Cierto día, la profesora
contó a sus alumnos que
había surgido la
oportunidad de hacer un
paseo a una ciudad
próxima para visitar una
escuela que estaba con
una exposición de los
mejores trabajos de los
alumnos, y completó:
— Creo que es
interesante para
vosotros, pues están
expuestos los mejores
trabajos, que muestran
la creatividad de los
alumnos. Tenemos que ir
mañana sin falta; la
exposición está
concluyéndose.
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¡Los alumnos
adoraron la
idea! Hicieron
planes durante
el resto de la
mañana.
Llevarían
sandwichs y
comerían en un
apacible parque
de la ciudad. La
profesora ya
preparaba un
autobús que
estaría a las
ocho horas en la
puerta de la
escuela. Los
alumnos sólo
necesitarían
traer un
sandwich y la
autorización de
los padres para
viajar con la
clase.
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Cristina entró en casa
animada. Contó para su
madre el paseo que irían
a hacer al día siguiente
dando saltos de alegría.
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— ¡Mamá! ¡Sólo preciso
de la autorización tuya
y de papá, y un sandwich
bien gustoso!
La madre abrazó a la
hija contenta por verla
tan entusiasmada.
Después, quedó
pensativa.
— ¿Qué pasa mamá? ¿No te
gustó la idea?
— Creí buena, hija. Sin
embargo me acordé:
¿mañana tú no vas a
hacer compañía a “tú”
Pedro?
— ¡Ah! ¡Es verdad! ¿Y
ahora? — dijo, llevando
la mano a la cabeza,
molesta.
— Tú tienes que resolver
lo que debes hacer: si
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debes ir a
pasear o cuidar
de “su” Pedro.
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— Mamá, ¿será que
alguien podría quedarse
con el abuelo Pedro? ¡Yo
“necesito” ir con la
clase!
La madre pensó un poco y
pensó:
— Cristina, tú no
“necesitas” ir con la
clase pasear. Tú te
comprometiste a cuidar
del abuelo Pedro antes
de surgir esa excursión.
— ¡Pero, alguien podría
quedarse con él en mi
lugar! ¿Tú podrías hacer
eso por mí?
— No puedo. Tú sabes que
necesito trabajar. Como
enfermera, yo no puedo
dejar de
comparecer al hospital
para mi turno de
servicio. Pero podemos
pensar en alguien que se
quede con el “abuelo”
Pedro por ti.
Pensaron... pensaron...
pensaron... sin embargo
no consiguieron
encontrar nadie. Todas
las personas amigas
tenían compromiso para
el día siguiente.
Cristina comenzó a
llorar, protestando:
— ¡No es justo! ¡¿No voy
a poder pasear porque
tengo que cuidar de un
enfermo?!...
— Mi hija, cada uno de
nosotros debe atender al
deber que la vida nos
impone. Puede ser un
deber profesional, como
el mío; puede ser un
deber familiar, de
atender a las
obligaciones en el
hogar,
con los familiares; y
puede ser un deber
moral, es decir, algo
con que la gente se
comprometió y juzga que
debe realizar. ¿Cuándo
tú te dispusiste a pasar
la tarde con “tú” Pedro,
¿no lo encuentras
importante?
La niña concordó con un
gesto de cabeza, sin
decir nada. Sin embargo,
la madrecita sugirió
que, hasta el día
siguiente, ella tendría
tiempo de encontrar
alguien que pudiera
quedarse con él, ya que
el enfermo era impedido,
sólo quedaba en la cama,
no tenía familia y
dependía de los amigos.
Así, con mucha
esperanza, Cristina pasó
el resto del día
hablando con las
personas o telefoneando.
Nada hecho.
En la mañana siguiente,
resignada, ella avisó a
la profesora que no iría
a la excursión,
esclareciendo el motivo.
Después, tomó el rumbo a
la casa del abuelo
Pedro.
Entró en la casita pobre
llevando una bolsa llena
de comida, golosinas y
una botella térmica con
café que la mamá había
mandado. El viejito, al
ver a su amiguita
llegar, le extrañó la
expresión desanimada y
preguntó:
— ¡Oh, oh, oh... mi
amiguita! ¡Tú pareces
triste hoy!
¿Qué ocurrió?
— Nada no, abuelo Pedro.
Mi clase fue a pasear y
yo no pude ir. ¡Sólo
eso!
El viejito abrió mucho
los ojos, la miró
sorprendido. Después su
expresión se debilitó,
con una leve sonrisa de
ternura en el rostro
moreno, mientras decía:
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— ¡Oh mi hija, tú no
fuiste porque tenías que
hacer compañía al negro
viejo! ¡Cuánta
generosidade!...
Y, mientras él hablaba,
ocurrió algo
extraordinario. Cristina
comenzó a ver que, del
pecho del anciano, una
nube luminosa comenzó a
formarse y vino a su
encuentro, envolvién-dola
toda. Una sensación de
alegría, de paz, de
contentamiento
|
la invadió por
dentro. ¡Jamás
había sentido
emoción igual a
aquella! |
El viejo abrió los
brazos y ella se dejó
envolver por ellos, en
un grande y cariñoso
abrazo.
De repente, Cristina
notó que estaba libre de
aquella insatisfacción
que desde el día
anterior a había
invadido. Se alejó un
poco del viejito y dijo:
— Abuelo Pedro, no
lamento el paseo que
perdí. Nada puede darme
más alegría que estar
aquí contigo. Ahora, voy
buscar tu medicamento.
Después, voy a traerle
el café que mamá mandó
para tomar juntos.
Enseguida, voy a
continuar la lectura del
libro que estamos
leyendo: El Evangelio
según el Espiritismo.
Todo había pasado como
un pase de magia. Ella
ni se acordó más de la
excursión, de los
amigos, de la fiesta que
estarían haciendo en el
autobús. Nada más tenía
importancia. Había
cumplido su deber. Se
sentía en paz consigo
misma y con su
conciencia.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo em
Rolândia-PR, aos
11/02/2013.)
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