La palabra violencia
tiene raíz latina
violentia, creada
alrededor de 1215, para
mejor expresar la falta
de respeto en
utilización de la fuerza
en detrimento de los
derechos del ciudadano.
“Posteriormente, casi
trescientos años
después, pasó a
significar cualquier
tipo de abuso ejercido
arbitrariamente contra
otros, imponiéndole la
voluntad,
no considerándose los
valores y usando la
fuerza para someterlo
cruelmente.” El profesor
Carlos Torres Pastorino,
Espíritu, hace estas
reflexiones contenidas
en su libro:
Impermanencia e
Inmortalidad,
psicografia de Divaldo
Franco.
La violencia está donde
están las expresiones de
los celos, revuelta,
pasiones, robos,
venganzas, imposiciones,
justicias con las
propias manos y otros
comportamientos de
infelices consecuciones.
O sea, ella atraviesa y
corona el mal. Aquellos
que de ella se utilizan
hacen del mal su
antipropuesta al bien.
“El bien es todo lo
que está en consonancia
con la Ley de Dios y el
mal es todo lo que de
ella se aleja. Así,
hacer el bien es
conformarse a la Ley de
Dios; hacer el mal es
infringir esa Ley.” Esta
es la respuesta a la
cuestión 630 del Libro
de los Espíritus, cuando
Kardec pregunta como se
puede distinguir el bien
del mal.
Estamos en la época de
los cambios en este
planeta. Hay tantos
vaticinados, tales
cambios irán confortar
el hombre,
yuxtaponiéndolo a su
imperial condición de
hijo de Dios, en
proyecto cíclico de
evolución. Hubo un
tiempo en que los
grandes imperios al
subyugar pueblos a
través de la espada y de
la astucia utilizaban la
violencia como
instrumento del miedo a
cualquier rebeliones de
los remanentes. Así
torturaban, mataban,
incendiaban villas y
destruían monumentos,
irguiendo en sus lugares
los marcos mitológicos
de sus ideologías
culturales, como a decir
a los vencidos: ahora
somos nosotros y no
vosotros. Era una
efusión de lágrimas y
sangres que entorpecían
la razón, plena luz a
desvelarse en las
conciencias humanas, sin
embargo obnubiladas por
las torpezas del haber y
del poseer, del
apoderarse para mantener
el ego inferior. ¿Y la
religión? ¿Cuántos
ejemplos de violencia
nos legaron algunos de
sus seguidores? ¿Pero la
religión no es una
herramienta para
aproximarnos a Dios?
¿Por qué imponer al otro
nuestra manera de buscar
al Creador? Cada
religión atrae para sí
los adeptos que mejor se
yuxtapongan a ella. No
vale imponer ideas
religiosas a nadie.
Somos libres y podemos
orar donde deseemos y
conversemos con nuestro
Padre Mayor en los
momentos y lugares, como
mejor nos aproveche.
Desde los estudios de
Freud, Jung, Stanislav
Grof y tantos otros de
la ciencia y más
recientemente con las
profundizaciones de
Joanna de Ângelis,
tenemos en mano
verdaderos guiones a ser
buscados y seguidos. El
ego inferior necesita,
para prevalecer,
demostrar fuerzas
empujando al otro, las
cosas, cambiando
circunstancias a su
propia voluntad y
necesidades arrasadoras.
Está la violencia
silenciosa que mata
ideales...
Mientras esto el yo
superior aguarda y no
pierde oportunidades
para demostrarse,
hablando a la razón que
la violencia es
innecesaria, pues que
portarse como individuo
sensato, cultivador de
la paz, es antes una
efeméride y una victoria
espiritual.
Pero la violencia aún
grasa. Y a vemos en las
más variadas formas. De
entre tantos, es
violento el acto de
interponerse entre el
ser y la educación,
perjudicando a ambos.
Como también lo es
injuriar, reclamar
constantemente, crear
intrigas, intercambiar
socos y puntapiés en
casa o no, lanzar lejos
pertenencias ajenas.
También es violento
el acto de corromper
mentes infantiles
llevándolas al crimen o
a la prostitución. Es
violento el acto de
conectar un volumen muy
alto, tanto en
apartamentos o
vecindades próximas,
como en las calles. Es
violento el acto de
dejar a la sociedad sin
la necesaria seguridad a
sus justos
apuntamientos. Conducir
borrachos poniendo vidas
en riesgos. Vender
productos alcohólicos o
drogas alucinógenas a
menores. Hay aún la
violencia silenciosa que
mata ideales, roba ideas
para apropiarse de
ellas, trama la bajada
de uno para el apogeo
indebido del otro. Arma
trampas para ver el
dolor ajeno. Permite que
uno muera para que
alguien muestre su
insatisfacción a el o al
grupo que pertenezca.
Traiciona la confianza
que le es depositada. …
el hogar que lo acoge.
Jean-Paul Sartre,
filósofo francés del
siglo pasado, nos trae
un importante objeto de
reflexiones: “La
violencia, sea cuál sea
la manera como ella se
manifiesta, es siempre
una derrota”. El
derrotado es aquel que
perdió la oportunidad de
ser individuo en grado
superlativo. Se vuelve
burlado, infeliz,
prepotente, cínico.
Joanna de Ângelis
indica, en su libro:
Conflictos
Existenciales, que “El
cinismo es una expresión
que caracteriza la
conducta del ser
violento, que surge en
el periodo infantil –
cuando es patológica –,
prolongándose por la
adolescencia, en que
revela las tendencias
agresivas con más
intensidad, así
alcanzando la edad
adulta, sin una
adaptación equilibrada
por el medio social”.
Entonces todo comienza
en la infancia. Todo
surge como repercusión
del pasado. De ahí el
bullying, de ahí la
criminalidad infantil o
aún el suicidio, la
triste demostración de
la derrota individual.
Drogarse es también un
acto violento a sí y a
la
sociedad que lo recibió.
Y esto necesita ser
informado a los
espíritas y no
espíritas. El
egocentrismo es la
tónica de la conducta
violenta, según los
estudiosos del asunto.
“Yo soy y mando y no
acepto ser contrariado”
– diría el violento
después de abatir su
víctima.
En el pasado histórico,
cuando la humanidad no
paraba de guerrear para
constituir un forum
donde el diálogo pudiera
esclarecer, la violencia
era tenida como
instrumento de
vigilancia personal,
nacional, territorial,
finalmente.
Todos, sin excepción,
poseen el Reino interior
en sí
Era la famosa
“vigilancia” – la
violencia instituida y
que mucho se propagó y
propaga en las
comunidades sociales de
todos los tiempos.
Ejércitos, batallones,
tropas, mercenarios,
agentes del aguijón y
del veneno, estrategas,
comandantes, paz armada
– tanto social como
doméstica e
institucional – componen
el rol de la
historia de la violencia
en el mundo. Hay un
proverbio árabe que bien
explica: “Yo contra mi
hermano; yo y mi hermano
contra nuestro primo;
yo, mi hermano y mí
primo contra nuestros
enemigos”. ¿Y para que
tanto? Sólo para vigilar
a los bienes personales
y territoriales. ¡Pero
el mundo es tan grande!
¡El Universo es mucho
y la Creación ni si
habla! Hay espacio para
todos. Todos poseen el
Reino entero en sí.
¿Para que tanta
violencia? ¿Para qué
prenderse a lo minúsculo
mientras se sostiene
sobre nosotros un
firmamento infinito
invitándonos a
descubrirlo y a hacernos
de el y a construir
otros firmamentos en la
eternidad?
En el tráfico, en casa,
en la calle, en el
garaje, en la playa, en
las empresas, en los
estadios, en tantos
locales y, pasmen: hasta
en los velatorios, la
ancestral y anticuada
forma de prevalecer
visita sentimientos,
destronando el bien. En
esos casos hay siempre
un blanco: el enemigo,
el adversario, el
oponente.
¿Quién es el enemigo?
Dicen ser la parte
contraria en una
disputa, partida o
conflicto, sea por
persona o grupo, por sus
ideas, pensamientos,
actividades o por
razones políticas
radicales. Veamos lo que
háblanos André Luiz en
el libro Liberación,
capítulo 19: “El enemigo
no siempre es una
conciencia actuando
deliberadamente
en el mal. En la mayoría
de las veces, atiende a
la incomprensión en
cuanto a cualquiera de
nosotros; procede en
determinada línea de
pensamiento, porque se
cree en guía infalible a
los propios ojos, en las
pujas del trabajo a que
se empeñó en los
círculos de la vida:
enfrenta, cual ocurre a
nosotros mismos,
problemas de visión que
sólo el tiempo, aliado
al esfuerzo personal en
la ejecución del bien,
conseguirá decidir”.
Y el adversario, ¿quien
es él? En la voz
corriente es la criatura
rival con la cual se
lucha. En las palabras
de la espiritualidad es
“el suelo a trabajar,
esperando por nosotros”
y aún “es todo lo que
nos aleje de la energía
del servicio real con
Cristo”. Citamos aquí a
Victor Hugo en “Sublime
Expiación” y una página
del libro “Correo
Fraterno” editado por la
FEB. Nos resta ahora
saber quiénes son
nuestros oponentes.
Recurriendo a la voz en
curso vamos a encontrar:
“es aquel que hace
oposición, es contrario
a algo o alguien”. La
espiritualidad nos dice
que son terrenos en que
necesitamos recuperar el
plantío de nuestra
felicidad venidera. En
nuestra sencilla
opinión, el oponente
también es aquel que nos
enseña a ganar mientras
estamos delante del
tablero de ajedrez que
es la vida.
No estamos sujetos a
injusticias por parte de
Dios
Jesús nos aconsejó
reconciliarnos con todos
ellos, mientras estamos
a camino con los mismos.
Sin embargo, aún
sabiendo de todo esto
muchos aún entronizan la
violencia como
instrumento de defensa.
¿Pero defensa de qué?
Esta es la pregunta. No
morimos. No estamos
sujetos a las
injusticias por parte de
Dios. Y sabemos
que todos, sin
excepción, somos hijos
de Él que no premia a
uno en detrimento a
otro. Las causas de
nuestras asperezas y
deshonras yacen en
nosotros mismos,
conforme nos indica El
Evangelio según el
Espiritismo, cap. 5. ¡No
nos adelanta conquistar
tantos bienes materiales
y territoriales, pues
quedarán todos aquí
cuando
volvamos
a los planos
espirituales! Todo
cuestión de razonamiento
lógico, y eficiente.
Toda cuestión de
estudios y
profundizaciones y de
aceptación feliz a lo
que se es y a lo que
será en el porvenir,
después de destituir de
nosotros las cadenas de
la violencia. Ah, ¿pero
y mi opinión? Las
insolencias que no
tolero... ¿Las disculpas
que no acepto; el perdón
que pasa lejos de mí?
Nos dice Bruce Malina,
teólogo y profesor
estadounidense, que “...
la violencia establecida
puede ser considerada un
proceso por medio del
cual el emprendimiento
moral busca defender sus
intereses...
En esta perspectiva, la
violencia instituida
defiende el estatus
quo contra los
desviados y los
subversivos”. Un ejemplo
de esto es el juicio y
crucificación de Jesús.
Juan (11-50) nos dice
que Caifás, delante de
Jesús, proclamó:
“¿Vosotros no percibís
que es mejor que un sólo
hombre muera por el
pueblo que la nación
entera perezca?” Se ve
ahí la aplicación de la
vigilancia. Jesús
representaba peligro.
Entonces es mejor
eliminarlo en la
concepción del Sacerdote
infeliz. Allá en el
frente el Maestro diría:
“Padre, perdónales.
Ellos no saben lo que
hacen”. La violencia
atraviesa los caminos de
las posiciones
tradicionales en
detrimento a lo nuevo
que puede dislocarnos de
nuestras zonas de
confort.
Jesús pidió perdón para
los violentos por saber
que ellos cambiarían un
día con el conocimiento
de su legitimidad de
Espíritus libres a
camino de la perfección.
Posturas estas
difundidas y vividas por
los seres superiores que
hoy ayudan en la
conducción de la
humanidad, justificando
la pasividad de los
santos ante la furia
de sus verdugos. ¿De que
les adelantaría el
replicar? Deberían
demostrar que sus mentes
evolucionaron para la
paz que Jesús nos
predicó y nos dejó como
cimientos del bien.
Cuando violentamos a
alguien o alguna
institución social
acostumbramos a erguir
allí nuestras
estructuras personales o
culturales. Pero, y
según Molina: “... ellas
sirven más como
monumentos de la
destrucción de un
antiguo sistema de
control social y
político que como
símbolos auténticos de
nuevo orden viable”.
Dios deja al hombre la
elección del camino
En El Libro de los
Espíritus, en la
cuestión 634, Kardec
interroga por qué lo
malos se encuentra en la
naturaleza de las cosas
y si Dios no podría
crear la Humanidad en
mejores condiciones. Sí,
este es el deseo de los
líderes sinceros y
profundos. Ellos desean
el bien social, ellos
desean la paz duradera,
ellos desean la armonía
entre los
seres. Ellos luchan por
todo esto, mientras
otros se matan o
destronan conciencias.
Mientras otros colocan
en riesgo la vida de
miles de personas para
garantizar su puesto de
avanzado comerciante o
jefe comunitario que
predica la obediencia
ciega. La espiritualidad
entonces respondió a
Kardec y a todos
nosotros que: “Dios deja
al hombre la elección
del camino: tanto peor
para él seguir el mal;
su peregrinación será
más larga”. Peregrinar
significa andar y andar
mucho, calentando los
pies, sangrándolos
hasta, por fin,
encontrar un puesto
seguro y rendirse,
aproximándose a el.
Acostumbra a tardar
siglos de dolor y
presiones.
La violencia posee sus
grados. Una pareja que
bebe, fuma, se droga o
discute en la presencia
de los hijos pequeños
están practicando la
violencia en alto grado,
pues que enseñan a sus
retoños que el mundo es
cruel y que debe ser
tratado con negligencia
y agresiones. Están los
que llevan a sus hijos
para bares o encuentros
sociales y actúan de la
misma forma que en casa.
Y después se sientan
enfrente del aparato de
TV y se escandalizan
cuando el informativo
indica que alguien robó,
torturó, mató, se
corrompió o dejó de
cumplir reglas de
seguridad causando
desencarnaciones
colectivas o no. ¿Pero y
él? ¿También no acabó de
indicar a los hijos los
caminos de la corrupción
y de las ilegalidades?
“La Ley de Dios es la
misma para todos; pero
el mal depende, sobre
todo, de la voluntad que
se tenga en hacerlo. El
bien es siempre bien y
el mal siempre mal,
cualquiera que sea la
posición del hombre; la
diferencia está en el
grado de
responsabilidad” – nos
dicen los Espíritus
superiores en la
cuestión 636 del Libro
de los Espíritus.
Responsabilidad – esta
la palabra, la frase, el
contexto, el contenido
superior. Respondemos
siempre por nuestros
actos y la violencia
traerá para aquellos que
la practican la vuelta
de la propia violencia.
Es preciso organizar la
mente para que ella nos
proteja en las horas
difíciles en que somos
alcanzados por algo que
perturbe la “paz”
del ego inferior. El,
cuando es abordado,
acostumbra a crecer
fuertemente,
trastornando a quién lo
acoge, llevándolo a los
estados anteriores de
los salvajes y un tiempo
en que el sabe más,
estudió más, vivió
mejor, lejos de las
cavernas.
Criminales, pecadores,
desviados, subversivos,
disidentes y heréticos
alimentaron la violencia
en el mundo, pues para
perseguirlos y
exterminarlos la
vigilancia constituida
demostró su algazara en
las torturas y en las
muertes. Aún hoy, aquel
que nos incita a la
violencia forma parte
del grupo de arriba.
La violencia es temporal
y un día desaparecerá
Según el pensamiento de
Emmanuel, el agresor es
un desequilibrado mental
y un maestro a forjarnos
para el bien.
Información excepcional
para que construyamos en
nosotros el hombre libre
y saludable, inteligente
y sabio. Al desear un
futuro mejor para
nosotros y nuestras
familias, no exijamos
tanto de los gobiernos y
de los otros. Hagamos
nuestra parte. Aquellos
que andan en los caminos
de la rectitud son por
Dios amparados. “El Bien
eterno es bendición de
Dios a la disposición de
todos”, nos dice André
Luiz en su libro:
Conducta Espírita. “En
la educación moral por
el ejemplo y por la
rectitud está la más
eficiente psicoterapia
preventiva y
naturalmente curativa,
para todos los
disturbios de la
sociedad en sí misma o
de aquellos que la
constituyen como células
de relevante
importancia”, añade
Joanna de Ângelis en su:
Conflictos
Existenciales.
Gandhi bien sabía sobre
violencia y
no-violencia. Él
entendía la falsa capa
protectora de los actos
violentos por saber que
eran de efectos
temporales y que el mal
permanecería. No vale
agredir para defenderse,
matar para sobrevivir.
En la Constitución
Divina está escrito en
el artículo 5: No
matarás. Y no tiene
párrafos.
No matar significa no
destruir nada y nadie en
hipótesis alguna. En el
Prefacio del Evangelio
según el Espiritismo, en
su último párrafo, el
Espíritu de la Verdad
nos aconseja: “Hombres,
hermanos amados, estamos
juntos a vosotros. Amaos
también unos a los otros
y decid del fondo de
vuestro corazón,
haciendo la voluntad del
Padre que está en los
Cielos: ‘¡Señor!
‘¡Señor!’, y podréis
entrar en el Reino de
los Cielos”. Y para
tanto tenemos que pensar
en una terapia
liberadora de la
violencia. Joanna de
Ângelis nos aconseja la
búsqueda y ofrecer una
verdadera contribución
de afectividad familiar,
a fin de que el violento
reencuentre la auto
confianza y desarrolle
la autoestima
profundamente
desorganizada. Según
ella la “inclinación
para la violencia atrae
equivalentes del Más
Allá, generando
intercambio pernicioso,
en el cual la ferocidad
de las personalidades
intrusas se mezclan con
el temperamento
desorganizado de la
víctima, haciéndose más
grave la enfermedad que
amenaza al ciudadano y
la sociedad”. Para ella,
el recurso de la terapia
de naturaleza
psicológica presentando
al enfermo otros
patrones de conducta,
elevadas expresiones de
solidaridad, de
compasión, de amor, de
caridad, que existen en
el mundo, le faculta la
autorrealización y la
plenitud y todo esto
aliado al concurso de la
plegaria. Este hábito
atraerá a Benefactores
del Mundo Mayor que
pasarán a liberar al
paciente. Es bueno ver
todo el capítulo 10 del
libro: Conflictos
Existenciales de Joanna
de Ângelis.
Concluimos diciendo que
la violencia es temporal
y desaparecerá de este
planeta en la medida en
que los hombres primen
por la buena voluntad de
construir aquí un mundo
de estudios y
reflexiones, de
convivencia sana,
solidaria y fraterna, de
amor a Dios por encima
de todo y al próximo
como a sí mismo, y aún
cuando
instituyan en sí el
deseo sincero de buscar
los principios
superiores que nos
remonten al Padre
Celeste y Creador de
todos nosotros, para
vivir en plena armonía
juntos y con Él.