Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cómo
se reconoce a los
verdaderos cristianos?
B.
¿Cuáles son las montañas
que la fe puede mover?
C. ¿Puede
la fe ayudar en el
proceso de curación de
las enfermedades?
D. ¿Cómo
define Kardec la fe y la
fe inquebrantable?
Texto para la lectura
261. La
virtud es una gracia que
deseo para todos los
espíritas sinceros. Sin
embargo, les diré: Más
vale poca virtud con
modestia que mucha con
orgullo. Por el orgullo
se han perdido
humanidades
sucesivamente; por la
humildad un día se
deberán redimir. (Cap.
XVII, ítem 8,
François-Nicolás-Madeleine)
262. La
autoridad, como la
riqueza, es una
delegación de la que
tendrá que rendir
cuentas aquél que esté
investido de ella. No
creáis que ésta le sea
concedida para
proporcionarle el vano
placer de mandar; ni
tampoco, según supone la
mayoría de los poderosos
de la Tierra,
como un
derecho, una propiedad.
(Cap. XVII, ítem 9,
François-Nicolás-Madeleine)
263.
Quienquiera que sea
depositario de
autoridad, sea cual
fuere su extensión,
desde la del señor sobre
su siervo, hasta la del
soberano sobre su
pueblo, no debe olvidar
que tiene almas a su
cargo; que responderá de
la buena o mala
directiva que dé a sus
subordinados, y que
sobre él recaerán las
faltas que éstos
cometan, los vicios a
los que sean arrastrados
en consecuencia de esa
directiva o de los malos
ejemplos, del mismo modo
que recogerá los frutos
del cuidado que emplee
para conducirlos al
bien.
(Cap.
XVII, ítem 9,
François-Nicolás-Madeleine)
264. El
superior que se
encuentre compenetrado
de las palabas de
Cristo, no desprecia a
ninguno de los que se
encuentran sometidos a
él, porque sabe que las
distinciones sociales no
prevalecen ante la
mirada de Dios. El
Espiritismo le enseña
que, si hoy ellos le
obedecen, tal vez ya le
hayan dado órdenes, o
podrán darlas más tarde,
y que entonces él será
tratado como los trató
cuando ejercía autoridad
sobre ellos. (Cap. XVII,
ítem 9,
François-Nicolás-Madeleine)
265.
Pero, si el superior
tiene deberes que
cumplir, el inferior
también los tiene. Si su
posición le causa
sufrimientos, reconocerá
que sin duda los merece
porque probablemente
abusó en el pasado de la
autoridad que tenía,
correspondiéndole por lo
tanto experimentar, a su
vez, lo que hizo sufrir
a otros. Si se ve
forzado a soportar esa
posición por no
encontrar otra mejor, El
Espiritismo le enseña a
resignarse,
considerándola como una
prueba para su humildad,
necesaria para su
adelantamiento. Su
creencia guía su
conducta y le induce a
proceder como quisiera
que sus subordinados
procediesen con él, si
fuera el jefe. (Cap.
XVII, ítem 9,
François-Nicolás-Madeleine)
266.
“Entrad por la puerta
estrecha – dijo
Jesús -, porque ancha
es la puerta de la
perdición y espacioso el
camino que a ella
conduce, y muchos son
los que entran por ella.
¡Cuán pequeña es la
puerta de la vida! ¡Cuán
angosto el camino que a
ella conduce! Y ¡cuán
pocos la encuentran!”
(Mateo,
cap. VII, vv. 13 y 14.)
(Cap. XVIII, ítem 3)
267.
“Alguien le hizo esta
pregunta: Señor, ¿serán
pocos los que se salven?
Él les respondió:
Esforzaos para entrar
por la puerta estrecha,
porque os aseguro que
muchos tratarán
trasponerla y no podrán.
Y cuando el padre de
familia haya entrado y
cerrado la puerta, y
vosotros estando fuera
comencéis a tocar,
diciendo: Señor,
ábrenos; él os
responderá: No sé de
dónde sois. Comenzaréis
a decir: Comimos y
bebimos en tu presencia
y nos enseñaste en
nuestras plazas
públicas. Él os
responderá: No sé de
dónde sois; apartaos de
mí todos vosotros que
cometéis iniquidad.
Entonces, habrá llanto y
crujir de dientes,
cuando veáis a Abraham,
a Isaac, a Jacob y a
todos los profetas que
están en el reino de
Dios, y que vosotros
estáis de él excluidos.
Vendrán muchos del
Oriente y del Occidente,
del Norte y del Sur, que
participarán del festín
en el reino de Dios.
Entonces, los que fueron
los últimos serán los
primeros y los que
fueron primeros serán
los últimos.”
(Lucas, cap. XIII, vv.
23 a 30.) (Cap. XVIII,
ítem 4)
268.
Ancha es la puerta de la
perdición, porque las
pasiones malas son
numerosas y porque la
mayoría se encamina por
la senda del mal. Es
estrecha la de la
salvación, porque el
hombre que quiera
trasponerla debe hacer
grandes esfuerzos sobre
sí mismo para vencer sus
malas tendencias, a lo
que pocos se resignan.
Es el complemento de la
máxima: “Muchos son
los llamados y pocos los
escogidos”. (Cap.
XVIII, ítem 5)
269.
“No todos los que me
dicen: ¡Señor! ¡Señor!
entrarán en el reino de
los cielos; sólo entrará
aquél que hace la
voluntad de mi Padre,
que está en los cielos.
Muchos me dirán en ese
día: ¡Señor! ¡Señor! ¿No
profetizamos en tu
nombre? ¿No expulsamos
en tu nombre al demonio?
¿No hicimos muchos
milagros en tu nombre?
Entonces, yo les diré en
voz alta: Apartaos de
mí, vosotros que hacéis
obras de iniquidad.”
(Mateo, cap. VII, vv. 21
a 23.) (Cap. XVIII, ítem
6)
270.
Finalizando el conocido
Sermón de la Montaña,
Jesús afirmó: “Aquél,
pues, que oye estas
palabras mías y las
practica, será comparado
a un hombre prudente que
construyó su casa sobre
la roca. Cuando cayó la
lluvia, los ríos se
desbordaron, y soplaron
los vientos sobre la
casa, ésta no se
derrumbó porque estaba
edificada sobre la roca.
Pero aquél que oye mis
palabras y no las
practica, se asemeja a
un hombre insensato que
construyó su casa sobre
la arena. Cuando cayó la
lluvia, los ríos se
desbordaron y los
vientos soplaron y la
azotaron, ésta fue
derribada; grande fue su
ruina”. (Mateo, cap.
VII, vv. 24 a 27.) (Cap.
XVIII, ítem 7)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cómo
se reconoce a los
verdaderos cristianos?
Se
reconoce a los
verdaderos cristianos
por sus obras.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, cap. XVIII,
ítem 16.)
B.
¿Cuáles son las montañas
que la fe puede mover?
Las
montañas que la fe mueve
son las dificultades,
las resistencias y la
mala voluntad. Los
prejuicios de la rutina,
el interés material, el
egoísmo, la ceguera del
fanatismo y las pasiones
orgullosas son otras
tantas montañas que
obstruyen el camino de
quien trabaja por el
progreso de la
Humanidad. La fe
vigorosa da la
perseverancia, la
energía y los recursos
que hacen vencer los
obstáculos, tanto en las
cosas pequeñas como en
las grandes.
(Obra
citada, cap. XIX, ítems
1 y 2.)
C. ¿Puede
la fe ayudar en el
proceso de curación de
las enfermedades?
Sí. El
poder de la fe se
demuestra de manera
directa y especial en la
acción magnética; por su
intermedio, el hombre
actúa sobre el fluido,
agente universal,
modifica sus cualidades
y le da un impulso, por
decirlo así,
irresistible, y puede
realizar esos extraños
fenómenos de curaciones
y otros, considerados
antiguamente como
milagros, pero que es
sólo el efecto de una
ley natural.
(Obra
citada,
cap. XIX,
ítem 5.)
D. ¿Cómo
define Kardec la fe y la
fe inquebrantable?
Desde el
punto de vista
religioso, la fe
consiste en la creencia
en los dogmas
particulares que
constituyen las
diferentes religiones.
Bajo ese aspecto, la fe
puede ser razonada
o ciega. Sin
examinar nada, la fe
ciega acepta sin
verificación tanto lo
verdadero como lo falso,
y choca a cada paso con
la evidencia y la razón.
Llevada al extremo,
produce el fanatismo.
Al aceptar el error,
tarde o temprano se
desmorona; sólo la fe
que se fundamenta en la
verdad asegura su
futuro, porque no tiene
nada que temer del
progreso de las luces,
ya que
lo que es
verdadero en la
oscuridad, también lo es
a la luz del día.
La fe
necesita una base, y esa
base es la comprensión
perfecta de aquello que
se debe creer. Y, para
creer, no basta ver;
es necesario, sobre
todo, comprender.
La fe ciega ya no es de
este siglo. Al no
admitir pruebas, deja en
el espíritu un vacío, de
donde nace la duda.
La fe
razonada, que se apoya
en los hechos y en la
lógica, no deja ninguna
oscuridad. Entonces, la
criatura cree porque
tiene la certeza, y sólo
se tiene certeza porque
se ha comprendido. He
ahí por qué no cede.
La fe
inquebrantable es
aquella que puede mirar
de frente a la razón, en
todas las épocas de la
Humanidad.
(Obra
citada, cap. XIX, ítems
6, 7 y 12.)
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