Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuál
fue el motivo de la
prohibición de evocar a
los muertos, decretada
por Moisés?
B. ¿Cómo
podemos definir la
oración y cuál es su
finalidad?
C. ¿Qué
cualidades debe tener la
oración?
D. ¿Es la
oración realmente
eficaz?
Texto para la lectura
355. Los
Espíritus ligeros,
mentirosos, bromistas y
toda la multitud de
Espíritus inferiores,
muy poco escrupulosos,
siempre acuden, listos
para responder a lo que
se les pregunte, sin
preocuparse por la
verdad. Quien desee,
pues, comunicaciones
serias debe, en primer
lugar, pedirlas
seriamente y luego,
informarse de la
naturaleza de las
simpatías del médium con
los seres del mundo
espiritual. Ahora bien,
la primera condición
para ganarse la
benevolencia de los
buenos Espíritus es la
humildad, la
consagración, la
abnegación, y el más
absoluto desinterés
moral y material.
(Cap. XXVI, ítem 8.)
356. La
mediumnidad seria no
puede ser y no será
nunca una profesión, no
sólo porque sería
desacreditada
moralmente, y sería
identificada después con
los que leen la
buenaventura, sino
también porque un
obstáculo se opone a
ello. Se trata de una
facultad esencialmente
inestable, fugitiva y
cambiante, con cuya
perennidad nadie puede
contar, lo que
constituye para quien la
explote una fuente de
ingresos absolutamente
incierta, que podría
faltarle en el momento
exacto en que más la
necesite.
(Cap.
XXVI, ítem 9.)
357. La
mediumnidad no es un
arte, ni un talento, por
lo que no se puede
convertir en una
profesión. Ella no
existe sin el concurso
de los Espíritus. Si
éstos faltan, ya no hay
mediumnidad; puede
existir la aptitud
mediúmnica, pero su
ejercicio queda anulado.
Por ello no existe en el
mundo un solo médium
capaz de garantizar la
obtención de cualquier
fenómeno espírita en un
momento determinado.
(Cap.
XXVI, ítem 9.)
358.
Explotar la mediumnidad
es, por consiguiente,
disponer de algo de lo
cual no se es realmente
dueño. Afirmar lo
contrario es engañar a
quien la paga. Hay más
aún: el explotador no
dispone de sí mismo;
es al concurso de los
Espíritus, a las almas
de los muertos, a lo que
él le pone precio, idea
que causa repugnancia
instintiva. (Cap. XXVI,
ítem 9.)
359. Fue
precisamente ese
tráfico, degenerado en
abuso y explotado por el
charlatanismo, la
ignorancia, la
credulidad y la
superstición, que motivó
la prohibición de
Moisés. El Espiritismo
moderno, comprendiendo
el lado serio de la
cuestión, por el
descrédito que lanzó
sobre esa explotación,
ha elevado la
mediumnidad a la
categoría de misión.
(Cap.
XXVI, ítem 9.)
360. La
mediumnidad es una cosa
santa, que debe ser
practicada santamente,
religiosamente. Y si hay
un género de mediumnidad
que requiera esta
condición de manera aún
más absoluta, ésa es la
mediumnidad curativa. El
médico da el fruto de
sus estudios, hechos
muchas veces a costa de
sacrificios penosos. El
magnetizador da su
propio fluido, a veces
hasta su salud. Pueden
ellos, pues, poner un
precio. El médium que
cura transmite el fluido
saludable de los buenos
Espíritus; no tiene
derecho a venderlo.
Jesús y sus apóstoles,
aunque eran pobres, no
cobraban nada por las
curaciones que
realizaban. (Cap. XXVI,
ítem 10.)
361.
Aquél que carezca de
sustento para vivir,
debe buscar los recursos
en cualquier parte,
menos en la mediumnidad,
y consagrarle si fuera
preciso sólo el tiempo
del que pueda disponer
materialmente. Los
Espíritus le tomarán en
cuenta su consagración y
los sacrificios,
mientras que se alejan
de los que esperan hacer
de ellos una escalera
para elevarse.
(Cap.
XXVI, ítem 10.)
362.
“Cuando quisierais orar,
entrad a vuestro
aposento y, cerrada la
puerta, orad a vuestro
Padre en secreto; y
vuestro Padre que ve lo
que pasa en secreto, os
dará la recompensa. No
cuidéis de pedir mucho
en vuestras oraciones,
como hacen los gentiles,
que piensan que por la
abundancia de sus
palabras serán
atendidos. No os hagáis
semejantes a ellos,
porque vuestro Padre
sabe de qué tenéis
necesidad, antes que le
pidáis.”
(Cap.
XXVII, ítem 1.)
363.
“Cuando os aprestéis a
orar, si tuvierais algo
contra alguno,
perdonadle, a fin de que
vuestro Padre que está
en los cielos, también
os perdone vuestros
pecados. Si no
perdonareis, vuestro
Padre que está en los
cielos, tampoco os
perdonará vuestros
pecados.” (Cap. XXVII,
ítem 2.)
364. “El
fariseo, manteniéndose
de pie, oraba consigo
mismo así: Dios mío,
gracias os doy porque no
soy como los otros
hombres, que son
ladrones, injustos y
adúlteros, ni aun como
ese publicano. Ayuno dos
veces a la semana; doy
el diezmo de todo lo que
poseo. El publicano, por
el contrario,
manteniéndose alejado,
no se atrevía ni
siquiera a alzar los
ojos al cielo; pero se
golpeaba el pecho,
diciendo: Dios mío, ten
piedad de mí, que soy un
pecador. Os digo que
éste volvió a su casa
justificado, y el otro
no; porque aquél que se
enaltece será humillado
y aquél que se humilla
será enaltecido.” (Cap.
XXVII, ítem 3.)
365.
Jesús definió claramente
las cualidades de la
oración. Cuando oréis,
dijo, no os pongáis en
evidencia; antes, orad
en secreto. No
demostréis orar mucho,
pues no es por la
abundancia de las
palabras que seréis
escuchados, sino por la
sinceridad de ellas.
Antes de orar, si
tuvierais algo contra
alguno, perdonadle,
porque la oración no
puede ser agradable a
Dios si no parte de un
corazón purificado de
todo sentimiento
contrario a la caridad.
Orad, en fin, con
humildad, como el
publicano, y no con
orgullo, como el
fariseo. Examinad
vuestros defectos, no
vuestras cualidades y,
si os comparáis con los
demás, buscad lo que hay
de malo en vosotros.
(Cap. XXVII, ítem 4.)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Cuál
fue el motivo de la
prohibición de evocar a
los muertos, decretada
por Moisés?
Fue el
tráfico, que degeneró en
abuso, explotado por el
charlatanismo, la
ignorancia, la
credulidad y la
superstición, lo que
motivó la prohibición de
Moisés. El Espiritismo
moderno, comprendiendo
el lado serio de esta
cuestión, por el
descrédito que lanzó
sobre esa explotación,
ha elevado la
mediumnidad a la
categoría de misión. La
mediumnidad es cosa
santa, que debe ser
practicada santamente,
religiosamente. No se
puede jugar con algo tan
serio, ni hacer de la
mediumnidad un medio de
vida.
(El
Evangelio según el
Espiritismo, cap. XXVI,
ítem 9.)
B. ¿Cómo
podemos definir la
oración y cuál es su
finalidad?
La
oración es una
invocación, mediante la
cual el hombre entra, a
través del pensamiento,
en comunicación con el
ser a quien se dirige.
Puede tener por
finalidad un pedido, un
agradecimiento o una
alabanza. Podemos orar
por nosotros mismos o
por otros, por los vivos
o por los muertos. Las
oraciones dirigidas a
Dios son escuchadas por
los Espíritus encargados
de la ejecución de su
voluntad; las que se
dirigen a los Espíritus
buenos son informadas a
Dios, porque nada sucede
sin la voluntad de Dios.
(Obra
citada, cap. XXVII, ítem
9.)
C. ¿Qué
cualidades debe tener la
oración?
Las
cualidades de la oración
fueron definidas por
Jesús. Cuando oréis,
dijo, no os pongáis en
evidencia; antes, orad
en secreto. No
demostréis orar mucho,
pues no es por la
abundancia de las
palabras que seréis
escuchados, sino por la
sinceridad de ellas.
Antes de orar, si
tuvierais algo contra
alguno, perdonadle,
porque la oración no
puede ser agradable a
Dios, si no parte de un
corazón purificado de
todo sentimiento
contrario a la caridad.
Orad, en fin, con
humildad como el
publicano, y no con
orgullo como el fariseo.
Examinad vuestros
defectos, no vuestras
cualidades y, si os
comparáis con los demás,
buscad lo que hay de
malo en vosotros.
(Obra
citada, cap. XXVII,
ítems 1 a 4.)
D. ¿Es la
oración realmente
eficaz?
Sí, y la
prueba de ello está en
las palabas de Jesús:
“Cualquier cosa que
pidáis en la oración,
creed que lo obtendréis
y os será concedido”
(Marcos,
cap. XI, v. 24). Está
claro que no basta
pedir; es necesario
saber pedir, seguros de
que Dios nos concederá
siempre, si se lo
pedimos con confianza,
el valor, la paciencia y
la resignación, tanto
como los medios para que
superemos las
dificultades, por medio
de las ideas que hará
que nos sugieran los
buenos Espíritus,
dejándonos de esta
manera el mérito de la
acción.
(Obra
citada, cap. XXVII,
ítems 5 a 7.)
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