El
perfeccionamiento
del
alma lleva
tiempo
El
perfeccionamiento
del alma es
trabajo de largo
tiempo. Como
dice Abel Gomes
en mensaje
constante del
libro “Hablando
a la Tierra”,
psicografado por
el médium Chico
Xavier, ni todos
se retiran en la
Tierra e
ingresan en la
patria
espiritual en la
posición de
héroes. “La
perfecta
sublimación es
obra de los
siglos
incesantes.”
En la Tierra,
dice Abel,
notamos, en toda
parte, hombres y
mujeres de buena
voluntad
inequívoca en la
aceptación de
las verdades
divinas, las
cuales, sin
embargo, no
consiguen
aplicarlas, de
pronto o de
todo, a la
propia vida.
Vemos compañeros
que ya consiguen
librarse de los
lazos
asfixiantes de
la codicia, en
la zona del
dinero, viviendo
en laudable
desprendimiento
de las
posesiones
materiales. No
obstante, muchos
de ellos aún se
unen a la
sexualidad,
incapaces de
romper las
amarras que los
marcan en ese
dominio.
Otros,
aquietados en
perfecta
serenidad,
extinguieron, en
la profundidad
anímica, los
últimos
resquicios de
las ardientes
pasiones
carnales, pero
se apegan a
míseros
centavos,
convirtiendo la
vida en un culto
lamentable y
exclusivo al oro
que el suelo
reclamará.
Muchos enseñan
el bien, con
vigor y belleza
en las palabras,
pero adoptan
actitudes y
actos que los
desprestigian,
no obstante las
intenciones
respetables que
los animan,
demostrando
incapacidad en
regir los
propios
pensamientos y
desintegrando
con el verbo
impulsivo las
buenas obras que
ejecutan con las
manos.
No son raros los
que practican el
bien, pero
simplemente para
con aquellos a
quien se
inclinan por la
simpatía,
negándose a
ayudar cuantos
les no penetran
en los círculos
del agrado
personal.
Innúmeras
personas se
reconfortan con
la enseñanza
religiosa de
santificación en
su campo
interior, pero
lo reniegan en
la esfera de
acción
objetiva.
Manoel Philomeno
de Miranda se
refiere a eso en
el cap. 24 de su
libro
“Paneles de la
Obsesión”,
obra
psicografada por
el médium
Divaldo Franco.
Según él, en el
retorno del
Espíritu a la
existencia
corporal, cuando
alguien se
candidata a una
acción
meritoria, nunca
debe esperar de
los otros los
ejemplos de
virtudes, ni las
lecciones de
elevación, pero
examinar sus
propias
disposiciones
para averiguar
lo que tiene y
lo que puede, en
nombre de Jesús,
ofrecer. La
simple
candidatura al
bien no torna
bueno el
individuo, tanto
cuanto la
incursión en el
compromiso de la
fe no hace
nadie, de
inmediato,
renovado.
Merecen respeto,
sin embargo, no
solamente los
triunfadores,
cuanto aquellos
que persisten y
actúen sin
descanso, mismo
cuando no
ocurran
prontamente los
resultados
felices.
En las
experiencias de
elevación, entre
otros obstáculos
que surgen, la
rutina es test
grave a ser
superado. En
cuanto hay
novedades en el
trabajo, hay
motivaciones y
entusiasmos para
realizarlo.
Después, a
medida que se
hacen
repetitivas, las
acciones tienden
a cansar,
disminuyendo el
ardor del
candidato a la
laboriosidad y
llevándolo a la
saturación, a la
renuncia.
En esos momentos
de cansancio,
surgen las
tentaciones del
reposo
exagerado, de la
acomodación, del
tiempo excesivo
sin utilización
correcta,
abriéndose campo
a la censura
indebida, que
medra en forma
de maledicencia
y esparce acidez
y reproche,
destruyendo las
hileras donde la
esperanza
siembra el amor
y la ternura.
Muchas Obras del
bien no resisten
a ese periodo,
cuando las
intenciones
superiores dan
lugar al enfado
y a la
comodidad, que
propician la
invasión de las
fuerzas
destructivas y
la penetración
de los
vigilantes
adversarios de
la luz.
Solamente la
humildad, que da
la dimensión de
la pequeñez y
fragilidad
humana, ante la
grandiosidad de
la vida, faculta
una visión
legitima que
lleva el
individuo a
recurrir a la
Divinidad por la
oración ungida
de amor,
antídoto eficaz
para los
disturbios
obsesivos. La
oración liberta
la cabeza
viciada de sus
clichés
perniciosos y
abre la mente
para la
captación de las
energías
inspiradoras,
que fomentan el
entusiasmo por
el bien y la
conquista de la
paz a través del
amor. Mientras
tanto, a fin de
que se revista
de fuerza
desalentadora,
necesita del
combustible de
la fe, sin la
cual no pasa de
palabras
destituidas de
compromiso
emocional entre
aquel que las
enuncia y el
Señor a quien
son dirigidas.
Madre de
innúmeras
virtudes, la
humildad es
también esencial
al esfuerzo que
llevará el alma
al
perfeccionamiento
moral a que
somos
destinados,
aunque tengamos
en mente que se
trata de una
larga jornada a
desdoblarse a lo
largo de muchos
y muchos siglos.
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