A Bentinho le gustaba
mucho el fútbol y
deseaba hacerse un
jugador de éxito como
aquellos que él veía por
la televisión.
Los sábados, él se
vestía el uniforme, se
colocaba las medias, las
deportivas e iba para el
campo, donde sus amigos
entrenaban.
De tanto insistir
Bentinho, acababan por
colocarlo en el juego,
sin embargo en posición
ninguna daba bien. Hasta
que, para no confundir
más al grupo, los amigos
lo quitaban del juego.
El capitán del equipo le
dijo un día:
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— ¡Bentinho, tú
necesitas
aprender las
reglas del
fútbol y
entrenar más!
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Ese día,
particularmente, él
estuvo muy triste.
¡Deseaba jugar, pero los
amigos no lo dejaban!
Bentinho volvió
desanimado para casa.
¿Cómo llegaría a ser un
jugador de éxito si no
lo dejaban participar
del juego?
Con los ojos húmedos, le
contó a la madre
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lo que había
pasado, después
completó: |
— Quiero ser como Mateo,
que juega muy bien; en
todos los juegos él
marca un gol. ¡Algún
día seré cómo él, mamá!
Mateo, un chico de la
octava serie y que
jugaba en el equipo de
los más mayores, era el
ídolo de las chicas.
La madre, comprensiva y
amorosa, abrazó a
Bentinho al pecho,
pasando la mano por sus
cabellos. Dejó que el
hijo sacará para fuera
lo que tenía dentro de
sí, después consideró:
— Hijo mío, entiendo tu
tristeza. Sin embargo,
Bentinho, para
conquistar algo que
queremos, es preciso que
no nos olvidemos del
esfuerzo propio. Toda
victoria es resultado de
mucho trabajo y
dedicación. Voy a darte
una sugerencia: habla
con Mateo al que tú
admiras. Busca saber
cómo llegó él a ser el
jugador que es hoy.
Los ojos del niño
brillaban:
— ¡Buena idea, mamá! Voy
a intentar hablar con él
el lunes.
Y, así, más animado,
Bentinho pasó el final
de semana.
El lunes inmediatamente
pronto, se dirigió al
colegio. En el recreo,
esperó un momento en que
Mateo estuviera solo
para hablar con él.
¡Pero cuál! Él era el
ídolo de la escuela y
estaba siempre cercado
de amigos.
Cuando acabó la clase,
Bentinho estaba un poco
decepcionado, pero aún
con esperanza de hablar
con Mateo antes que él
se fuera. Así, quedó
esperando, fuera del
portón, mientras los
alumnos salían
alborotados.
De repente, el portón
fue cerrado, señal de
que todos ya habían
salido. Con la cabeza
baja, él tomó el rumbo
de su casa.
Al pasar cerca del punto
de autobús, vio al chico
sentado en el banco,
leyendo un libro. Se
aproximó, más animado, y
le habló:
— ¡Hola, Mateo! Tú no me
conoces, pero yo te
admiro mucho. ¡Caramba!
¡Tú juegas muy bien!
El muchachito irguió los
ojos y sonrió:
— Te conozco del
colegio. ¿No estás en la
tercera serie?
— Eso mismo. Mi nombre
es Bentinho. Me gustaría
jugar así como tú,
Mateo. ¿Cuánto
tiempo hace que juegas
tú?
El jovencito cerró el
libro y pasó a darle
atención al niño:
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— Hace muchos años,
Bentinho. Cuando
comencé, era más niño
que tú y entrenaba casi
todos los días. Siempre
me dediqué mucho al
fútbol, pero sin olvidar
las otras cosas: la
escuela, la lectura, los
estudios, las relaciones
con los otros. Además de
eso, aún
colaboro con un grupito
del barrio donde vivo.
Son chicos pequeños, muy
pobres y, en las mañanas
de domingo, entreno
fútbol con ellos.
Finalmente, tenemos que
ayudarnos unos a los
otros, ¿no es
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así? Todo es
importante. |
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Viendo a Mateo hablar,
Bentinho quedó
pensativo.
Como él permanecía
callado, Mateo preguntó:
— Y tú, Bentinho,
¿cuántas veces entrenas
por semana?
— Sólo el sábado, cuando
me dejan — respondió,
incomodo.
— Entonces, ¿quién sabe
si tú necesitas entrenar
más para aprender más?
Y, lo que es importante,
saber si tú realmente
tienes talento para el
fútbol. Porque a veces
no tenemos maneras para
una cosa y somos muy
buenos en otra cosa.
¿Entendiste?
— Entendí, Mateo.
Gracias. Me gustaría
participar de ese equipo
que tú ayudas los
domingos.
— Sería bueno. ¡Ven a
visitarnos! Verás que
los chicos estarán
contentos de ver que
alguien más se interesa
por ellos.
Mateo explicó para
Bentinho la localización
del barrio y de la
placita donde se
reunían.
Después, concluyó:
— Si necesitas de mí,
estoy a tu disposición,
Bentinho. Cuenta
conmigo. Bien, ahora
debo irme. Mi autobús
está llegando. ¡Buena
suerte!
Bentinho aún miró para
Mateo, y continuó su
trayecto con nuevas
ideas en la cabeza.
Llegando a la casa,
contó a su madre que
había hablado con su
ídolo y relató lo que el
nuevo amigo le había
dicho.
— Mamá, él es un colega
bueno. Pensé que me
fuera a despreciar, pero
al contrario. Me trató
muy bien. Llegué a la
conclusión de que yo, en
verdad, quería ser un
buen jugador de fútbol
por un pase de magia. No
me esforcé lo
suficiente. ¡Además de
eso, no sé si deseo
entrenar fútbol todos
los días!
— Tú eres bueno en tenis
de mesa, en ciclismo, en
el ajedrez...
— Es verdad, mamá. Pero
él me hizo entender que
no es sólo eso. Tengo
que valorar la escuela,
los estudios, las
lecturas, para aprender
cada vez más. ¡Soy bueno
en matemática, por
ejemplo, y puedo ayudar
a otros niños con
dificultades!
— ¡Eso mismo, hijo mío!
¿Sabes por qué? La gente
hace con amor aquello
que verdaderamente le
gusta. ¡Piensa bien!
— Voy a pensar. Pero una
cosa tengo segura yo:
quiero ser un compañero
bueno como Mateo, sea
como jugador de fútbol o
no. Percibí que él es
bueno, porque no piensa
sólo en sí mismo.
Entusiasmado, Bentinho
ahora era otro niño.
Había Entendido que, si
él estudiara y
aprendiera bien alguna
cosa, podría ser el
mejor en aquella área.
Aquel día, pidió a su
madre:
— Mamá, necesito
despertarme bien pronto
el domingo. Voy a
encontrarme con Mateo en
la periferia.
Tia Célia
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