cumplimiento de
una importante
misión, en
nombre de
Nuestro Hogar.
Los siguientes
registros del
texto evidencian
eso:
- partió de
Nuestro Hogar;
-
recibió “un
valioso
patrimonio
instructivo” y
bendiciones;
-
tuvo la
asistencia
personal de una
de las Ministras
de la
Comunicación;
-
salud de cuerpo
y de espíritu;
- compromiso
con “los
mayores”;
-
colocado en una
gran ciudad, al
servicio de
Nuestro Hogar;
-
una esposa
“dedicada
compañera” y
colaboradora.
Y el programa
comienza bien:
-
“Cumplida la
primera parte
del
programa...”;
-
llamamiento
mediúmnico a los
20 años, con un
amplio amparo;
-
compañeros
afines y
vibrantes con la
tarea;
-
una mediumnidad
de videncia,
audición y
psicografía (una
feliz
combinación).
Llamamos la
atención para
ese hecho para
evidenciar la
importancia de
la vigilancia
constante.
Podemos ser
llevados a creer
que el ascenso
espiritual puede
librarnos de los
embates con las
tinieblas y,
bajando
guardias,
acabamos por
hacernos presas
fáciles. La
vanidad y la
presunción de
que nos hacemos
especialmente
protegidos
acaban
provocando
nuestra ruina.
Si es cierto
que, en el
trabajo en el
bien, nos
fortalecemos y
contamos con
ayuda creciente
de los
benefactores,
también es
cierto que
nuestra
responsabilidad
es mayor. Para
árboles grandes,
hachas
igualmente
grandes – y
caídas en la
misma
proporción.
Es razonable
aguardemos,
confiados, nuevo
préstamo de
oportunidades
del Tesoro
Divino. Dios no
está pobre. –
Aún en las
mayores caídas,
no debemos
perder las
esperanzas: el
progreso es
inevitable, por
más que nuestros
actos lo atrasen
y dificulten,
nos asegura OLE
(De la Ley del
Progreso, q.
781) y Jesús
(“No es voluntad
de vuestro
Padre, que está
en los cielos,
que uno de estos
pequeñines se
pierda.” – Mt,
18:14).
Siempre
tendremos
oportunidades de
recomenzar.
Nuestra elección
básica está en
la velocidad con
que queremos
evolucionar y en
la opción entre
el amor y el
dolor.
No dominamos
todas las
circunstancias
No soy un
criminal para el
mundo, pero soy
un fallido para
Dios y Nuestro
Hogar (parte del
decir de Otávio)
– Nuestras
acciones
criminales
pueden pasar
desapercibidas
por el mundo y
por la justicia
humana; pueden,
aún, que sean
consideradas
acciones
lícitas,
aceptables y
hasta deseadas;
pero el criterio
de juicio de la
conciencia es
otro y de él no
escapamos. Somos
forjadores de
las esposas que
nos prenden –
pero, también,
tenemos la
llave.
Usted perdió la
partida porque
no jugó, y yo la
perdí jugando
desastrosamente.
– Jugar o no
jugar, es
siempre una
cuestión de
elección. Quién
escoge “no
jugar” opta por
la derrota (se
engaña si cree
que escogió “no
perder”) – es el
servidor infiel
que enterró el
talento
recibido: sus
disculpas no le
valdrán
ante el cobro de
su señor
(tribunal de
conciencia) ni
evitaron la
condena:
“Lanzad, pues,
el siervo inútil
en las tinieblas
exteriores; allí
habrá llantos y
crujir de
dientes”. (Mt,
25:30).
Diferentemente
de los juegos de
azar mundanos,
en el gran juego
de la vida todos
nosotros tenemos
cuantía
suficiente –
nuestros
talentos,
inteligencia,
amparo
espiritual etc.
–, y el juego no
es del tipo
pierde-gana,
donde alguien
tiene siempre
que perder para
que otro gane.
Hay siempre la
posibilidad de
que todos ganen
– el universo es
abundante.
En ese juego
debemos hacer lo
mejor que
podamos con las
cartas que
tenemos – que
son nuestros
recursos –,
analizando
opciones,
estudiando
estrategias,
midiendo
ingredientes,
escogiendo
objetivos. Pero
no podemos
olvidar que no
dominamos todas
las
circunstancias.
Para eso, no
podemos perder
la humildad y
siempre recordar
que dependemos
del auxilio de
compañeros de
ideal y,
especialmente,
de lo alto: “Yo
planté, Apolo
regó; pero Dios
dio el
crecimiento”. (I
Color, 3:6).
Hay que meditar
sobre nuestro
futuro eterno. –
Hacemos esto tan
poco, prendidos
al inmediatismo
y lo efímero. No
aplicamos la
perspectiva del
tiempo en
nuestra jornada,
o abaratamos
nuestra
condición de
Espíritus
eternos.
La caída que
experimenté
presenta
características
diversas y, a mí
ver, mucho más
graves. –
Misericordia y
no juzgar para
con los otros;
mayor rigor y
menos
condescendencia
para con
nuestras propias
faltas, si
queremos
realmente
evolucionar. Eso
no implica
perder la fe o
desanimar – vea
los fallos
iniciales de
Acelino: “es
razonable que
aguardemos
confiados”.
“confío en la
Providencia.”
La Providencia
nos ofrece el
sustento debido
La claridad,
objetividad y
sinceridad en el
auto-análisis
llevan a la
mejor
comprensión de
las propias
flaquezas, con
la
identificación
más segura de
los recursos a
nuestra
disposición y,
por
consecuencia, en
la prescripción
de las
soluciones más
adecuadas.
Me incliné a
transformar mis
facultades en
fuente de renta
material. –
Trampa siempre
presente, sutil
u
ostensivamente:
la remuneración
por los trabajos
espirituales. No
siempre esa
remuneración se
da en la forma
de moneda
oficial, pero el
cariño al ego,
la emulación a
la vanidad, la
gratitud
sutilmente
esperada,
y tantas otras
formas
soterradas de
pago acaban por
minar nuestras
bases, crear una
barrera a los
Espíritus
luminosos, que
siempre trabajan
por desinterés,
y traernos la
compañía de
compañeros menos
felices, aún
apegados a las
luces del
escenario.
Jesús no deja
margen para
dudas:
“Curad a los
enfermos,
limpiad los
leprosos,
resucitar los
muertos,
expulsad los
demonios; de
gracia
recibisteis, de
gracia dad. No
poseáis oro, ni
plata, ni cobre
en vuestros
cinturones; ni
alforjas para el
camino, ni dos
túnicas, ni
sandalias, ni
cayado, porque
digno es el
obrero de su
alimento”.
(Mt, 10:8-10).
El Maestro cerca
todas las
sutilezas de
nuestro
razonamiento,
desde la
graduación de
los valores de
remuneración
hasta a las
“necesidades”
ficticias. Y nos
remite a la
Providencia
divina, que nos
suministrará el
sostenimiento
debido.
Por el
razonamiento
podemos buscar
la luz, la
verdad (“Brille
vuestra luz.” –
Mt, 5:16;
“Conoceréis la
verdad.” – Jo,
8:32); pero con
él también
tejemos la tela
que nos prende,
en las
justificaciones
falaces y en la
excusa que no
resiste al más
pequeño análisis
crítico.
Nos refugiamos
en las acciones
de los otros
para justificar
las nuestras
(“todo el mundo
hace así”, “¿no
recibían los
sacerdotes
católico-romanos...?”),
optando,
maliciosamente,
por los ejemplos
que vienen al
encuentro de
nuestros
propósitos (¿por
qué no nos
reflejamos,
entonces, en
aquellos
comportamientos
más nobles?!).
Olvidamos,
sin embargo, que
al repetir tales
comportamientos
estamos
incurriendo
también en las
mismas
consecuencias
(“... es preciso
que el escándalo
venga, pero ay
de aquel por
quien el
escándalo
viene.” – Mt,
18:7).
Amigos,
inconcientes del
carácter sagrado
de la fe, me
aprobaban las
conclusiones
egoístas. –
Escogemos/hacemos
tanto nuestros
amigos como
nuestros
enemigos.
Acelino fue
activo en la
propia caída
Líderes
incompetentes
acostumbran
cercarse de
subalternos
mediocres, que
no les critiquen
las decisiones
desastrosas, o
incluso las
endosen.
Individuos
mal-intencionados
se cercan,
consciente o
inconscientemente,
de comensales,
socios en los
propósitos
dispensados, que
aprueban,
estimulan y
hasta sugieren
las actitudes
que conducen al
fin pretendido.
“Desde que sobre
ti actúan
influencias
malas, es que
las atraes,
deseando el
mal.”
(OLE, q. 466).
En el caso de
los “socios” en
los desatinos
(régimen de
mutualismo o
simbiosis), el
compromiso entre
los envueltos es
de una
naturaleza – hay
responsabilidad
compartida.
“¿Puede un ciego
guiar otro
invidente? ¿No
caerán ambos en
la misma cueva?”
(Lc, 6:39)
Ya con los
“amigos
inconscientes”
las
consecuencias
pueden ser mucho
peores – el
líder estará
guiando para el
desastre almas
ignorantes, pero
no
necesariamente
malas, que en él
confiaron y se
entregaron,
inocentemente, a
su liderazgo.
Eso es claro en
el registro, en
Actos, sobre la
acción de Judas:
“Se levantó
Judas,
el galileo, los
días del
alistamiento, y
llevó mucho
pueblo en pos de
sí; pero también
este pereció y
todos los que le
dieron oídos
fueron
dispersados”.
(Actos, 5:37).
Para esos
Espíritus, aún
un tanto
inocentes y
confiados, podrá
haber atenuantes
que no se
apliquen a él,
el líder
equivocado, que
tiene el
conocimiento.
Podemos ver eso
en esa
orientación de
Jesús a los
discípulo
sacudí el polvo
de vuestros
pies. En verdad
os digo que, el
día del juicio,
habrá menos
rigor para el
país de Sodoma y
Gomorra que para
aquella ciudad”.
(Mt, 10:14-15).
Este tramo del
capítulo muestra
cual fue la
grande derrota
de Acelino y
porque ella
sería, por lo
menos en tesis,
mayor que la de
Otávio y André
Luiz. Además de
arruinar su
propio
emprendimiento,
llevó en la
caída, de forma
activa,
compañeros que
le dedicaron
confianza y que
de él,
probablemente,
dependían para
el aprendizaje y
crecimiento.
Si Octavio y
André Luiz
fallaron por
omisión (“no
arriesgaron),
Acelino fue
activo en la
propia caída
(“juego
errado”). (Continúa
en la próxima
edición.)
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