Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A.
¿Constituye la riqueza
un premio para los
hombres o una prueba muy
difícil?
B. ¿Cómo
explicar las
desigualdades de las
riquezas de la Tierra?
C. ¿Qué
considera el Espiritismo
como nuestra verdadera
propiedad?
D. El
hombre puede dar varias
aplicaciones a la
fortuna. ¿Cuál de ellas
es la mejor?
Texto para la lectura
229. La
verdad absoluta sólo es
patrimonio de los
Espíritus del orden más
elevado y la Humanidad
terrena no podría
pretender poseerla,
porque no le es dado
saberlo todo. Ella sólo
puede aspirar a una
verdad relativa y
proporcionada a su
adelantamiento. Si Dios
hubiera hecho de la
posesión de la verdad
absoluta la condición
expresa de la felicidad
futura, habría
pronunciado una
sentencia de
proscripción general,
mientras que la caridad,
incluso en su más simple
acepción, pueden
practicarla todos. (Cap.
XV, ítem 9)
230. El
Espiritismo, de acuerdo
con el Evangelio, al
admitir la salvación
para todos,
independiente de
cualquier creencia,
siempre que la ley de
Dios sea observada, no
dice: Fuera del
Espiritismo no hay
salvación; y como no
pretende enseñar aún
toda la verdad, tampoco
dice: Fuera de la
verdad no hay salvación.
(Cap. XV, ítem 9)
231.
Amigos míos, agradeced a
Dios que ha permitido
que pudieseis gozar la
luz del Espiritismo. No
porque sólo los que la
poseen podrán salvarse,
sino porque ayudándoos a
comprender las
enseñanzas de Cristo,
hace de vosotros mejores
cristianos. Esforzaos,
pues, para que vuestros
hermanos, observándoos,
sean inducidos a
reconocer que el
verdadero espírita y el
verdadero cristiano son
una sola y la misma
cosa, puesto que todos
los que practican la
caridad son discípulos
de Jesús, cualquiera que
sea el culto al que
pertenezcan. (Cap. XV,
ítem 10, Pablo, apóstol)
232.
“Nadie puede servir a
dos señores, porque
odiará a uno y amará al
otro, o estimará a uno y
despreciará al otro. No
podéis servir a la vez a
Dios y a Mamón.”
(Lucas, cap.
XVI, v. 13.) “Si
quieres ser perfecto –
dijo Jesús a un
joven muy rico –
anda, vende todo lo que
tienes, dalo a los
pobres y tendrás un
tesoro en el cielo.
Después, ven y sígueme.
Escuchando estas
palabras, el joven se
fue triste, porque
poseía muchos bienes.
Entonces, Jesús dijo a
sus discípulos: En
verdad os digo que es
muy difícil que un rico
entre en el reino de los
cielos. Una vez más os
digo: Es más fácil que
un camello pase por el
ojo de una aguja que un
rico entre en el reino
de los cielos.”
(Mateo,
Cap. XIX vv. 16 a 24.)
Esta
figura audaz puede
parecer un poco forzada,
porque no se ve la
relación que pueda
existir entre un camello
y una aguja. Sin
embargo, sucede que en
hebreo la misma palabra
sirve para designar un
camello y un cable. En
la traducción, le dieron
el primero de esos
significados; pero es
probable que Jesús la
haya empleado con el
otro significado. Es, al
menos, más natural.
(Cap. XVI, ítems 1 y 2,
y nota al pie de la
página)
233. El
rico cuyas tierras
habían producido
extraordinariamente, no
teniendo donde guardar
toda la cosecha, se dijo
a sí mismo: “Ya sé lo
que haré: derribaré mis
graneros y construiré
otros mayores, donde
pondré toda mi cosecha y
todos mis bienes. Y diré
a mi alma: Alma mía,
tienes muchos bienes
reservados para muchos
años; reposa, come,
bebe, goza. Pero Dios,
al mismo tiempo, dijo al
hombre: ¡Que insensato
eres! Esta misma noche
será tomada tu alma;
¿para qué servirá lo que
has acumulado? Eso es lo
que sucede a aquél que
acumula tesoros para sí
mismo y no es rico ante
Dios”.
(Lucas, cap. XII, vv. 13
a 21.) (Cap. XVI,
ítem 3)
234.
Zaqueo, poniéndose ante
el Señor, le dijo:
“Señor, doy la mitad de
mis bienes a los pobres,
y si he causado daño a
alguien de alguna
manera, lo resarciré
cuadruplicado”. A lo
que Jesús afirmó:
“Esta casa recibió hoy
la salvación, porque
este hombre también es
hijo de Abraham; porque
el Hijo del hombre vino
a buscar y salvar al que
se había perdido”.
(Lucas, cap. XIX, vv. 1
a 10.) (Cap. XVI,
ítem 4)
235.
Lázaro, el mendigo
cubierto de llagas que
deseaba mucho mitigar su
hambre con las migajas
que caían de la mesa del
rico, pero nadie se las
daba, murió y fue
llevado por los ángeles
al seno de Abraham.
Luego murió el rico, que
tuvo por sepulcro el
infierno. Encontrándose
en los tormentos, el
rico vio de lejos a
Abraham y a Lázaro en su
seno y, exclamando,
dijo: “Padre Abraham,
ten piedad de mí y envía
a Lázaro para que moje
la punta de su dedo en
el agua y refresque mi
lengua, porque sufro un
horrible tormento en
estas llamas”.
Abraham le respondió:
“Hijo mío, acuérdate que
recibiste en vida tus
bienes y que Lázaro sólo
tuvo males; por eso, él
ahora es consolado y tú
atormentado. Además,
existe para siempre un
gran abismo entre
nosotros y vosotros, de
manera que los que
quieren pasar de aquí
para allá no pueden,
como tampoco nadie puede
pasar del lugar donde
estás para acá”.
(Lucas, cap. XVI, vv. 19
a 31.) (Cap. XVI, ítem
5)
236. El
rico suplicó a Abraham
que enviase a Lázaro a
casa de su padre, donde
tenía cinco hermanos,
para que les diera su
testimonio a fin de que
no fuesen también a
aquel lugar de tormento.
Abraham le replicó:
“Ellos tienen a Moisés y
a los profetas; que los
escuchen”. El rico
insistió: “No, padre
Abraham, dijo él: si
alguno de los muertos
fuera donde ellos, harán
penitencia”. Abraham
le respondió: “Si
ellos no oyen a Moisés
ni a los profetas,
tampoco creerán aunque
alguno de los muertos
resucitase”.
(Lucas,
cap. XVI, vv. 19 a 31)
(Cap. XVI, ítem 5)
237. Si
la riqueza constituyese
un obstáculo absoluto
para la salvación de los
que la poseen, Dios, que
la concede, habría
puesto en las manos de
algunos un instrumento
de perdición,
pensamiento que repugna
a la razón. Sin duda,
por los arrebatos que
origina, las tentaciones
que genera y la
fascinación que ejerce,
la riqueza constituye
una prueba muy riesgosa,
más peligrosa que la
miseria.
(Cap.
XVI, ítem 7)
238. Ella
(la riqueza) es
el supremo estimulante
del orgullo, el egoísmo
y la vida sensual. Es el
lazo más poderoso que
sujeta al hombre a la
Tierra y desvía sus
pensamientos del cielo.
Produce tal vértigo que,
muchas veces, aquél que
pasa de la miseria a la
riqueza olvida pronto su
anterior condición, a
los que la compartieron
con él, a los que le
ayudaron, y se vuelve
insensible, egoísta y
vano.
(Cap.
XVI, ítem 7)
239.
Cuando Jesús dijo al
joven: “Deshazte de
todos tus bienes y
sígueme”, no
pretendió establecer
como principio absoluto
que cada uno deba
despojarse de lo que
posee y que la salvación
sólo se obtiene a ese
precio; sino sólo
mostrar que el apego a
los bienes terrenales es
un obstáculo para la
salvación.
(Cap.
XVI, ítem 7)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A.
¿Constituye la riqueza
un premio para los
hombres o una prueba muy
difícil?
La
riqueza parece ser un
premio pero, en verdad,
es una prueba muy
riesgosa y más peligrosa
que la miseria, teniendo
en cuenta los arrebatos
que origina, las
tentaciones que genera y
la fascinación que
suscita. La riqueza es,
como sabemos, el supremo
estimulante del orgullo,
del egoísmo y la vida
sensual. Es el lazo más
poderoso que sujeta al
hombre a la Tierra y
desvía sus pensamientos
del cielo.
En un
mensaje oportuno
transmitido en el año
1863, Lacordaire dijo
que ya sea que la
fortuna nos haya llegado
por herencia o la
hayamos ganado con
nuestro trabajo, hay una
cosa que no debemos
olvidar nunca: que todo
proviene de Dios y todo
vuelve a Dios. Nada en
la Tierra nos pertenece,
ni siquiera nuestro
pobre cuerpo: la muerte
nos despeja de él, como
de todos los bienes
materiales. De esta
manera, somos
depositarios y no
propietarios, no nos
engañemos. Dios nos lo
ha prestado y tenemos
que devolvérselo; y Él
nos lo presta con la
condición de que lo
superfluo, por lo menos,
les quede a los que
carecen de lo necesario.
No nos creamos con
derecho de disponer para
exclusivo provecho
nuestro aquello que
recibimos, no como
donación sino
simplemente como un
préstamo.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, capítulo
XVI, ítems 7 y 14.)
B. ¿Cómo
explicar las
desigualdades de las
riquezas de la Tierra?
La
desigualdad de las
riquezas es uno de los
problemas que
inútilmente se tratará
resolver, mientras sólo
se considere la vida
actual. La primera
cuestión que se presenta
es ésta: ¿Por qué todos
los hombres no son
igualmente ricos? No lo
son por una razón muy
sencilla: porque no
son igualmente
inteligentes, activos y
laboriosos para
adquirir, ni sobrios y
previsores para
conservar.
Es un
punto matemáticamente
demostrado que la
riqueza, repartida con
igualdad, daría a cada
uno una parcela mínima e
insuficiente; que
suponiendo efectuada esa
repartición, en poco
tiempo se rompería el
equilibrio por la
diversidad de los
caracteres y las
aptitudes; que
suponiéndola posible y
duradera, teniendo cada
uno apenas con qué
vivir, el resultado
sería el aniquilamiento
de todos los grandes
trabajos que concurren
al progreso y al
bienestar de la
Humanidad; que
admitiendo que se diese
a cada uno lo necesario,
no habría ya el aguijón
que empuja a los hombres
a los grandes
descubrimientos y a las
empresas útiles. Si Dios
la concentra en ciertos
lugares es para que de
allí se expanda en
cantidad suficiente,
conforme a las
necesidades.
Admitido
esto, nos preguntamos
por qué Dios la concede
a personas incapaces de
hacerla fructificar para
el bien de todos.
También allí está una
prueba de la sabiduría y
la bondad de Dios. Al
darle el libre albedrío,
quiso Él que el hombre
llegase por su propia
experiencia a distinguir
el bien del mal, y que
la práctica del primero
fuese el resultado de
sus esfuerzos y de su
voluntad. El hombre no
debe ser conducido
fatalmente ni al bien ni
al mal, pues entonces no
sería sino un
instrumento pasivo e
irresponsable, como los
animales. La riqueza es
un medio de probarle
moralmente. Pero como al
mismo tiempo es poderoso
medio de acción para el
progreso, Dios no quiere
que permanezca largo
tiempo improductiva, por
lo que incesantemente
la cambia de lugar.
Cada uno
debe poseerla para
ejercitarse en
utilizarla y demostrar
el uso que sabe hacer de
ella. Pero, al ser
materialmente imposible
que todos la posean al
mismo tiempo, y además
de eso, si todos la
poseyesen nadie
trabajaría, con lo que
el mejoramiento del
planeta estaría en
peligro, cada uno la
posee a su vez. Así, uno
que no la tiene hoy, ya
la tuvo o la tendrá en
otra existencia; otro
que la tiene ahora, tal
vez mañana no la tenga.
Hay ricos y pobres,
porque siendo Dios
justo, como es, a cada
uno le ordena trabajar
cuando es su turno. La
pobreza es, para los que
la sufren, la prueba de
la paciencia y de la
resignación; la riqueza
es para los otros, la
prueba de la caridad y
de la abnegación.
(Obra
citada, capítulo XVI,
ítem 8.)
C. ¿Qué
considera el Espiritismo
como nuestra verdadera
propiedad?
El hombre
sólo posee como
propiedad plena aquello
que puede llevarse de
este mundo. Disfruta de
lo que encuentra al
llegar y deja al partir,
mientras permanece aquí.
Pero al ser forzado a
abandonar todo eso, no
tiene la posesión real
de sus riquezas, sino
simplemente el
usufructo. ¿Qué posee
entonces? Nada de lo que
es para el uso del
cuerpo; todo lo que es
para el uso del alma: la
inteligencia, los
conocimientos, las
cualidades morales. Esto
es lo que él trae y
lleva consigo, lo que
nadie le puede
arrebatar, lo que le
será de mucho más
utilidad en el otro
mundo que en este.
Depende de él, por lo
tanto, ser más rico al
partir que al llegar,
porque de lo que haya
adquirido en bien,
dependerá su posición
futura. Cuando alguien
va a un país distante,
llena su equipaje con
objetos que le serán
útiles en ese país; no
carga aquellos que allí
le serían inútiles.
Procedamos del mismo
modo en relación a la
vida futura;
aprovisionémonos de todo
lo que allá nos pueda
servir.
Al
viajero que llega a una
posada, se le da un buen
alojamiento si puede
pagarlo. A otro, de
escasos recursos, le
tocará uno menos
agradable. Mientras que
el que nada tiene,
dormirá sobre la paja.
Lo mismo le sucede al
hombre a su llegada al
mundo de los Espíritus:
el lugar hacia dónde va
depende de sus haberes.
Pero no será con oro que
él pagará.
Nadie le
preguntará: ¿Cuánto
tenías en la Tierra?
¿Qué posición ocupabas?
¿Eras príncipe u obrero?
Le
preguntarán: ¿Qué traes
contigo? No le servirá
el valor de sus bienes,
ni sus títulos, sino la
suma de las virtudes que
posea. Ahora bien, con
respecto a esto, el
obrero puede ser más
rico que el príncipe. En
vano alegará que antes
de partir de la Tierra
pagó con oro su entrada
al otro mundo. Le
responderán: Aquí no se
compran los lugares: se
conquistan mediante la
práctica del bien. Con
la moneda terrestre, has
podido comprar campos,
casas, palacios; aquí
todo se paga con las
cualidades del alma.
¿Eres rico en esas
cualidades? Sé
bienvenido y ve a uno de
los lugares de primera
categoría, donde te
esperan todas las
felicidades. ¿Eres pobre
en ellas? Ve a los de la
última, donde serás
tratado conforme a tus
haberes.
(Obra
citada, capítulo XVI,
ítems 9 y 10.)
D. El
hombre puede dar varias
aplicaciones a la
fortuna. ¿Cuál de ellas
es la mejor?
Con
respecto a la pregunta
propuesta, la obra en
estudio nos presenta dos
clases de ideas. La
primera, enseñada por el
Espíritu de
Cheverus
(Burdeos, 1861), puede
ser resumida así:
“Amaos
los unos a los otros”,
he ahí la solución al
problema. Esta frase
guarda el secreto del
buen uso de las
riquezas. Aquél que está
animado por el amor al
prójimo tiene allí
trazada su línea de
conducta. En la caridad
está el empleo de las
riquezas que más agrada
a Dios. Claro está, no
nos referimos a esa
caridad fría y egoísta,
que consiste en que la
criatura reparta a su
alrededor lo superfluo
de una existencia
dorada. Nos referimos a
la caridad llena de
amor, que busca a la
desgracia y la levanta,
sin humillarla. Al rico
le diremos: Da no sólo
de lo que te sobra, da
un poco también de lo
que te es necesario,
porque lo que necesitas
es todavía superfluo.
Pero da con sabiduría.
No rechaces al que se
queja por recelo de que
te engañe; ve a los
orígenes del mal. Alivia
primero; después,
infórmate y ve si el
trabajo, los consejos,
el afecto mismo serán
más eficaces que tu
limosna. Difunde a tu
alrededor con los
socorros materiales, el
amor a Dios, el amor al
trabajo, el amor al
prójimo. Coloca tus
riquezas sobre una base
que nunca te faltará y
que te traerá grandes
beneficios: la de las
buenas obras. La riqueza
de la inteligencia debes
utilizarla como la del
oro. Derrama alrededor
de ti los tesoros de la
instrucción; derrama
sobre tus hermanos los
tesoros de tu amor y
ellos fructificarán.
He aquí
la segunda propuesta,
firmada por el Espíritu
Fénelon (Argel, 1860):
Siendo el
hombre el depositario,
el administrador de los
bienes que Dios puso en
sus manos, se le pedirán
severas cuentas del
empleo que les haya
dado, en virtud de su
libre albedrío. El mal
uso consiste en
aplicarlos
exclusivamente para su
satisfacción personal;
el buen uso, al
contrario, todas las
veces que de ello
resulte cualquier bien
para los demás. El
merecimiento de cada uno
está en proporción al
sacrificio que se impone
a sí mismo. La
beneficencia es sólo un
modo de emplear la
riqueza; da alivio a la
miseria actual; apacigua
el hambre, preserva del
frío y proporciona
abrigo al que no lo
tiene. Pero igualmente
imperioso y meritorio es
prevenir la miseria.
Esta es, sobre todo, la
misión de las grandes
fortunas, misión a ser
cumplida mediante los
trabajos de todo tipo
que con ellas se puede
ejecutar. El trabajo
desarrolla la
inteligencia y eleva la
dignidad del hombre,
permitiéndole decir,
orgulloso, que gana el
pan que come con su
trabajo, mientras que la
limosna humilla y
degrada. La riqueza
concentrada en una mano
debe ser como una fuente
de agua viva que esparce
la fecundidad y el
bienestar a su
alrededor.
¡Vosotros
ricos, que la empleáis
según las miras del
Señor! Vuestro corazón
será el primero en beber
de esa fuente
bienhechora; ya en esta
existencia gozareis de
los inefables goces del
alma, en vez de los
goces materiales del
egoísta, que producen un
vacío en el corazón.
Vuestros nombres serán
benditos en la Tierra y,
cuando la dejéis, el
soberano Señor os dirá,
como en la parábola de
los talentos: “Siervo
bueno y fiel, entra en
la alegría de tu Señor”.
En esa parábola, el
servidor que enterró el
dinero que le había sido
confiado es la
representación de los
avaros, en cuyas manos
la riqueza se conserva
improductiva.
Sin
embargo, si Jesús habla
principalmente de las
limosnas, es porque en
aquel tiempo y en el
país que vivía no se
conocían los trabajos
que las artes y la
industria crearon
después y en las cuales
las riquezas pueden ser
aplicadas útilmente para
el bien general. A todos
los que pueden dar, poco
o mucho, diré, pues: dad
limosna cuando sea
necesario; pero tanto
como sea posible,
convertidla en salario,
a fin de que aquél que
lo reciba no se
avergüence.
(Obra
citada,
capítulo
XVI, ítems 11 y 13.)
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