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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 6 301 – 3 de Marzo de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El perdón de la deuda

 

Rui, niño de ocho años, estaba muy preocupado.

Sin la debida autorización, había cogido el aparato de sonido portátil nuevo fino que su padre había comprado para llevar a la escuela. Quería impresionar a los compañeros.

A la vuelta, como tenía muchas cosas que cargar, en cierto  momento,  la  mochila  resbaló  de su

brazo y el precioso aparato de sonido fue al suelo.

Rui quedó aterrorizado y no veía la hora de llegar a su casa. Quería probar el aparato y ver si estaba funcionando bien. Infelizmente, no hizo nada. Estaba roto.

Lleno de miedo, él esperó al padre que llegara. Así que Geraldo volvió del trabajo fue a conectar el sonido. Nada. Estaba mudo.

— ¿Qué pasó con este aparato? — preguntó el padre, serio.

Temblando de miedo, con la cabeza baja, Rui confesó con voz trémula:

— Fui yo que lo rompí, papá.

Y, bajo la atenta mirada paterna, Rui explicó lo que había ocurrido, terminando por decir:

— Sé que erré, papá, pero no tuve la intención de causarte perjuicio. Te pido disculpas.

Con gravedad, el padre consideró:

— Tú dijiste la verdad, hijo mío, y eso es muy bueno. ¿Pero, comprendes lo que hiciste? Ese aparato me costó mucho dinero y ahora no tengo recursos para mandarlo a reparar. Acepto tus disculpas, pero esto no basta. Para ser justo, tú deberías pagar el perjuicio con tu mensualidad.

Haciendo gesto de llorar, el niño exclamó:

— ¡Pero no tengo más la mensualidad, papá! ¡Gasté todo! Perdóname, sólo esa vez.

¡Te prometo nunca más coger nada a escondidas! — y se puso a llorar, con miedo de la reacción paterna.

Pero, lleno de compasión, el padre miró al hijo que parecía verdaderamente arrepentido, resolviendo darle otra oportunidad.

— Está bien, Rui. Esta vez voy a perdonarte porque sé que fue un accidente; tu no tuviste mala intención. ¡Sin embargo, que esto no se repita!

El niño abrazó al padre, feliz y agradecido. Aliviado, él fue a jugar, satisfecho de la vida.

En la calle, encontró a un vecino a quién él había prestado algunos días antes dos balones de petaca. Era un niño de sólo seis años.

Rui fue a pedir al chico que había quedado en devolverle los balones de petaca. Asustado, el niño respondió:

— No tengo los balones, Rui. Lo perdí en la escuela. Así que mi padre me dé dinero, yo te compro otras.

Pero Rui estaba enfurecido y sintiéndose lleno de razón. Con rabia, gritaba para Rogério, más pequeño que él:

— Tú eres un tramposo. Prometiste devolverme las bolas y no cumpliste. Me vas a pagar de todas maneras.

— ¡No, Rui, no me golpees! ¡Prometo que voy a pagarte! ¡Así que pueda!

Sin embargo Rui no quería saber. Exigía las bolas en aquella hora. Y partió para arriba del niño con los puños cerrados. Como él era más mayor y más fuerte, Rogério corría serio peligro.

La muchacha, que trabajaba como sirvienta en la casa de Rui y que barría la calzada en aquel momento, vio la pelea y, afligida, fue a contar al patrono lo que estaba ocurriendo.

Geraldo corrió para la calle bien a punto de ver al hijo que agarraba al pequeño y lo amenazaba diciendo:

— ¡O tú me pagas ahora o vas a llevar la mayor paliza de tu vida!

Geraldo entró en medio de la pelea y apartó a los dos, para sorpresa y desilusión de Rui que, sólo en aquel instante, vio al padre. Después, mirando al hijo muy decepcionado, él dijo enérgico:

— ¿Fue eso lo que tú aprendiste conmigo, Rui? ¡Acabé de perdonarte una deuda bien mayor! ¿Tú no podrías tener compasión y hacer lo mismo a tu amiguito, que te debía una niñería?

Con la cabeza baja, callado y sumamente avergonzado, Rui oía la advertencia del padre, que prosiguió:

— Cuando aquí llegué, no te reconocí, hijo mío. Tu actitud  era  otra:  arrogante,  orgullosa,  atrevida.

¿Crees justo amenazar a un niño más pequeño  que tú?

Con lágrimas, aterrorizado, Rui suplico:

— Perdóname, papá. Eso no volverá a ocurrir.

Con expresión inflexible, Geraldo concluyó:

— Y no va a ocurrir “así”. Ahora, pide disculpas a Rogério por tu comportamiento agresivo. Después, vamos a hablar. Para notar tu error, tú tendrás que pagarme la reparación del aparato de sonido con tu mensualidad.

— ¡Ya dije que no tengo dinero, papá!

— No tiene importancia. Yo espero. Va a tardar por lo menos unos ocho meses, pero tú mereces esta lección. Durante ese periodo, tú no podrás comprar nada.

Y, así, Rui aprendió finalmente que debería ser compasivo con los otros, como habían sido con él, perdonando cómo desearía también ser perdonado.

                                                                  Tia Célia 


               
 
                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita