Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Qué
es la Tierra y cuál es
su actual destino?
B. ¿Cómo
son los mundos de
pruebas y expiaciones?
C. ¿En
qué consiste la
reencarnación?
D. Los
lazos de familia ¿son
rotos o fortalecidos por
la reencarnación?
Texto para la lectura
72. La
reencarnación formaba
parte de los dogmas de
los judíos, bajo el
nombre de resurrección,
pero las ideas de los
judíos sobre ese punto
no estaban claramente
definidas. Creían que un
hombre que había vivido
podía volver a vivir,
sin saber exactamente de
qué manera ese hecho
podía suceder.
Designaban con la
palabra resurrección lo
que el Espiritismo, con
más sensatez, llama
reencarnación. (Cap. IV,
ítem 4)
73. Si el
principio de la
reencarnación, contenido
en las palabras de Jesús
a Nicodemo (Juan, cap.
III, v. 1 a 12), puede
en rigor ser
interpretado en sentido
puramente místico, no
sucede lo mismo con el
relato de Mateo (Cap.
XI, v. 12 a 15), según
el cual Cristo afirmó
con claridad que Juan
Bautista era Elías. El
texto no ofrece dudas:
“él mismo es aquél Elías
que ha de venir”,
aseveró el Maestro.
(Cap. IV, ítem 11)
74. La
unión y el afecto que
existen entre las
personas de una misma
familia son un indicio
de la simpatía anterior
que las ha acercado.
(Cap. IV, ítem 19)
75. Dios
permite que en las
familias ocurran
encarnaciones de
Espíritus antipáticos o
extraños, con el doble
objetivo de servir de
prueba para unos y de
medio de progreso para
otros. He ahí por qué
existen, en una misma
familia, personas cuyo
carácter, gustos e
inclinaciones no tienen
ninguna semejanza con
los demás. (Cap. IV,
ítem 19)
76. Las
consecuencias de la
doctrina
no-reencarnacionista son
obvias. Anula
necesariamente la
preexistencia del alma.
Siendo ésta creada junto
con el cuerpo, no existe
ningún lazo anterior
entre los componentes
del grupo familiar, que
de esta manera serán
completamente extraños
unos a otros. La
filiación queda reducida
a la materia, sin lazos
espirituales. Esto es en
cuanto al pasado. En
cuanto al futuro, como
la suerte es fijada
definitivamente después
de la muerte, los
miembros de una misma
familia pueden quedar
separados para siempre y
sin esperanza de
reunirse, dependiendo de
la condición evolutiva
de cada uno. Quien vaya
al infierno jamás verá a
su madre enviada al
paraíso, lo que implica
la ruptura absoluta de
los lazos de familia.
(Cap. IV, ítems 21 y 22)
77. En
síntesis, cuatro
alternativas se
presentan al hombre para
su futuro de ultratumba:
1ª La nada, de acuerdo
con la doctrina
materialista; 2ª La
absorción en el Todo
Universal, según el
panteísmo; 3ª La
individualidad, con
fijación definitiva de
la suerte, según la
Iglesia; 4ª La
individualidad con
progreso infinito, según
la Doctrina Espírita.
Con la pluralidad de
existencias, inherente a
la idea del progreso
gradual, existe la
certeza de la
continuidad de las
relaciones entre los que
se han amado y esto es
lo que constituye la
verdadera familia. (Cap.
IV, ítem 23)
78. El
periespíritu pasa por
transformaciones
sucesivas y se hace cada
vez más etéreo, hasta la
completa depuración, que
es la característica de
los Espíritus puros.
(Cap.
IV, ítem 24)
79. Dios,
cuyas leyes son
soberanamente sabias,
nada hace inútil. Por la
reencarnación en el
mismo globo, ha querido
que los mismos
Espíritus, poniéndose
nuevamente en contacto,
tuviesen la oportunidad
de reparar sus
perjuicios recíprocos.
(Cap. IV, ítem 26)
80. Sólo
en la vida futura pueden
cumplirse las
compensaciones que Jesús
promete a los afligidos
de la Tierra. Sin la
seguridad del futuro,
estas máximas serían
absurdas; más aún:
serían un engaño.
Incluso con esa certeza,
difícilmente se
comprende la utilidad de
sufrir para ser feliz.
¿Por qué unos sufren más
que otros? ¿Por qué unos
nacen en la miseria y
otros en la opulencia?
(Cap. V, ítem 3)
81. La fe
en el futuro puede
consolar e infundir
paciencia, pero no
explica esas anomalías
que parecen desmentir la
justicia de Dios. Sin
embargo, desde que se
admite la existencia de
Dios nadie puede
concebirle sin la
infinidad de las
perfecciones. Él
necesariamente tiene
todo el poder, toda la
justicia, toda la
bondad, sin lo cual no
sería Dios. Si es
soberanamente bueno y
justo, no actúa por
capricho ni con
parcialidad. Entonces,
las vicisitudes de la
vida proceden de una
causa y, puesto que Dios
es justo, justa ha de
ser esa causa. (Cap. V,
ítem 3)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Qué
es la Tierra y cuál es
su actual destino?
La Tierra
pertenece a la categoría
de los mundos de
expiación y pruebas,
razón por la cual el
hombre vive allí
lidiando con tantas
miserias. Nos haríamos
una idea muy falsa de
los habitantes de una
gran ciudad, si los
juzgásemos por la
población de sus barrios
más bajos y sórdidos. En
un hospital, sólo se ven
enfermos y lisiados; en
una prisión se ven
reunidas todas las
torpezas, todos los
vicios; en las regiones
insalubres, la mayoría
de sus habitantes son
pálidos, flacos y
enfermizos. Pues bien,
figúrese a la Tierra
como un arrabal, un
hospital, una cárcel, un
lugar malsano, y ella es
al mismo tiempo todo
eso, y se comprenderá
por qué las aflicciones
sobrepasan a los goces,
puesto que no se manda
al hospital a los que
tienen salud, ni a las
casas de corrección a
los que no hicieron
ningún mal; ni los
hospitales ni las casas
de corrección pueden ser
consideradas como
lugares de delicias.
Ahora
bien, así como en una
ciudad toda su población
no se encuentra en los
hospitales ni en las
prisiones, tampoco en la
Tierra está la Humanidad
entera. Y del mismo modo
que del hospital salen
los que se han curado y
de la prisión los que
cumplieron sus condenas,
el hombre deja la Tierra
cuando está curado de
sus enfermedades
morales.
El
planeta en que vivimos
estuvo material y
moralmente en un estado
inferior al que hoy se
encuentra y alcanzará
bajo ese doble aspecto
un grado más elevado. Se
acerca a uno de sus
períodos de
transformación en que de
mundo expiatorio pasará
a ser planeta de
regeneración, donde los
hombres serán dichosos
porque en él reinará la
ley de Dios.
(El Evangelio según el
Espiritismo, capítulo
III, ítems 4, 6, 7 y
19.)
B. ¿Cómo
son los mundos de
pruebas y expiaciones?
Los
mundos de pruebas y
expiaciones son como la
Tierra. Basta observarla
y tendremos una imagen
de lo que esos mundos
representan. Hay en
ellos personas muy
inteligentes, pero
también viciosas y
comprometidas con un
pasado de
equivocaciones. Fue por
eso que Dios las colocó
en mundos así, con el
objeto de expiar sus
faltas mediante un
trabajo penoso e
innumerables miserias,
hasta que hayan merecido
ascender a un planeta
más dichoso.
La Tierra
ofrece uno de los tipos
de mundos expiatorios,
cuya variedad es
infinita, pero presentan
como característica
común el servir de
exilio para los
Espíritus rebeldes a la
ley, y ahí tienen que
luchar al mismo tiempo
contra la perversidad de
los hombres y la
inclemencia de la
Naturaleza, doble y
arduo trabajo que
simultáneamente
desarrolla las
cualidades del corazón y
las de la inteligencia.
(Obra
citada, capítulo III,
ítems 13 a 15.)
C. ¿En
qué consiste la
reencarnación?
La
reencarnación es el
regreso del alma o
Espíritu a la vida
corporal, pero en otro
cuerpo especialmente
formado para él y que
nada tiene en común con
el antiguo. Su objetivo
es el perfeccionamiento
espiritual de la
criatura humana.
(Obra
citada, capítulo IV,
ítems
3, 4, 6, 10 y 11.)
D. Los
lazos de familia ¿son
rotos o fortalecidos por
la reencarnación?
Los lazos
de familia no sufren
ninguna destrucción con
la reencarnación, como
piensan algunas
personas. Al contrario,
se fortalecen y se
estrechan más. El
principio opuesto, sí
los destruye. En el
espacio, los Espíritus
forman grupos o familias
entrelazadas por el
afecto, la simpatía y la
semejanza de
inclinaciones. Dichosos
por encontrarse juntos,
esos Espíritus se buscan
unos a otros. La
encarnación sólo los
separa momentáneamente,
porque al volver a la
erraticidad, se reúnen
nuevamente como los
amigos que regresan de
un viaje. Muchas veces,
incluso, unos siguen a
otros en la encarnación,
viniendo a reunirse aquí
en una misma familia, o
en un mismo círculo, a
fin de trabajar juntos
para su adelanto mutuo.
Si unos encarnan y otros
no, no dejan por ello de
estar unidos por el
pensamiento. Los que se
mantienen libres velan
por los que se
encuentran en
cautiverio. Los más
adelantados se esfuerzan
en hacer progresar a los
que se retrasan, de modo
que después de cada
existencia todos han
avanzado un paso en la
senda del
perfeccionamiento.
(Obra citada, capítulo
IV, ítems 18 y 20.)
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