Fernando andaba por la
calzada chutando todo lo
que veía. Estaba
nervioso y lo descargaba
en las cosas y personas.
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Pasando por una lata que
alguien había tirado en
el suelo, le dio un
puntapié, tirándola en
medio de la calle. Un
conductor, intentando
desviarla, casi golpeó a
otro coche que venía en
sentido contrario.
¡Pero Fernando ni lo
notó! Con las manos en
el bolsillo, caminaba
protestando de la vida.
De repente, él vio un
pedazo de madera y chutó
con fuerza, casi
alcanzando a una mujer
que venía a su
encuentro. La mujer, muy
enfadada, protestó:
— ¡Oh niño! ¿Por qué
hiciste eso? ¡Podrías
haberme golpeado!
Fernando murmuró y
siguió su camino. Más
adelante,
|
él tropezó con
una niña que
estaba con un
helado en la
mano. El helado
cayó y la niña
se puso a
llorar. |
|
|
¡Pero Fernandito ni le
importo!
Cuando llegó a casa,
noto que su hermana
llegó junto con él. Aún
enfadado, murmuró:
— ¡Ah! Llegamos juntos,
Vivi. Ni te noté.
— Yo sé — ella
respondió, seria.
|
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Era hora del almuerzo y
se acomodaron en torno a
la mesa. El padre hizo
una plegaria, que todos
acompañaron mentalmente,
después se sirvieron.
Fernandito estaba
hambriento. Vivi siempre
dejaba que él se
sirviera primero, por
ser más pequeño. Pero
ese día, insistió en
llenar su plato primero,
y él protestó: |
— ¡Ah, Vivi! Yo me sirvo
primero, ¿lo olvidaste?
La hermana se volvió
para él y respondió
seria: — De hoy en
delante, no. Tú no lo
mereces. Fernando abrió
los ojos pensando: “¿Qué
será que hice para Vivi
esté enfadada conmigo?”.
Los padres se
extrañaron, pero se
quedaron callados.
Después del almuerzo
buscarían saber la razón
del comportamiento de la
hija, que siempre fue
tan cariñosa con el
hermano.
Más tarde, Fernando
protesto:
— ¡Vivi, tú dejaste ropa
en el suelo del cuarto
de baño! ¿No sabes que
necesitamos respetar las
reglas?
La niña se volvió para
el hermano, sorprendida,
y preguntó:
— Es verdad, Fernandito.
¿Tú respetas las reglas?
¿Muestras respeto por
las personas, por los
niños?
En ese momento, Fernando
se acordó de que la
hermana había llegado de
la calle junto con él.
¿Habría ella visto lo
que él hizo? Con
seguridad se lo habría
contado a la madre.
Entonces intentó
justificarse:
— ¡Ah! Mamá, Vivi es
chismosa. ¡No hice nada
queriendo! ¡Yo estaba
enfadado! Fui mal en una
prueba y la Prof.
Margarida me dio cero.
¡Yo protesté y ella me
puso un castigo!
La madre, oyendo la
explicación del hijo,
entendió que él debería
haber hecho mucho más y
se acordó de que
Fernando y Vivi llegaron
a la misma hora.
— Entonces, cuéntame.
¿Qué hiciste tú en la
calle, hijo mío?
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— Nada, mamá. Cuando
salí de la escuela, le
di un puntapié a una
lata, que golpeó en un
coche. ¡No tuve culpa si
el conductor casi choca
con otro coche que
estaba viniendo!
— ¿Y después? — insistió
la madre, horrorizada.
— ¡Después... chuté un pedazo de
|
madera que
golpeó a una
mujer! ¡Pero no
tuve intención,
mamá, yo lo
juro! — contó el
niño. |
Como la madre insistiera
para oír el resto, él
prosiguió:
— Tropecé en una niña y
el helado de ella cayó
en el suelo. ¡Ella se
quedó llorando, pero no
tuve culpa! — explicó el
niño.
La madre lo puso sentado
en el sofá y se sentó
también. Con voz severa,
preguntó:
— Fernandito, ¿tú tienes
idea de lo que podría
haber ocurrido hoy en la
calle, en esas pocas
manzanas que existen
entre tu escuela y
nuestra casa?
Intentando desviar el
asunto, el niño
protestó:
— ¡Mamá, no ocurrió nada
grave! ¡Fue chisme de
Vivi, cree en mí!
Con expresión seria, la
madre respondió:
— Fernandito, tu hermana
no me dijo nada. Tú eres
quien necesita aprender
a respetar a los otros,
hijo mío. Nadie tiene
culpa por tus problemas.
Piensa bien: ¡Y si aquel
coche hubiera chocado,
el conductor podría
hasta morir! ¡Y aquella
señora que recibió el
pedazo de madera, podría
haberse herido o podría
haber caído en el suelo
y golpearse seriamente!
¿Y la niña que tu le
tiraste el helado? ¡Si
alguien de la familia lo
hubiese visto, habría
peleado contigo!
— ¡Pero mamá, yo no lo
hice queriendo! ¡No
quise crear problemas!
— Sin embargo, los
creaste. No respetaste
las reglas de
convivencia con las
personas, de civilidad,
de respeto al ser
humano. Colócate en el
lugar de ellas. ¿A ti te
gustaría que hicieran lo
mismo contigo?
— ¡Claro que no, mamá!
— Entonces, hijo mío,
debes actuar de la mejor
manera con todos, como
te gustaría que actuaran
contigo. Además de eso,
debemos preocuparnos en
hacer corrección en
nuestras acciones, y no
hacer corrección de las
otras personas.
Fernandito entendió
perfectamente que había
actuado mal y resolvió,
en aquel momento, que
haría todo diferente de
ahí en adelante.
Entonces, recordó:
— Mamá, yo respondí mal
a la profesora hoy en la
escuela. Voy hasta la
casa de doña Margarida a
pedir disculpas. ¡No
puedo dejarlo para
mañana! Quiero resolver
eso hoy.
— Tienes toda la razón,
hijo mío. ¡Ve con Dios!
Fernando salió de casa y
la madre sonrió,
satisfecha, segura de
que Fernando pensaría
mejor para actuar, de
ese día en delante.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
22/04/2013.)
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