Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. La
perfección moral
¿consiste en la
maceración de nuestro
cuerpo?
B. ¿Cuál
es el significado de la
parábola del festín de
bodas?
C.
¿Podemos considerar
discípulos de Jesús a
las personas que pasan
los días orando, pero
no por ello son ni
mejores, ni más
caritativos, ni más
tolerantes?
D. ¿Cuál
es el significado de la
enseñanza: “Mucho se
pedirá a quien mucho se
le ha dado”?
Texto para la lectura
250. Ya
sea que la fortuna nos
haya venido de nuestra
familia, o la hayamos
ganado con nuestro
trabajo, hay una cosa
que no debemos olvidar
nunca: que todo proviene
de Dios, y todo vuelve a
Dios. Nada en la Tierra
nos pertenece, ni
siquiera nuestro pobre
cuerpo: la muerte nos
despojará de él como de
todos los bienes
materiales. Somos
depositarios y no
propietarios, no nos
engañemos. Dios nos lo
ha prestado y tenemos
que devolvérselo; y Él
nos lo presta con la
condición de que lo
superfluo, por lo menos,
les quede a los que
carecen de lo necesario.
(Cap. XVI, ítem 14,
Lacordaire)
251. Aquí
tenemos lo que la
doctrina nos enseña
acerca del
desprendimiento de los
bienes terrenos.
Resumiré así la
enseñanza – dice
Lacordaire: “Sabed
contentaros con poco. Si
sois pobres, no
envidiéis a los ricos,
porque la riqueza no es
necesaria para la
felicidad. Si sois
ricos, no olvidéis que
los bienes de los que
disponéis sólo os han
sido confiados y que
deberéis justificar su
empleo, como si
rindieseis cuentan de
una tutela”.
(Cap.
XVI, ítem 14,
Lacordaire)
252. El
hombre puede
perfectamente
transmitir, después de
su muerte, aquello que
gozó durante su vida,
porque el efecto de ese
derecho está siempre
subordinado a la
voluntad de Dios que
puede, cuando quiere,
impedir que sus
descendientes gocen de
lo que les fue
transmitido. He ahí por
qué se desmoronan las
fortunas que parecían
estar sólidamente
establecidas.
(Cap.
XVI, ítem 15, San Luis)
253.
“Amad a vuestros
enemigos; haced el bien
a los que os odian y
orad por los que os
persiguen y calumnian.
Porque si sólo amáis a
los que os aman, ¿qué
recompensa tendréis?
¿No hacen así también
los publicanos? Si
saludáis únicamente a
vuestros hermanos,
¿hacéis con eso más que
los otros? ¿No hacen eso
mismo los gentiles? Sed,
pues, vosotros
perfectos, como vuestro
Padre celestial es
perfecto.” (Mateo, cap.
V, vv. 44 a 48.) Estas
palabras:
“Sed perfectos, como
vuestro Padre celestial
es perfecto” deben
entenderse en el sentido
de la perfección
relativa, aquella de la
que la Humanidad es
susceptible y que la
acerca más a la
Divinidad. ¿En qué
consiste esta
perfección? Jesús lo
dijo: “En amar a
nuestros enemigos, en
hacer el bien a los que
nos odian, en orar por
los que nos persiguen”.
La esencia de la
perfección es la caridad
en su más amplia
acepción, porque implica
la práctica de todas las
demás virtudes.
(Cap.
XVII, ítems 1 y 2)
254. El
Espiritismo no instituye
ninguna moral nueva;
sólo facilita a los
hombres la comprensión y
la práctica de la moral
cristiana,
proporcionando una la fe
inquebrantable y
esclarecida a los que
dudan o vacilan. El
verdadero espírita y el
cristiano verdadero son
una única y misma cosa.
(Cap.
XVII, ítems 4)
255. La
parábola del sembrador
fue contada y explicada
por Jesús: “Cualquiera
que escucha la palabra
del reino y no le presta
atención, viene el
espíritu maligno y le
quita lo que fue
sembrado en su corazón.
Éste es el que recibió
la semilla junto al
camino. Aquél que recibe
la semilla en medio de
las piedras es el que
escucha la palabra y la
recibe con alegría en el
primer momento. Pero, al
no tener raíces en sí,
dura sólo un tiempo
corto. Y cuando
sobrevienen los
contratiempos y
persecuciones por causa
de la palabra, la
considera motivo de
escándalo y de caída.
Aquél que recibe la
semilla entre espinas es
el que oye la palabra,
pero luego las
inquietudes de este
siglo y el engaño de las
riquezas ahogan en él
aquella palabra y la
vuelven infructífera.
Pero aquél que recibe la
semilla en buena tierra
es el que escucha la
palabra, le presta
atención y ésta produce
frutos en él, rindiendo
cien o sesenta, o
treinta
por uno”. (Mateo, cap.
XIII, vv. 18 a 23.)
(Cap. XVII, ítem 5)
256. El
deber es la obligación
moral de la criatura
para consigo misma y
para con los demás. El
deber es la ley de la
vida. El deber íntimo
del hombre queda
entregado a su libre
albedrío. El aguijón de
la conciencia, guardiana
de la probidad interior,
le advierte y sostiene;
pero muchas veces se
muestra impotente ante
los sofismas de la
pasión.
(Cap.
XVII, ítem 7, Lázaro)
257. El
deber es el resumen
práctico de todas las
especulaciones morales;
es una bravura del alma
que enfrenta las
angustias de la lucha;
es austero y dócil;
pronto a doblarse ante
las más diversas
complicaciones, se
mantiene inflexible ante
las tentaciones. El
hombre que cumple su
deber ama a Dios más que
a las criaturas y ama a
las criaturas más que a
sí mismo. Es, a la
vez, juez y esclavo de
su propia causa.
(Cap.
XVII, ítem 7, Lázaro)
258. El
deber es el más hermoso
galardón de la razón;
desciende de ésta como
el hijo desciende de su
madre. El hombre tiene
que amar el deber, no
porque lo preserve de
los males de la vida,
males a los cuales la
Humanidad no puede
sustraerse, sino porque
confiere al alma la
fuerza necesaria para su
desarrollo. El deber
crece e irradia bajo una
forma más elevada en
cada una de las etapas
superiores de la
Humanidad, porque la
obligación moral de la
criatura hacia Dios no
cesa nunca.
(Cap.
XVII, ítem 7, Lázaro)
259. La
virtud, en su más alto
grado, es el conjunto de
todas las cualidades
esenciales que
constituyen al hombre de
bien. Ser bueno,
caritativo, laborioso,
sobrio y modesto, son
las cualidades del
hombre virtuoso.
Lamentablemente, casi
siempre las acompañan
pequeñas enfermedades
morales que las deslucen
y las atenúan. No es
virtuoso aquél que hace
ostentación de su
virtud, porque le falta
la cualidad principal:
la modestia; y tiene el
vicio que más se le
opone: el orgullo. La
virtud, verdaderamente
digna de este nombre, no
gusta de presumir.
(Cap.
XVII, ítem 8,
François-Nicolás-Madeleine)
260. Es a
la virtud así
comprendida, que los
benefactores
espirituales nos
invitan. A esta virtud
verdaderamente cristiana
y verdaderamente
espírita nos exhortan a
consagrarnos. Alejemos
de nuestros corazones
todo lo que sea orgullo,
vanidad y amor propio,
que siempre deslucen las
más bellas cualidades.
No imitemos al hombre
que se presenta como
modelo y él mismo
pregona sus cualidades a
todos los oídos
complacientes.
(Cap.
XVII, ítem 8,
François-Nicolás-Madeleine)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. La
perfección moral
¿consiste en la
maceración de nuestro
cuerpo?
No. La
perfección moral no
consiste en macerar el
cuerpo; ésta se
encuentra por completo
en las reformas por las
que hacemos pasar a
nuestro Espíritu.
Doblegarlo, someterlo,
humillarlo,
mortificarlo, he ahí el
medio de hacer nuestro
Espíritu más dócil a la
voluntad de Dios y el
único que nos podrá
llevar a la perfección.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, cap. XVII,
ítem 11.)
B. ¿Cuál
es el significado de la
parábola del festín de
bodas?
En esta
parábola, Jesús compara
el reino de los cielos,
donde todo es alegría y
felicidad, con un
festín. Al hablar de los
primeros invitados, hace
alusión a los hebreos,
que fueron los primeros
llamados por Dios al
conocimiento de su ley.
Los enviados del reino
son los profetas que
venían a exhortarlos a
seguir el camino de la
verdadera felicidad;
pero sus palabras eran
poco escuchadas; sus
advertencias eran
despreciadas; incluso
muchos fueron
masacrados, como los
siervos de la parábola.
Los invitados que se
excusan con el pretexto
de tener que cuidar sus
campos y sus negocios,
simbolizan a las
personas mundanas que,
absorbidas por las cosas
terrenas, se mantienen
indiferentes hacia las
cosas celestiales.
Los
hebreos fueros los
primeros en practicar de
manera pública el
monoteísmo; a ellos les
transmitió Dios su ley,
primero a través de
Moisés, después por
intermedio de Jesús. Fue
de aquél pequeño foco
que partió la luz
destinada a esparcirse
por todo el mundo, a
triunfar sobre el
paganismo y a dar a
Abraham una posteridad
espiritual tan numerosa
como las estrellas del
firmamento. Sin embargo,
abandonando del todo la
idolatría, los judíos
despreciaron la ley
moral para aferrarse a
lo más fácil: la
práctica de la forma
exterior del culto. El
mal llegó a su colmo; la
nación, además de
esclavizada, era
arruinada por las
facciones y dividida por
las sectas; la
incredulidad había
llegado hasta el
santuario.
Entonces
apareció Jesús, enviado
para llamarlos a la
observancia de la Ley y
para abrirles los nuevos
horizontes de la vida
futura. Los primeros
invitados al gran
banquete de la fe
universal rechazaron la
palabra del celestial
Mesías y lo inmolaron.
Así perdieron el fruto
que hubieran podido
cosechar de la
iniciativa que les tocó.
Pero sería injusto
acusar a todo el pueblo
por tal estado de cosas.
La responsabilidad le
correspondía
principalmente a los
fariseos y a los
saduceos, que
sacrificaron a la nación
por el orgullo y el
fanatismo de unos y por
la incredulidad de los
otros. Son ellos, pues,
sobre todo, a quienes
Jesús identifica como
los convidados que
rechazan asistir al
festín de bodas.
Después, agrega: “Viendo
esto, el Señor ordenó
invitar a todos los que
fuesen encontrados en
los cruces de los
caminos, buenos y
malos”. Quería decir de
este modo, que la
palabra iba a ser
predicada a todos los
demás pueblos, paganos e
idólatras, y éstos, al
aceptarla, serían
admitidos en el festín,
en lugar de los primeros
invitados. Pero
no basta
ser invitado; no basta
creerse cristiano ni
sentarse a la mesa para
tomar parte en el
banquete celestial. Es
necesario, ante todo y
como condición expresa,
estar
revestido con la túnica
nupcial, es decir, tener
puro el corazón y
cumplir la ley según el
espíritu. Ahora bien,
toda la ley está
contenida en estas
palabras: Fuera de la
caridad no hay salvación.
Pero entre todos los que
escuchan la palabra
divina, ¡cuán pocos son
los que la guardan y la
aplican con provecho!
¡Cuán pocos se hacen
dignos de entrar en el
reino de los cielos! He
ahí por qué Jesús dijo:
Muchos serán los
llamados, pero pocos
serán los escogidos.
(Obra
citada, cap. XVIII,
ítems 1 y 2.)
C.
¿Podemos considerar
discípulos de Jesús a
las personas que pasan
los días orando, pero
no por ello son ni
mejores, ni más
caritativos, ni más
tolerantes?
No,
porque del mismo modo
que los fariseos, tales
personas tienen la
oración en los labios y
no en el corazón. Por la
forma podrán imponerse a
los hombres; pero no a
Dios. En vano dirán a
Jesús: “¡Señor! ¿No
profetizamos, es decir,
no enseñamos en tu
nombre, no expulsamos
demonios en tu nombre,
no comimos y bebimos
contigo?” Él les
responderá: “No sé
quiénes sois; apartaos
de mí, vosotros que
cometéis iniquidades,
vosotros que desmentís
con los actos lo que
decís con los labios,
que calumniáis a vuestro
prójimo, que despojáis a
las viudas y cometéis
adulterio. Apartaos de
mí, vosotros cuyo
corazón destila odio y
hiel, que derramáis la
sangre de vuestros
hermanos en mi nombre,
que hacéis que corran
lágrimas, en vez de
enjugarlas. Para
vosotros, habrá llanto y
crujir de dientes,
porque el reino de Dios
es para los que son
mansos, humildes y
caritativos. No esperéis
doblegar la justicia del
Señor por la
multiplicidad de
vuestras palabras y de
vuestras genuflexiones.
El único camino que os
está abierto para hallar
gracia ante de Él, es la
práctica sincera de la
ley de amor y de
caridad”.
(Obra
citada, cap. XVIII,
ítems 6, 7 y 9.)
D. ¿Cuál
es el significado de la
enseñanza: “Mucho se
pedirá a quien mucho se
le ha dado”?
Estas
palabras indican que
aquél que sabe mucho
tiene una mayor
responsabilidad,
comparado con los que
nada o poco saben. En
este sentido, cualquiera
que conozca los
preceptos de Cristo y no
los practica,
seguramente, es culpable
porque no podrá alegar
nada en su favor ante el
tribunal de la propia
consciencia. A los
espíritas, pues, se les
será pedido mucho porque
mucho han recibido; pero
en compensación, a los
que hayan aprovechado,
mucho se les dará.
(Obra
citada, cap. XVIII,
ítems 10 a 12.)
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