Rui, niño de ocho años,
estaba muy preocupado.
Sin la debida
autorización, había
cogido el aparato de
sonido portátil nuevo
fino que su padre había
comprado para llevar a
la escuela. Quería
impresionar a los
compañeros.
A la vuelta, como tenía
muchas cosas que cargar,
en cierto momento, la
mochila resbaló de su
|
|
brazo y el
precioso aparato
de sonido fue al
suelo. |
Rui quedó aterrorizado y
no veía la hora de
llegar a su casa. Quería
probar el aparato y ver
si estaba funcionando
bien.
Infelizmente, no hizo
nada. Estaba roto.
Lleno de miedo, él
esperó al padre que
llegara. Así que Geraldo
volvió del trabajo fue a
conectar el sonido.
Nada. Estaba mudo.
— ¿Qué pasó con este
aparato? — preguntó el
padre, serio.
Temblando de miedo, con
la cabeza baja, Rui
confesó con voz trémula:
— Fui yo que lo rompí,
papá.
Y, bajo la atenta mirada
paterna, Rui explicó lo
que había ocurrido,
terminando por decir:
— Sé que erré, papá,
pero no tuve la
intención de causarte
perjuicio. Te pido
disculpas.
Con gravedad, el padre
consideró:
— Tú dijiste la verdad,
hijo mío, y eso es muy
bueno. ¿Pero, comprendes
lo que hiciste? Ese
aparato me costó mucho
dinero y ahora no tengo
recursos para mandarlo a
reparar. Acepto tus
disculpas, pero esto no
basta. Para ser justo,
tú deberías pagar el
perjuicio con tu
mensualidad.
Haciendo gesto de
llorar, el niño exclamó:
— ¡Pero no tengo más la
mensualidad, papá!
¡Gasté todo! Perdóname,
sólo esa vez.
¡Te prometo nunca más
coger nada a escondidas!
— y se puso a llorar,
con miedo de la reacción
paterna.
Pero, lleno de
compasión, el padre miró
al hijo que parecía
verdaderamente
arrepentido, resolviendo
darle otra oportunidad.
— Está bien, Rui. Esta
vez voy a perdonarte
porque sé que fue un
accidente; tu no tuviste
mala intención. ¡Sin
embargo, que esto no se
repita!
El niño abrazó al padre,
feliz y agradecido.
Aliviado, él fue a
jugar, satisfecho de la
vida.
En la calle, encontró a
un vecino a quién él
había prestado algunos
días antes dos balones
de petaca. Era un niño
de sólo seis años.
Rui fue a pedir al chico
que había quedado en
devolverle los balones
de petaca. Asustado, el
niño respondió:
— No tengo los balones,
Rui. Lo perdí en la
escuela. Así que mi
padre me dé dinero, yo
te compro otras.
Pero Rui estaba
enfurecido y sintiéndose
lleno de razón. Con
rabia, gritaba para
Rogério, más pequeño que
él:
— Tú eres un tramposo.
Prometiste devolverme
las bolas y no
cumpliste. Me vas a
pagar de todas maneras.
— ¡No, Rui, no me
golpees!
¡Prometo que voy a
pagarte! ¡Así que pueda!
Sin embargo Rui no
quería saber. Exigía las
bolas en aquella hora. Y
partió para arriba del
niño con los puños
cerrados. Como él era
más mayor y más fuerte,
Rogério corría serio
peligro.
La muchacha, que
trabajaba como sirvienta
en la casa de Rui y que
barría la calzada en
aquel momento, vio la
pelea y, afligida, fue a
contar al patrono lo que
estaba ocurriendo.
|
|
Geraldo corrió para la
calle bien a punto de
ver al hijo que agarraba
al pequeño y lo
amenazaba diciendo:
— ¡O tú me pagas ahora o
vas a llevar la mayor
paliza de tu vida!
Geraldo entró en medio
de la pelea y apartó a
los dos, para sorpresa y
desilusión de Rui que,
sólo en aquel instante,
vio al padre. Después,
mirando al hijo muy
decepcionado, él dijo
enérgico:
|
— ¿Fue eso lo que tú
aprendiste conmigo, Rui?
¡Acabé de perdonarte una
deuda bien mayor! ¿Tú no
podrías tener compasión
y hacer lo mismo a tu
amiguito, que te debía
una niñería?
Con la cabeza baja,
callado y sumamente
avergonzado, Rui oía la
advertencia del padre,
que prosiguió:
— Cuando aquí llegué, no
te reconocí, hijo mío.
Tu actitud era otra:
arrogante, orgullosa, atrevida.
|
¿Crees justo
amenazar a un
niño más pequeño
que tú? |
Con lágrimas,
aterrorizado, Rui
suplico:
— Perdóname, papá. Eso
no volverá a ocurrir.
Con expresión
inflexible, Geraldo
concluyó:
— Y no va a ocurrir
“así”. Ahora, pide
disculpas a Rogério por
tu comportamiento
agresivo. Después, vamos
a hablar. Para notar tu
error, tú tendrás que
pagarme la reparación
del aparato de sonido
con tu mensualidad.
— ¡Ya dije que no tengo
dinero, papá!
— No tiene importancia.
Yo espero. Va a tardar
por lo menos unos ocho
meses, pero tú mereces
esta lección. Durante
ese periodo, tú no
podrás comprar nada.
Y, así, Rui aprendió
finalmente que debería
ser compasivo con los
otros, como habían sido
con él, perdonando cómo
desearía también ser
perdonado.
Tia Célia
|