Continuamos el
estudio metódico de
“El Evangelio según
el Espiritismo”, de
Allan Kardec, la
tercera de las obras
que componen el
Pentateuco
Kardeciano, cuya
primera edición fue
publicada en abril
de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas
para debatir se
encuentran al final
del texto.
Preguntas para
debatir
A.
¿Podemos hacer
caridad de varias
maneras?
B.
Qué análisis hace el
Espiritismo de la
beneficencia?
C.
¿Cuál es, para el
Espiritismo, la
virtud fundamental?
D.
¿Cómo son pesados
los méritos
individuales que
resultan de la
caridad material?
Texto para la
lectura
187.
Cuando la caridad
sea la norma de
conducta de los
hombres, éstos
adecuarán sus actos
y palabras a esta
máxima: “No
hagáis a los demás
lo que no quisierais
que os hicieran a
vosotros”.
Cumpliéndose esto,
desaparecerán todas
las causas de
disensiones y, con
ellas, las de los
duelos y las
guerras, que son los
duelos de pueblo a
pueblo. (Cap. XII,
ítem 14, Francisco
Javier)
188.
El duelo, residuo de
los tiempos de la
barbarie, en los que
el derecho del más
fuerte constituía la
ley, desaparecerá
como resultado de
una mejor
apreciación del
verdadero punto de
honor y a medida que
el hombre vaya
depositando una fe
más viva en la vida
futura. (Cap. XII,
ítem 15, Agustín)
189.
Los duelos van
siendo cada vez más
raros. La abolición
de semejante uso
demuestra el
ablandamiento de las
costumbres. Otra
señal de la
modificación de las
costumbres consiste
en que en el pasado
los combates
singulares se
realizaban en plena
calle, delante de la
muchedumbre,
mientras que hoy se
ocultan. En la
actualidad, la
muerte de un hombre
es un acontecimiento
que causa conmoción,
mientras que en
otros tiempos, nadie
le prestaba
atención. El
Espiritismo
desaparecerá esos
últimos vestigios de
barbarie, inculcando
en los hombres el
espíritu de caridad
y de fraternidad.
(Cap.
XII, ítem 16)
190.
La beneficencia
practicada sin
ostentación tiene
doble mérito. Además
de ser caridad
material, es caridad
moral, porque
protege la
susceptibilidad del
beneficiado y le
hace aceptar el
beneficio, sin que
se resienta su amor
propio. (Cap. XIII,
ítem 3)
191.
“Estando Jesús
sentado frente al
arca de las
ofrendas, al
observar el modo en
que el pueblo
lanzaba allí su
dinero, vio que
muchas personas
ricas lo echaban en
abundancia. En eso,
vino también una
viuda pobre que sólo
echó dos pequeñas
monedas del valor de
diez centavos cada
una. Entonces,
llamando a sus
discípulos, les
dijo: En verdad os
digo que esta viuda
pobre dio mucho más
que todos los que
antes pusieron sus
donaciones en el
arca; porque todos
los otros dieron de
su abundancia,
mientras que ella
dio de lo que le
hace falta,
inclusive dio todo
lo que tenía para su
sustento”
(Marcos, cap. XII,
vv. 41 a 44).
Aquellos cuya
intención está libre
de cualquier interés
personal, deben
consolarse de no
poder hacer todo el
bien que desearan,
al recordar que el
óbolo del pobre, que
da privándose de lo
que necesita, pesa
más en la balanza de
Dios que el oro del
rico que da sin
privarse de nada.
(Cap. XIII, ítems 5
y 6)
192.
Con la verdadera
caridad, el hombre
piensa en los demás
antes de pensar en
sí. Lo sublime de la
caridad en este
caso, consistiría en
que él busque en su
trabajo, por el uso
de sus fuerzas, su
inteligencia, sus
talentos, los
recursos de que
carecen para
realizar sus
generosos
propósitos. Habría
en ello un
sacrificio que
agrada más al Señor.
Lamentablemente, la
mayoría vive soñando
con los medios de
enriquecerse más
fácilmente, de
repente y sin
esfuerzo,
persiguiendo sueños,
como el
descubrimiento de
tesoros. (Cap. XIII,
ítem 6)
193.
Todo aquél que
sinceramente desea
ser útil a sus
hermanos, encontrará
mil ocasiones de
realizar este deseo.
Búsquelas y las
encontrará: si no es
de una manera será
de otra, porque no
hay nadie que, en
pleno goce de sus
facultades, no pueda
prestar algún
servicio, brindar
consuelo, aliviar un
sufrimiento físico o
moral, hacer una
diligencia útil.
Ante la falta de
dinero, ¿no disponen
todos de su trabajo,
su tiempo, su
reposo, para dar una
parte de ello al
prójimo? También
allí está la
donación del pobre,
el óbolo de la
viuda. (Cap. XIII,
ítem
6)
194.
“Cuando deis un
festín, dijo
Jesús, no
invitéis a vuestros
amigos, sino a los
pobres y a los
tullidos.” Estas
palabras, absurdas
si son tomadas al
pie de la letra, son
sublimes, si
buscamos su esencia.
El fondo de su
pensamiento se
revela en estas
palabras: “Y
seréis dichosos
porque ellos no
tendrán cómo
retribuíroslo”.
Quiere decir que no
se debe hacer el
bien con miras a una
retribución, sino
por el sólo placer
de hacerlo. (Cap.
XIII, ítem 8)
195.
Sin embargo, esa
advertencia puede
ser aplicada también
en un sentido más
literal. ¡Cuántos
hay que sólo invitan
a sus mesas a los
que pueden, como
ellos dicen,
hacerles honor, o
en su momento,
retribuir el
convite! Otros, por
el contrario,
encuentran
satisfacción en
recibir a los
parientes y amigos
menos felices. Ahora
bien, ¿quién no los
tiene entre los
suyos? De esta
manera, a veces se
les presta un gran
servicio sin que lo
parezca. Aquellos,
sin ir a reclutar a
ciegos y tullidos,
practican la máxima
de Jesús si lo hacen
por benevolencia,
sin ostentación, y
saben disimular el
beneficio con
sincera cordialidad.
(Cap. XIII, ítem 8)
196.
“Amémonos los
unos a los otros y
hagamos a los demás
lo que quisiéramos
que ellos nos
hiciesen.” Toda
la religión, toda la
moral, se encuentran
encerradas en estos
dos preceptos. Si
fuesen cumplidas en
este mundo, todos
seríais felices: no
habría más odios ni
resentimientos. Diré
más: no habría más
pobreza, porque de
lo superfluo de la
mesa de cada rico,
muchos pobres se
alimentarían y no
veríais más en los
barrios sombríos
donde habité durante
mi última
encarnación, a
mujeres pobres
arrastrando consigo
a niños miserables a
quienes todo
faltaba. (Cap. XIII,
ítem 9, Hermana
Rosalía)
197.
¡Ricos! Pensad un
poco en esto. Ayudad
a los infelices lo
mejor que podáis.
Dad
para que Dios, un
día, os retribuya el
bien que hayáis
hecho, para que
tengáis al salir de
vuestra envoltura
terrena, un cortejo
de Espíritus
agradecidos que os
recibirán en el
umbral de un mundo
más dichoso. (Cap.
XIII, ítem 9,
Hermana Rosalía)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
¿Podemos hacer
caridad de varias
maneras?
Sí.
Se puede hacer
caridad de mil
maneras. Podemos
hacerla por medio
del pensamiento, las
palabras y las
acciones. Con los
pensamientos, orando
por los pobres
abandonados, que
murieron sin
encontrarse en
condiciones de ver
la luz. Una plegaria
hecha de corazón los
alivia. Con las
palabras, dado a
nuestros compañeros
de todos los días
algunos buenos
consejos,
diciéndoles a los
que, irritados por
la desesperación y
las privaciones,
blasfeman del nombre
del Altísimo: “Yo
era como sois;
sufría, me sentía
desdichado, pero
creí en el
Espiritismo y ved
ahora qué feliz
soy.” A los ancianos
que nos dijeran: “Es
inútil; estoy al
final de mi jornada;
moriré como he
vivido”, digámosles:
“Dios hace a todos
igual justicia;
acordaos de los
obreros de la última
hora.” A los niños
ya enviciados por
las compañías que
les rodean y que van
por el mundo, a
punto de sucumbir a
las malas
tentaciones,
digámosles: “Dios os
ve, queridos
pequeños”, y no nos
cansemos de
repetirles esas
dulces palabras.
Ellas terminarán por
germinar en sus
inteligencias
infantiles y, en vez
de vagabundos,
habremos hecho de
ellos hombres. Eso
también es caridad.
La
caridad une al
benefactor con el
beneficiado y se
disfraza de muchas
maneras. Se puede
ser caritativo
incluso con los
parientes y con los
amigos, siendo
indulgentes los unos
con los otros,
perdonándose
mutuamente las
flaquezas, teniendo
cuidado de no herir
el amor propio de
nadie. Nosotros los
espíritas podemos
serlo en nuestra
manera de proceder
con los que no
piensan como
nosotros, induciendo
a los menos
esclarecidos a
creer, pero sin
chocar con ellos,
sin arremeter contra
sus convicciones,
sino conduciéndolos
amablemente a
nuestras reuniones,
donde podrán
escucharnos y donde
los Benefactores
Espirituales sabrán
descubrir en sus
corazones la brecha
para penetrar en
ellos.
(El
Evangelio según el
Espiritismo,
capítulo XIII, 9, 10
y 14.)
B.
Qué análisis hace el
Espiritismo de la
beneficencia?
La
beneficencia, dicen
los Benefactores
espirituales, nos
dará en este mundo
los más puros y
dulces deleites, las
alegrías del
corazón, que no
turban ni el
remordimiento ni la
indiferencia. Todos
podemos dar algo en
favor de quien lo
necesita. Cualquiera
sea la clase social
a la que
pertenezcamos,
disponemos de algo
que podamos
distribuir. Sea lo
que fuere lo que
Dios nos ha
otorgado, debemos
una parte de lo que
nos dio a aquél que
carece de lo
necesario, porque
encontrándonos en su
lugar, nos gustaría
que los demás
también compartieran
con nosotros.
Nuestros tesoros de
la Tierra serán un
poco menores; pero
nuestros tesoros del
cielo crecerán.
“Allá cosecharéis
centuplicado lo que
hayáis sembrado en
beneficios en este
mundo”, dijo el
Espíritu de Juan en
mensaje transmitido
en la ciudad de
Burdeos, en 1861.
(Obra
citada, capítulo
XIII, ítems 11 y
16.)
C.
¿Cuál es, para el
Espiritismo, la
virtud fundamental?
La
caridad es la virtud
fundamental sobre la
cual debe asentarse
todo el edificio de
las virtudes
terrenales. Sin
ella, las otras no
existen. Sin la
caridad no se puede
esperar mejor
destino, no hay
interés moral que
nos guíe; sin la
caridad no hay fe,
pues la fe no es
sino luminosidad
pura que hace
brillar un alma
caritativa. La
caridad es, en todos
los mundos, el ancla
eterna de la
salvación; es la más
pura emanación del
Creador mismo; es su
propia virtud, que
Él da a sus
criaturas.
(Obra citada,
capítulo XIII, ítems
12 y 13.)
D.
¿Cómo son pesados
los méritos
individuales que
resultan de la
caridad material?
Ante la frase “Soy
pobre, no puedo
hacer caridad”, que
escuchamos con
frecuencia en
nuestro medio, un
Espíritu protector
contó la siguiente
historia: “Dos
hombres acababan de
morir. Dios había
dicho: Mientras
estos dos hombres
vivan, echarán en
sacos diferentes las
buenas acciones de
cada uno de ellos,
para que sean
pesados cuando
llegue su muerte.
Cuando ambos
llegaron a sus
últimos momentos,
Dios ordenó que le
trajesen los dos
sacos. Uno estaba
lleno, voluminoso,
repleto, y en él
resonaba el metal
que lo llenaba; el
otro era muy pequeño
y tan desprovisto
que se podía contar
las monedas que
contenía. Este es el
mío, dijo uno,
reconociéndolo; fui
rico y di mucho.
Este es el mío dijo
el otro, siempre fui
pobre, ¡ay! no tenía
casi nada que
compartir. Pero, ¡oh
sorpresa! Puestos
los dos sacos en la
balanza, el más
voluminoso se volvió
liviano, y el otro
se volvió pesado,
tanto que hizo que
se elevase mucho el
primer saco en el
plato de la balanza.
Entonces, Dios dijo
al rico: diste
mucho, es cierto,
pero diste por
ostentación y para
que tu nombre
figurase en todos
los templos del
orgullo, y por lo
demás, al dar no te
privaste de nada. Ve
a la izquierda y
quédate satisfecho
con que tus
limosnas te sean
tomadas en cuenta
para algo. Después,
dijo al pobre: Tú
diste poco, amigo
mío; pero cada una
de las monedas que
están en esta
balanza representa
una privación que te
impusiste; no diste
limosnas, sin
embargo practicaste
la caridad y, lo que
vale mucho más,
hiciste la caridad
naturalmente, sin
pensar que te sería
tomada en cuenta;
fuiste indulgente;
no te constituiste
en juez de tu
prójimo; por el
contrario,
perdonaste todas sus
acciones: pasa a la
derecha y ve a
recibir tu
recompensa”.
(Obra citada, cap.
XIII, ítem 15.)
|