Eloy, chico de seis años
y con mucha imaginación,
estaba siempre con la
cabecita en las nubes,
pensando en alguna
aventura para realizar.
Cuando él se quedaba con
los ojos parados, fijos
a lo lejos, era cierto:
estaba inventando una
nueva y arriesgada
proeza.
Su madre, Lia, estaba
siempre con sobresalto.
Cuando no veía a Eloy
cerca, ya gritaba:
— ¡Eloy! ¿Dónde estás
tú? — porque tenía
seguridad de que él
estaría inventando
alguna cosa peligrosa
para hacer.
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Cierto día, llegando la
casa y no viendo al hijo
cerca, Lia comenzó a
buscarlo. Tras mucho
llamar, encontró al niño
en lo alto de un árbol,
dentro de un gran tambor
de plástico, que había
apoyado entre dos ramas
y que se equilibraba por
verdadero milagro. La
madre se heló de susto.
— ¡Eloy! ¿Cómo
conseguiste subir hasta
|
ahí, hijo mío?
¡Desciende ya!
¡Es muy
peligroso! |
El niño puso la cabeza
por fuera del tambor y
todo feliz explicó:
— ¡Esta es mi nave
espacial, mamá! ¡Estoy
viajando por el espacio!
— ¡Pues desciende ya,
Eloy! — ordenó la madre,
aterrada.
Contrariado, el chico
descendió protestando:
— Mamá, tú estropeaste
mi juego. ¡Yo
estaba divirtiéndome
tanto!
Otra vez, en la cocina,
donde preparaba el
almuerzo, mirando por la
ventana, la madre vio a
Eloy caminando sobre el
muro alto que contornaba
la casa.
— ¡Eloy! ¡Desciende ya
de ahí! ¡¿Qué estás
haciendo?!... — ordenó
ella, preocupada.
Llorando, el niño
descendió y explicó para
la madre que estaba
caminando entre las
estrellas, visitando los
planetas y hablando con
un pequeño cometa. Y
concluyó amargado,
corriendo para el
cuarto:
— Tú estropeaste mi
juego, mamá.
La madre entendía que el
hijo tenía mucha
imaginación, sin embargo
no podía permitir que
actuara de esa forma,
pues era pequeño y no
tenía noción del
peligro. ¡¿Qué
hacer?!...Todos los días
eran una novedad. Él
siempre estaba haciendo
alguna cosa peligrosa.
|
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En aquella noche, la
madrecita habló con el
marido, hablándole de su
preocupación.
— Querida, tú tienes
toda la razón. Pero
tenemos que confiar en
Jesús.
Vamos a orar — aconsejó
el padre.
Entonces, la madre cerró
los ojos y oró a Jesús,
suplicando la ayuda de
los Amigos Espirituales.
Comprendía la capacidad
de imaginación del hijo,
sin embargo Eloy estaba
viviendo de forma
peligrosa, lo que ella,
como madre y responsable
por él, no podría
admitir. Sin embargo,
¡¿cómo impedirle los
vuelos de la fantasía,
si era su alma que
buscaba aventuras?!...
Y en lágrimas, ella
suplicaba:
— ¡Jesús querido,
ayúdame! ¡Ampara a mi
hijo para que él viva de
manera menos peligrosa!
No soportaría si algo
pasara con Eloy.
¡Socórreme, Señor!
A la mañana siguiente,
la madre despertó más
tranquila. Despertó Eloy
para ir a la escuela. El
niño se arregló y fue
hasta la cocina donde la
madre preparaba el
desayuno. Luego, todos
estaban sentados
alrededor de la mesa.
Eloy, todo animado,
contó a la madre:
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— Mamá, esta noche tuve
un sueño muy bueno.
— ¡Ah! ¿Y qué soñaste
tú, hijo mío?
— Yo soñé que estaba en
mi cama durmiendo y, de
repente, desperté. Al
lado de la cama tenía a
un muchacho que yo nunca
había visto antes. ¡Él
dijo que es mi amigo y
que va a llevarme para
conocer el espacio! El
nombre de él es Orlando
— contó el niño con los
ojos muy abiertos.
Los padres
intercambiaron una
mirada de comprensión,
después se volcaron para
el niño, sorprendidos.
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— ¿Y qué mas él dijo,
Eloy? — indagó la madre.
— Mi amigo Orlando dijo
que no necesito imaginar
más juegos peligrosos,
pues voy a viajar de
verdad con él. Prometió
que me llevaría para
conocer lugares bonitos,
ciudades y un montón de
cosas.
— ¿Y como iréis
vosotros? ¿En una nave?
— preguntó el padre,
curioso.
— ¡No, papá, no es
necesario! — informó el
niño ante la ignorancia
del padre. — Orlando
cogió mi mano y dijo
sólo: ¡Ven conmigo!
Y el chico entusiasmado
continuó contando todo
feliz:
— Y nosotros fuimos
volando por el espacio.
¡Sólo eso! Él me llevó a
visitar un lindo jardín
lleno de niños, donde
jugué bastante. Orlando
explicó que aquellos son
niños que ya no viven
más aquí en la Tierra.
Ellos viven allá y
visitan a sus padres
aquí en el planeta o
ellos los visitan allí,
donde viven. ¿No es
bueno, mamá?
— Muy bueno, hijo mío.
¡Me encantó! — dijo la
madrecita con lágrimas
en los ojos.
La madre volvió a mirar
para el padre y,
mentalmente, elevó el
pensamiento de
agradecimiento a Jesús
por el socorro que le
había enviado a través
de un Amigo Espiritual.
Nunca más Eloy sintió
necesidad de crear
juegos peligrosos para
satisfacer su atracción
por el espacio cósmico.
Bien que Jesús había
dicho, mostrando el
camino a todos los
necesitados: Quién pide,
recibe; quién busca,
halla; y a quien golpea
la puerta, ella será
abierta.
MEIMEI
(Recebida por Célia
Xavier de Camargo, em
3/6/2013.)
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