Caio era um niño muy
pobre.
El padre, que era
albañil, había fallecido
en un accidente de
trabajo. Y la madre
trabajaba bastante para
mantener la familia,
compuesta de él y dos
hermanos más pequeños;
sin embargo muchas veces
pasaban hambre y se iban
a dormir con el estómago
vacío.
Caio deseaba poder
trabajar y ganar dinero
para ayudar a la madre,
sin embargo, como era
pequeño, no podía.
Todas las noches, Caio
oraba a Jesús,
conversando con él y
suplicando ayuda para su
familia:
— Jesús, yo sé que tu
fuiste un niño muy pobre
también, como yo. ¡Sin
embargo, José, tu padre,
era carpintero y te
enseñó a trabajar con la
madera! Pero yo no tengo
nadie que me ayude.
¡Entonces te pido, por
favor, haz que aparezca
alguien para ayudarme!
Alguien que me enseñe a
hacer alguna cosa para
ganar dinero y comprar
comida para mi familia.
Quedaré agradecido con
cualquier cosa que
mandaras, pues no soy
exigente. ¡Buenas noches
y gracias!
Al día siguiente, lleno
de ánimo, Caio se
levantaba pronto y salía
a la calle para
descubrir algo para
hacer. A veces, él
barría la venta del Sr.
José, otras cargaba
compras o lavaba el
patio para D. Clara, y
así ganaba algunas
monedas que usaba para
lo que necesitara. Ese
día, fue hasta la
panadería y compró pan.
 |
Estaba cansado de
trabajar haciendo
pequeños trabajos,
cuando decidió cambiar
de rumbo.
Caminando por otro lado
de la ciudad, llegó
hasta un pequeño río.
Allí estaba un hombre
con una caña de pescar
en la mano, con los ojos
fijos en el riachuelo.
Caio se aproximó y quedó
quieto, observando al
hombre pescar. Al
percibir al chico, el
hombre preguntó:
— ¿Sabes pescar, chico?
|
Caio balanceó la cabeza
negativamente.
— ¿Quieres aprender?
— ¡Claro que quiero!
Pero no tengo caña.
— Yo te dejo una. Ahora
presta atención.
Y fue explicando al niño
como hacer para pescar.
Le mostró donde coger
lombrices para servir de
cebo, y le colocó la
caña en la mano.
— Ahora, debes hacer
silencio para atraer a
los peces. Así como
haces cuando vas a orar
a Jesús, ¿entendiste?
Caio abrió mucho los
ojos, admirado. ¿Habría
sido aquel hombre
mandado por Jesús? ¡Con
seguridad! ¡Los
compañeros de Jesús eran
pescadores y Jesús salía
con ellos para pescar! —
recordó lleno de
alegría.
Más animado, se sentó y
se puso a pescar.
¡Luego, había un pez en
la caña!
Todo contento, dijo al
buen hombre:
— Gracias. Ahora me voy,
pues ya tengo comida
para mi familia.
Ciertamente mis hermanos
y mi madre tienen
hambre. El señor me
ayudó mucho hoy. ¡Pienso
que hasta fue enviado
por Jesús!
El hombre sonrió y le
saludó con la mano como
despedida.
De aquel día en delante
la vida de Caio cambió.
Aprendiendo a pescar,
nunca más faltó alimento
en su casa, pues él
vendía los peces que
pescaba y aún llevaba
para casa.
Caio creció, se hizo
hombre, pero jamás
olvidó que, en momento
de gran necesidad, Jesús
lo hubo socorrido a
través de un pescador.
|
 |
Lleno de gratitud al
Maestro, siempre que
podía Caio ayudaba a
otras personas que
estaban en dificultades,
y con esa actitud
percibía que las
bendiciones del Cielo
aumentaban cada vez más
en su vida. |
Abriendo el Evangelio,
Caio entendió esa
realidad al leer que
Jesús decía: Tratad a
todos los hombres como
querríais que ellos os
trataran.
TIA CÉLIA
|