Una seria crisis se
abatió sobre el
movimiento cristiano de
los primeros días.
Santiago y varios
seguidores eran
partidarios de la
circuncisión apoyados en
la ley mosaica, mientras
Pablo y otros defendían
la total independencia
del Evangelio.
La circuncisión era un
rito exterior, una
“señal de pacto”, a ser
puesto en todos los
descendientes masculinos
de Abrahán, a fin de
quedar como memorial de
la Alianza que Yahvé,
así, establecía con su
pueblo. Significaba un
compromiso tanto con el
pueblo de Israel, como
con el propio Dios de
Israel. Rechazar la
circuncisión
resultaba ser
“expulsado” de su pueblo
(Gn 17,10-14). Los
extranjeros que desearan
entrar en la comunión
con el pueblo de Israel
y con su Dios, así como
celebrar la Pascua y
participar de otras
bendiciones, tenían que
someterse a este rito,
la circuncisión,
cualquiera que fuera su
edad (Gn 34,14-17, 22;
P.ej 12, 48). La
circuncisión fue hecha
un requisito obligatorio
de la ley mosaica. “Y,
el octavo día, se
circuncidará al niño la
carne de su prepucio”
(Lv 12,13). Eso era tan
importante que, si el
octavo día cayera en el
altamente respetado
Sábado, aun así se debía
realizar la circuncisión
(Jo 7, 22-23). Juan el
Bautista, Jesús y Pablo
fueron circuncidados al
“octavo día” (Lc 1,59;
2, 21; Fl 3, 5).
Pablo comprendió la
cuestión con rara
profundidad y mantuvo
viva una preocupación,
observando las polémicas
que surgían en torno
a ese asunto, así como
de los alimentos puros e
impuros, y la
determinación de los
judíos cristianos de no
sentarse a la mesa de
comidas comunes con los
cristianos griegos, ni
frecuentarles los
hogares. Como él temía,
el problema amenazaba de
ruptura la comunidad
cristiana y colocaba en
peligro el trabajo que
venía realizando entre
los gentíos. (1)
Los hermanos de
Jerusalén, que nunca
habían salido de su
tierra y no comprendían
la situación de los
gentiles, no
consideraban los
conversos del gentilismo
como verdaderos
cristianos, afirmando
que no podrían haber
sido aceptados sin antes
admitir la ley mosaica.
Esa cuestión no
preocupaba a los judíos
convertidos, tampoco los
prosélitos (2)
convertidos. Sin
embargo, en la comunidad
de Antioquia, que era
constituida, en su gran
mayoría, por cristianos
con origen en el
paganismo (3),
cuyos lazos con el
judaísmo eran muy
débiles, surgían serias
dificultades.
Jesús hubo prometido
perfeccionar la Ley
-
Para estos, se sujetaron
al rito de la
circuncisión o los
rituales de la ley
mosaica se constituía en
fardo inaceptable,
reduciendo la
experiencia de la
libertad cristiana a la
estrechez de la sinagoga
y negando la
universalidad del
mensaje de salvación de
Jesús.
Había por detrás de todo
eso un grave y doble
problema, uno de cuño
religioso, otro de
carácter social. Si
continuaba así,
tendríamos cristianos de
primera clase o
cristianos enteros y
medio-cristianos,
creando en el
cristianismo naciente
dos agrupaciones: uno
interior y otro
exterior. La visión
judaizante, concentrada
en
Jerusalén y liderada por
Santiago, afirmaba que
Jesús hubo nacido bajo
la Ley de Moisés, y que
había dicho no haber
venido a anularla, sino
a darle cumplimiento,
así como había afirmado
que ella se cumpliría
hasta la última tilde y
el último iota (4)
(Mt 5, 17-18).
Se olvidaban de que
Jesús había prometido
perfeccionar la Ley y
que en muchos pasajes se
expresó así: “Los
antiguos decían... pero
yo os digo” (Mt 5,
21-22; Jo 8).
Emmanuel rescata y
aclara esos momentos en
su magnífica obra Pablo
y Esteban,
presentándonos en el
capítulo V - Luchas por
el Evangelio – las
discusiones más críticas
y decisivas, las cuales
nos traen excelente
material de reflexión y
aprendizaje a nosotros
que buscamos estar
preparados para los
episodios
de crisis que ocurren en
nuestras vidas y aún, en
el seno de las
instituciones espíritas,
entre sus trabajadores.
“Las reuniones
espíritas ofrecen
grandísimas ventajas,
por permitir que los que
en ella toman parte se
esclarezcan, mediante el
intercambio de ideas,
por las cuestiones y
observaciones que se
hagan, de las cuales
todos aprovechan. Pero,
para que produzcan todos
los frutos deseables,
requieren condiciones
especiales, que vamos a
examinar, por cuanto
erraría quien la
comparase a las
reuniones ordinarias.”
(El Libro de los
Médiums – cap. XXIX –
ítem 324.)
La propuesta de estos
informes simples es
identificarnos en los
embates entre los
pensamientos de Santiago
y Pablo, con la
mediación de Simón
Pedro, la ética de la
alteridad.
Ética, según el
diccionario Aurélio
Buarque de Holanda, es
el conjunto de normas y
principios que guían la
buena conducta humana;
estudio de los juicios
de apreciación
referentes a la conducta
humana, del punto de
vista del bien y del
mal.
El desafío de convivir
con quien piensa
diferente -
Alteridad es la calidad
o naturaleza de que es
otro, diferente. Podemos
entender que alteridad
es colocarse en el lugar
del otro en una relación
interpersonal, con
consideración,
valorización,
identificación, y
dialogar con el otro. El
ejercicio de la
alteridad se aplica
a las relaciones tanto
entre individuos como
entre grupos culturales
religiosos, científicos,
étnicos etc. Por lo
tanto, el
establecimiento de una
relación de paz con los
diferentes, la capacidad
de convivir bien con la
diferencia de la cual el
otro es portador, eso es
la ética de la
alteridad.
La práctica de la
alteridad se conduce de
la diferencia a la suma
en las relaciones
interpersonales entre
los seres humanos.
Alteridad es una palabra
que viene ganando uso
acentuado en los medios
sociales del siglo XXI,
sin embargo la palabra
en sí no sirve para
nada, si no fuera
acompañada de la
práctica.
“Porque, si sólo amarais
a los que os aman, ¿cual
será vuestra recompensa?
¿No proceden así también
los publícanos? Si sólo
a vuestros hermanos
saludáis, ¿que es lo que
con eso hacéis más que
los otros? ¿No hacen
otro tanto los paganos?”
(Mt 5, 46-47 – El
Evangelio Según el
Espiritismo, Cap.
XII – ítem 1.)
El desafío de convivir
con los que piensan
diferente de nosotros,
con los contrarios, y
aprender a respetarlos y
amarlos en su
diversidad, constituye,
aún y
significativamente, un
desafío ético en los
centros espíritas y para
sus dirigentes y
colaboradores.
Para eso no necesitamos
desistir de nuestra
visión y de defenderla,
como vemos en Pablo y
Esteban, en la página
471, durante la
discusión de Bernabé y
Pablo:
“El ambiente se hubo
cargado de nerviosismo.
Los gentiles de
Antioquia miraban al
orador, enternecidos y
agradecidos. Los
simpatizantes del
farisaísmo, al
contrario, no escondían
su rencor, en base a
aquel coraje casi audaz.
En ese instante, con
ojos inflamados por
sentimientos
indefinibles, Bernabé
tomó la palabra, en
cuanto el orador hacía
una pausa, y consideró:
— Pablo, soy de los que
lamentan tu actitud en
este paso. ¿Con qué
derecho podrás atacar la
vida pura del
continuador de Cristo
Jesús?
La charla del ex-rabino
era ruda y franca -
Eso, lo inquiría él en
tono altamente
conmovedor, con la voz
embargada de lágrimas.
Pablo y Pedro eran sus
mejores y más queridos
amigos.
Lejos de impresionarse
con la pregunta, el
orador respondió con la
misma franqueza:
— Tengo, sí, un derecho:
— el de vivir con la
verdad, el de abominar
la hipocresía, y, lo que
es más sagrado — el de
salvar el nombre de
Simón de las arremetidas
farisaicas, cuyas
sinuosidades conozco,
por constituir la
vorágine oscura de donde
pude salir para las
claridades del Evangelio
de la redención.
La charla del ex-rabino
continuó ruda y franca.
De cuando en cuando,
Bernabé surgía con un
aparte, haciendo la
contienda más reñida.
Sin embargo, en todo el
curso de la discusión,
la figura de Pedro era
la más impresionante por
la augusta serenidad del
semblante tranquilo.”
Las diferencias entre
los posicionamientos no
deben ser,
necesariamente,
rotuladas de defectos o
que sirvan de
referencias para causar
la indiferencia o la
criba, solamente porque
no comprendemos las
elecciones y la
trayectoria del otro, lo
que ciertamente
conseguiremos ecuacionar
mejor al adquirir la
ética de la alteridad.
Por la relación de
alteridad es posible
establecer una relación
pacífica y constructiva
con los diferentes, en
la medida en que se
identifique, entienda y
aprenda a aprender con
el contrario.
Para que el proceso de
aprendizaje de la
alteridad ocurra, con
todo, debemos atentar
para algunos aspectos de
las diferencias:
a) Identificación –
para eso debemos
eliminar cualquier
prejuicio y atener en la
real identificación de
los posicionamientos del
otro, sabiendo que
dependen de su
estructura psíquica,
formada a lo largo de
las múltiples
experiencias de esta y
de otras vidas;
b) Comprensión –
busquemos entender las
razones conscientes e,
incluso, las
inconscientes (miedos,
anhelos y motivaciones),
para que no hagamos
evaluaciones
superficiales o
definitivas y cerradas,
que impidan de ampliar
la comprensión de la
postura del otro y de la
diferencia identificada;
c) Aprendizaje – esta
fase nos permite la
accesibilidad mutua, la
receptividad a los
sentimientos del otro,
facultándonos una
relación de aprendizaje
y la aproximación por
los aspectos que nos
unen, permitiendo que la
aclaración y la madurez
por las experiencias
vividas a lo largo del
tiempo nos traigan la
sabiduría.
Pedro tenía delante de
sí un dilema difícil -
Podemos aprender mucho
sobre la identificación
de las diferencias en
este relato de Emmanuel
sobre los pensamientos
de Simón Pedro:
“En aquellos rápidos
instantes, el Apóstol
galileo consideró la
sublimidad de su tarea
en el campo de batalla
espiritual, por las
victorias del Evangelio.
De un lado estaba
Santiago, cumpliendo una
elevada misión junto al
judaísmo; de sus
actitudes conservadoras
surgían incidentes
felices para el
mantenimiento de la
iglesia de Jerusalén,
erguida como un punto
inicial para la
cristianización del
mundo; de otro lado
estaba la figura
poderosa de Pablo, el
amigo sin temor de los
gentiles, en la
ejecución de una tarea
sublime; de sus actos
heroicos derivaba toda
una torrente de
iluminación para los
pueblos idólatras. ¿Cuál
es el mayor a sus ojos
de compañero que había
convivido con el Maestro
y de él hubo recibido
las más altas lecciones?
En aquella hora, el
ex-pescador rogó a Jesús
le concediera la
inspiración necesaria
para la fiel observancia
de sus deberes.”
Pedro también nos ayuda
en la experiencia del
entendimiento del otro:
“Era preciso ser justo,
sin parcialidad o falsa
inclinación, El Maestro
hubo amado a todos,
indistintamente. Hubo
Repartido los bienes
eternos con todas las
criaturas. A su mirar
compasivo y magnánimo,
gentiles y judíos eran
hermanos. Experimentaba,
ahora, una singular
claridad para examinar
conscientemente las
circunstancias.
Debía amar a Santiago
por su cuidado generoso
con los israelitas, así
como a Pablo de Tarso
por su dedicación
extraordinaria a todos
cuantos no conocían la
idea del Dios justo.
El ex-pescador de
Cafarnaún notó que la
mayoría de la asamblea
le dirigía curiosas
miradas. Los compañeros
de Jerusalén dejaban
percibir cólera íntima,
en la extrema palidez
del rostro. Todos
parecían convocarlo a la
discusión. Bernabé tenía
los ojos rojos de llorar
y Pablo parecía cada vez
más franco, fustigando
la hipocresía con su
lógica fulminante. El
Apóstol preferiría el
silencio, de modo a no
perturbar la fe ardiente
de cuantos se agrupaban
en la iglesia bajo las
luces del Evangelio;
midió la extensión de su
responsabilidad en aquel
minuto inolvidable.
Encolerizarse sería
negar los valores de
Cristo y perder sus
obras; inclinarse
para Santiago sería la
parcialidad; dar
absoluta razón a los
argumentos de Pablo no
sería justo. Buscó
incorporar en la mente
las enseñanzas del
Maestro y recordó la
inolvidable sentencia: —
el que desease ser el
mayor fuera el siervo de
todos. Ese precepto le
proporcionó inmenso
consuelo y gran fuerza
espiritual.”
Pedro entonces se
levantó y pidió la
palabra -
El aprendizaje de la
alteridad demostrado por
Pedro, a lo largo de los
años, fue determinante
para el ecuacionamiento
de la cuestión
fundamental:
“Cuando el ex-pescador
reconoció que las
divergencias
proseguirían
indefinidamente, se
levantó y pidió la
palabra, haciendo la
generosa y sabia
exhortación de que los
Actos de los Apóstoles
(capítulo 15º,
versículos 7 y 11)
ofrecen noticia:
— Hermanos — comenzó
Pedro, enérgico y sereno
—, bien sabéis que, de
hace mucho, Dios nos
eligió para que los
gentiles oyeran las
verdades del Evangelio y
creyeran en su Reino.
El Padre, que conoce los
corazones, dio a los
circuncisos y a los
incircuncisos la palabra
del Espíritu Santo. El
día glorioso del
Pentecostés las voces
hablaron en la plaza
pública de Jerusalén,
para los hijos de Israel
y de los paganos. El
Todo-Poderoso determinó
que las verdades fueran
anunciadas
indistintamente. Jesús
afirmó que
los cooperadores del
Reino llegarían del
Oriente y del Occidente.
No comprendo tantas
controversias, cuando la
situación es tan clara a
nuestros ojos.
El Maestro ejemplificó
la necesidad de
armonización constante:
charlaba con los
doctores del Templo;
frecuentaba la casa de
los publícanos; tenía
expresión de buen ánimo
para todos los que se
frustraban de esperanza;
aceptó el último
suplicio entre los
ladrones. ¿Por qué
motivo debemos guardar
una pretensión de
aislamiento
de aquellos que
experimentan la
necesidad mayor? Otro
argumento que no
deberemos olvidar es el
de la llegada del
Evangelio al mundo,
cuando ya poseíamos la
Ley. Si el Maestro nos
lo trajo, amorosamente,
con los más pesados
sacrificios, ¿sería
justo enclaustrarnos en
las tradiciones
convencionales,
olvidando el campo de
trabajo? ¿No mandó
Cristo que predicáramos
la Buena Nueva a todas
las naciones? Claro que
no podremos despreciar
el patrimonio de los
israelíes. Tenemos que
amar a los hijos de la
Ley, que somos nosotros,
la expresión de
profundos sufrimientos y
de elevadas experiencias
que nos llegan al
corazón a través de
cuantos
precedieron a Cristo, en
la tarea milenaria de
preservar la fe en el
Dios único; pero ese
reconocimiento debe
inclinar nuestra alma
para el esfuerzo en la
redención de todas las
criaturas.
La alteridad nos enseña
a tratar bien a todos -
Abandonar el gentío a la
propia suerte sería
crear un duro
cautiverio, en vez de
practicar aquel amor que
borra todos los pecados.
Es por el hecho de mucho
comprender a los judíos
y de mucho estimar los
preceptos divinos, que
necesitamos establecer
la mejor
fraternidad con el
gentío, convirtiéndolo
en elemento de
fructificación divina.
Creemos que Dios nos
purifica el corazón por
la fe y no por las
ordenanzas del mundo. Si
hoy rendimos gracias por
el triunfo glorioso del
Evangelio, que instituyó
nuestra libertad, ¿cómo
imponer a los nuevos
discípulos un yugo que,
íntimamente, no podemos
soportar? Supongo,
entonces, que la
circuncisión no deba
constituir un acto
obligatorio para cuantos
se conviertan al amor de
Jesucristo, y creo que
sólo nos salvaremos por
el favor divino del
Maestro, extendido
generosamente a nosotros
y a ellos también.”
Podemos aprender mucho
con esos embates entre
Pablo y Santiago en las
“Luchas por el
Evangelio” y,
principalmente, con el
seguro y experto
liderazgo de Simón
Pedro.
“La exhortación del
ex-pescador daba margen
a numerosas
interpretaciones; si
hablaba en el respeto
amoroso a los judíos, se
refería también a un
yugo que no podía
soportar. Nadie, sin
embargo, osó negarle la
prudencia y buen sentido
indudables. (...) Había
en todo, ahora, una nota
de satisfacción general.
Las observaciones de
Pedro calaron hondo en
todos los compañeros.”
No nos olvidemos de que
no tenemos mérito
ninguno en tratar bien a
quién nos trata bien
también, pero sí en
tratar bien a quién no
nos trata bien. Por la
relación de alteridad es
posible que tratemos
bien a todos,
independientemente de
cómo nos tratan. El
crecimiento es eminente
cuando lidiamos con
aquellos que piensan,
sienten y obran
diferente de la gente,
en una relación de
alteridad.
Solamente alcanzaremos
la alteridad si nos
dispusiésemos a, delante
del diferente, parar,
mirar, oír con atención,
ponderar con calma y,
solamente, después de
eso, actuar con
equilibrio y
determinación, siempre
apoyados en el bueno
sentido y en la fe
razonada a la luz del
Consolador
Prometido.
Notas:
(1)
Gentios: povos ou nações
não israelitas.
(2)
Prosélito: converso,
isto é,
alguém que abraçou o
judaísmo, sendo
circuncidado, se homem.
(3)
Paganismo: é um termo
geral, normalmente usado
para se referir a
tradições religiosas
politeístas.
(4)
Iota:
é a nona letra do alfabeto
grego.
Fontes:
XAVIER, Francisco
Cândido. Paulo e
Estêvão. Pelo
Espírito Emmanuel.
36.ed. Rio de Janeiro:FEB,
2001. cap. V.
KARDEC, Allan. O
Evangelho segundo o
Espiritismo. 112.
ed. Rio [de Janeiro]:FEB,
1996. cap. III – item 2.
KARDEC, Allan. O
Livro dos Médiuns.
ed. 112. ed. Rio
[de Janeiro]:FEB, cap. XXIX. item 324.