Continuamos el estudio
metódico de “El
Evangelio según el
Espiritismo”, de Allan
Kardec, la tercera de
las obras que componen
el Pentateuco
Kardeciano, cuya primera
edición fue publicada en
abril de 1864. Las
respuestas a las
preguntas sugeridas para
debatir se encuentran al
final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Qué
concede Dios a aquél que
ora con confianza?
B. ¿Cómo
sucede la acción de la
oración?
C. ¿Cuál
es el origen de los
males de la vida y cómo
la oración puede influir
para atenuar estos
males?
D. ¿Qué
tipo de oración es más
meritoria a los ojos de
Dios?
Texto para la lectura
366.
Jesús dijo: “Cualquier
cosa que pidáis en la
oración, creed que lo
obtendréis y os será
concedido”. Generalmente
se niega la eficacia de
la oración basándose en
el principio de que,
conociendo Dios nuestras
necesidades, es inútil
exponérselas. Ahora bien
(dicen los que piensan
así), al encontrarse
todo en el Universo
encadenado por leyes
eternas, nuestras
súplicas no pueden
cambiar los decretos de
Dios. (Cap. XXVII, ítems
5 y 6.)
367. Sin
duda alguna, hay leyes
naturales e inmutables
que no pueden ser
derogadas por el
capricho de cada uno;
pero de ahí a creer que
todas las circunstancias
de la vida están
sometidas a la
fatalidad, hay una gran
distancia. Si así fuese,
el hombre sería sólo un
instrumento pasivo, sin
libre albedrío y sin
iniciativa. Ahora bien,
siendo el hombre libre
de obrar en un sentido o
en otro, sus actos le
acarrean a él y a los
demás, consecuencias
subordinadas a lo que
hace o deja de hacer.
Hay, pues, debido a su
iniciativa,
acontecimientos que
forzosamente escapan a
la fatalidad y no rompen
la armonía de las leyes
universales, del mismo
modo que el avance o
retraso de la aguja de
un reloj no anula la ley
del movimiento sobre la
cual se basa el
mecanismo. (Cap. XXVII,
ítem 6.)
368. Es
posible, por lo tanto,
que Dios acceda a
ciertos pedidos sin
perturbar la
inmutabilidad de las
leyes que rigen el
conjunto, subordinado
siempre ese
consentimiento a su
voluntad.
(Cap.
XXVII, ítem 6.)
369. Sin
embargo, no se debe
deducir de esta máxima
“Os será concedido todo
lo que pidáis mediante
la oración” que basta
pedir para obtener, y
sería injusto acusar a
la Providencia si no
accede a toda súplica
que se le haga, puesto
que ella sabe mejor que
nosotros lo que conviene
a nuestro bien. El
Creador procede entonces
como un padre sensato
que rehúsa a su hijo lo
que sea contrario a sus
intereses. Ahora bien,
si el sufrimiento es
útil para su felicidad
futura, Dios le dejará
sufrir, como el cirujano
deja que el enfermo
sufra los dolores de una
cirugía que permitirá su
curación.
(Cap.
XXVII, ítem 7.)
370. Lo
que Dios concederá
siempre al hombre, si
éste lo pide con
confianza, es el valor,
la paciencia y la
resignación, así como
los medios para salir de
las dificultades por sí
mismo, mediante las
ideas que hará que le
sugieran los buenos
Espíritus, dejándole de
esta manera el mérito de
la acción. Dios asiste a
los que se ayudan a sí
mismos, según esta
máxima: “Ayúdate, que el
cielo te ayudará”, pero
no asiste a los que lo
esperan todo del socorro
de fuera, sin hacer uso
de las facultades que
posee. (Cap. XXVII, ítem
7.)
371. Si
el ángel que acompañó a
Tobías le hubiera dicho:
“Soy el enviado de Dios
para guiarte en tu viaje
y preservarte de todo
peligro”, Tobías no
habría tenido ningún
mérito. Confiando en su
compañero, ni siquiera
hubiera necesitado
pensar. Esa es la razón
por la que el ángel sólo
se dio a conocer al
regreso. (Cap. XXVII,
ítem 8.)
372. La
oración es una
invocación, mediante la
cual el hombre entra, a
través del pensamiento,
en comunicación con el
ser a quien se dirige.
Puede tener por
finalidad un pedido, un
agradecimiento o una
alabanza. Las oraciones
dirigidas a Dios son
escuchadas por los
Espíritus encargados de
la ejecución de su
voluntad. Las que se
dirigen a los Espíritus
buenos son informadas a
Dios. (Cap. XXVII, ítem
9.)
373.
Dirigido el pensamiento
a un ser cualquiera,
esté en la Tierra o en
el espacio, de un
encarnado a un
desencarnado, o
viceversa, una corriente
fluídica se establece
entre uno y otro,
transmitiendo ese
pensamiento de uno al
otro, como el aire
transmite el sonido,
porque el fluido es el
vehículo del
pensamiento. Es así como
los Espíritus escuchan
la oración que se les
dirige, y como ellos se
comunican entre sí y nos
transmiten sus ideas e
inspiraciones. (Cap.
XXVII, ítem 10.)
374. Por
la oración, el hombre
obtiene el concurso de
los Espíritus buenos,
que acuden a sostenerlo
en sus buenas
resoluciones y a
inspirarle pensamientos
edificantes. Adquiere de
esta manera la fuerza
moral para vencer las
dificultades y volver al
camino recto del cual se
apartó. Por ese medio,
puede también desviar de
sí los males que
atraería por sus propias
faltas. (Cap. XXVII,
ítem 11.)
375. Si
los males de la vida
fueran divididos en dos
partes, una constituida
por los males que el
hombre no puede evitar y
la otra por las
tribulaciones de las que
él es la causa
principal, por su
incuria o por sus
excesos, se verá que la
segunda supera
ampliamente en cantidad
a la primera. Es
evidente, pues, que el
hombre es el autor de la
mayor parte de sus
aflicciones, las cuales
se ahorraría si obrase
siempre con sabiduría y
prudencia.
(Cap.
XXVII, ítem 12.)
376. Tosa
esas miserias son el
resultado de nuestras
infracciones a las leyes
de Dios, lo que equivale
a decir que, si las
observásemos
puntualmente, seríamos
completamente dichosos.
Si fuésemos más
moderados en la
satisfacción de nuestras
necesidades, no
contraeríamos las
enfermedades que son
resultado de los
excesos, ni
experimentaríamos las
vicisitudes que las
enfermedades acarrean.
Si pusiéramos freno a
nuestra ambición, no
tendríamos temor a la
ruina. Si no quisiéramos
subir más alto de lo que
podemos, no tendríamos
que temer la caída. Si
fuéramos humildes, no
sufriríamos las
decepciones del orgullo
herido. Si practicáramos
la ley de caridad, no
seríamos maledicentes,
envidiosos o celosos, y
evitaríamos las disputas
y disensiones. Si no
hiciéramos ningún mal a
los demás, no temeríamos
las venganzas, etc.
(Cap.
XXVII, ítem 12.)
Respuestas a las
preguntas propuestas
A. ¿Qué
concede Dios a aquél que
ora con confianza?
Lo que
Dios concederá siempre a
quien ora con confianza
es el valor, la
paciencia y la
resignación. Y le
concederá también los
medios para salir por sí
mismo de las
dificultades, mediante
las ideas que hará que
les sugieran los buenos
Espíritus, dejándole de
esta manera el mérito de
la acción. Él asiste a
los que se ayudan a sí
mismos, según esta
máxima: “Ayúdate, que el
cielo te ayudará”; pero
no asiste a los que
esperan todo del socorro
de fuera, sin hacer uso
de las facultades que
poseen. (El Evangelio
según el Espiritismo,
cap. XXVII, ítem 7.)
B. ¿Cómo
sucede la acción de la
oración?
El
Espiritismo hace
comprensible la acción
de la oración explicando
el modo de la
transmisión del
pensamiento. Estamos
todos, encarnados y
desencarnados, inmersos
en el fluido universal,
que ocupa el espacio y
es el vehículo del
pensamiento. Ese fluido
recibe un impulso de la
voluntad, de tal modo
que cuando dirigimos el
pensamiento a un ser
cualquiera, esté en la
Tierra o en el espacio,
de encarnado a
desencarnado, o
viceversa, se establece
una corriente fluídica
entre uno y otro,
transmitiendo de uno al
otro el pensamiento,
como el aire transmite
el sonido. Es así como
los Espíritus escuchan
la oración que se les
dirige, cualquiera que
sea el lugar donde se
encuentren; es así como
los Espíritus se
comunican entre sí, nos
transmiten sus
inspiraciones y
establecen relaciones a
distancia entre los
encarnados. Pues bien,
por medio de la oración,
el hombre obtiene el
concurso de los
Espíritus buenos que
acuden a sostenerlo en
sus buenas resoluciones
y a inspirarle
pensamientos
edificantes. De este
modo, adquiere la fuerza
moral necesaria para
vencer las dificultades
y volver al camino recto
si se apartó de él, así
como desviar de sí los
males que atraería por
sus propias faltas.
(Obra
citada, cap. XXVII,
ítems 10 y 11.)
C. ¿Cuál
es el origen de los
males de la vida y cómo
la oración puede influir
para atenuar estos
males?
Los males
de la vida se dividen en
dos partes; una está
constituida por los que
el hombre no puede
evitar y la otra, por
las tribulaciones de las
que él constituye la
causa principal, por su
incuria o por sus
excesos. Admitiendo que
el hombre nada puede en
relación a los otros
males y que toda oración
sea inútil para librarse
de ellos, ¿no es mucho
ya tener la posibilidad
de liberarse de todos
los que devienen de su
manera de proceder?
Aquí se
concibe fácilmente la
acción de la oración,
porque ella tiene por
efecto atraer la
inspiración benéfica de
los Espíritus buenos y
recibir de ellos la
fuerza para resistir a
los malos pensamientos
cuya realización puede
sernos funesta. En este
caso, lo que ellos hacen
no es alejar de nosotros
el mal, sino desviarnos
del pensamiento malo que
nos puede causar daño,
porque ellos no
obstaculizan nada el
cumplimiento de los
decretos de Dios, ni
suspenden el curso de
las leyes de la
Naturaleza; sólo evitan
que las infrinjamos,
dirigiendo nuestro libre
albedrío. Pero actúan
sin que lo sepamos, de
manera imperceptible,
para no someter nuestra
voluntad. El hombre se
encuentra en la posición
de alguien que solicita
buenos consejos y los
pone en práctica, pero
conservando la libertad
de seguirlos o no.
(Obra
citada, cap. XXVII, ítem
12.)
D. ¿Qué
tipo de oración es más
meritoria a los ojos de
Dios?
La
oración del hombre de
bien es la que tiene
mayor merecimiento a los
ojos de Dios y también
mayor eficacia, porque
el hombre vicioso y malo
no puede orar con el
fervor y la confianza
que sólo nacen del
sentimiento de la
verdadera piedad. Del
corazón del egoísta, de
aquél que sólo ora de
labios para afuera, sólo
salen palabras,
nunca los impulsos de la
caridad que dan a la
oración todo su poder.
(Obra
citada, cap. XXVII, ítem
13.)
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