Ser un hombre de
bien es nuestra
meta
La doctrina
espirita es muy
clara cuando nos
enseña cual es
el objetivo del
pasaje de los
Espíritus por la
experiencia de
la encarnación.
La encarnación
es esencial al
progreso
espiritual del
mundo y de
aquellos que en
él habitan, por
las
oportunidades
que ofrece, por
los desafíos que
presenta, por
las dificultades
que coloca en el
camino de seres
como nosotros,
destinados a la
perfección.
La
reencarnación, o
sea, la vuelta
del Espíritu a
una nueva
encarnación, es
no más que la
secuencia de ese
proceso, una vez
que una única
existencia en la
carne sería,
como nadie
ignora,
insuficiente
para que la meta
que aspiramos
sea finalmente
alcanzada.
Tornarse un
hombre de bien
es esa la meta.
¿Qué es un
hombre de bien?
El hombre de
bien es, de
acuerdo con las
palabras de
Allan Kardec,
aquél que cumple
la ley de
justicia, de
amor y de
caridad, en su
más grande
pureza.
Tiene fe en Dios
y en el futuro.
Poseído del
sentimiento de
caridad y de
amor al prójimo,
hace el bien por
el bien, sin
esperar paga
alguna.
Retribuye el mal
con el bien,
toma la defensa
del débil en
contra del
fuerte, y
sacrifica
siempre sus
interés a la
justicia.
Su primer
impulso es
pensar en los
otros, antes de
pensar en sí.
Es bueno, humano
y benevolente
para con todos,
sin distinción
de ninguna
especie, porque
ve en todos los
hombres hermanos
suyos.
Respeta en los
otros todas las
convicciones
sinceras y no
lanza anatema a
los que no
piensan como él.
En todas las
circunstancias,
toma por guía la
caridad.
No alimenta
odio, ni rencor,
ni deseo de
venganza; a
ejemplo de
Jesús, perdona y
olvida las
ofensas y sólo
de los
beneficios se
acuerda, por
saber que
perdonado le
será conforme
hubiera
perdonado.
Es indulgente
para con las
debilidades
ajenas, porque
sabe que también
necesita de
indulgencia.
Nunca se
satisface en
rebuscar los
defectos ajenos,
ni, aún, en
evidenciarlos.
Estudia sus
propias
imperfecciones y
trabaja
incesantemente
en combatirlas.
No se envanece
de su riqueza,
ni de sus
ventajas
personales, por
saber que todo
lo que le fue
dado le puede
ser sacado.
Usa los bienes
que le son
concedidos, pero
de ellos no
abusa, porque
sabe que
constituyen
ellos un
depósito de que
tendrá de
prestar cuentas
y que el más
perjudicial
empleo que le
puede dar es de
aplicarlo en la
satisfacción de
sus pasiones.
Si el orden
social colocó
bajo su mando
otros hombres,
trataos con
bondad y
benevolencia,
porque son sus
iguales ante
Dios.
He aquí algunas
virtudes que
caracterizan el
hombre de bien.
Ciertamente que
existen otras,
pero – como
observó Kardec –
quien posee las
que fueron
mencionadas está
en el camino que
lleva a las
demás.
*
Delante de lo
que más arriba
dijimos, se
presenta una
cuestión
intrigante: ¿Por
qué muchos
espiritas no
consiguen
aplicar a sí
mismos lecciones
tan claras, como
la que fue
expuesta?
En el cap. XVII,
ítem 4, d’ El
Evangelio según
el Espiritismo,
Allan Kardec
esbozó una
respuesta para
esa cuestión.
Según él, el
motivo de eso es
que en muchos
espiritas aún
son muy tenaces
los lazos de la
materia para
permitir que el
Espíritu se
desprenda de las
cosas de la
Tierra. La
niebla que los
envuelve les
saca la visión
del infinito,
donde ocurre la
dificultad de
romper con sus
tendencias y con
sus hábitos, no
percibiendo que
pueda existir
alguna cosa
mejor que
aquello de que
son dotados.
Tienen ellos la
creencia en los
Espíritus como
un simple hecho,
pero que nada o
bien poco les
modifica las
tendencias
instintivas. En
resumidas
cuentas: no
divisan más de
que un rayo de
luz,
insuficiente a
guiarlos y a
facultarles una
vigorosa
aspiración,
capaz de
sobrepujarles
las
inclinaciones.
Espiritas aún
imperfectos,
algunos se
quedan en el
medio del camino
o se apartan de
sus hermanos en
creencia, porque
retroceden ante
la obligación de
cambiarse o
guardan sus
simpatías apenas
para aquellos
que les
compartan de las
debilidades o
prevenciones.
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