Aunque no fuese verano,
el sol brillaba y los
días estaban calientes y
agradables.
Aprovechando los
festivos que se
aproximaban y que la
empresa en la cual Jorge
trabajaba estaría
cerrada por algunos
días, él decidió visitar
a sus padres, en una
agradable ciudad
litoral.
Cuando Jorge comunicó la
decisión a la familia,
fue alegría general.
Todos vibraron con la
novedad, ya pensando en
las cosas que irían a
llevar.
— Papá, ¿yo puedo llevar
mi bicicleta? — preguntó
Frederico, de tres años,
con su vocecita
infantil.
— Infelizmente no, mi
hijo. Vamos en autobús.
Sólo llevaremos lo que
quepa en las maletas.
— ¡Ah! ¿Entonces qué voy
yo a llevar? — preguntó
nuevamente el pequeño.
— Frederico, tú puedes
llevar las raquetas de
tenis de playa y la
pelotita — acordó Artur,
de ocho años,
completando — Por mi
parte, voy a llevar mi
balón de fútbol.
Helen, de cinco años,
pensó...pensó…y decidió:
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— Yo voy a llevar mi
muñeca favorita y mi
osito de peluche.
Delante de la novedad,
la familia estaba
animada ya pensando en
la alegría de volver a
ver a los abuelos y
también en los baños de
mar y en los paseos que
irían a hacer.
Así, ellos arreglaron
todo lo que iban a
llevar. Hasta que el
gran día llegó.
Despertaron bien
tempranito y tomaron el
desayuno, eufóricos.
Antes de salir, la madre
preguntó:
— ¿No olvidásteis nada?
— ¡No!... — fue la
respuesta general.
Pero Artur, estando
pensativo por algunos
instantes, recordó:
— Papá, creo que estamos
olvidando una cosa
importante.
— ¿Y qué es, mi hijo?
— ¡Es que no pedimos la
bendición de Dios para
nuestro viaje!
La madre se emocionó con
el recuerdo del hijo. El
padre balanceó la cabeza
concordando:
— Tú tienes toda la
razón, Artur. Muy bien
recordado. Además de
eso, tenemos tiempo —
dijo mirando el reloj de
pulsera.
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Todos se acomodaron en
la sala y el padre pidió
que él hiciera la
oración. Entonces,
Arthur cerró los ojos y
comenzó a orar:
— Señor Jesús, estamos
contentos porque vamos a
viajar para la casa del
abuelo Olímpio y de la
abuela Clara. Pido tus
bendiciones para todos
nosotros, que todo vaya
bien y hagamos un buen
viaje. Y que llegando
allá, llevemos alegría a
la casa del abuelo y de
la abuela. Gracias.
Tras la oración ellos
salieron. El taxi, que
había
|
llegado con
bastante
anticipación,
esperaba.
Acomodando los
equipajes en el
coche, fueron
para la
Estación. Con
los pasajes en
la mano,
llegaron al
lugar de
embarque. El
operario cogió
los pasajes,
miró y dijo: |
— ¡Señor, este autobús
ya partió!
— ¿Cómo dijo? ¡No puede
ser! ¡Estamos en el
horario, llegamos hasta
más pronto! ¡El horario
es 7 horas y 15 minutos!
¡Y ahora no pasa de las
7 horas!...
— Entonces, su reloj
está atrasado, señor.
Vea allá en el reloj: 7
horas y 30 minutos.
Jorge miró al gran reloj
de la Estación de
Autobuses y confirmó. El
operario tenía razón.
Volvió a mirar a su
muñeca y el reloj estaba
realmente atrasado.
Perplejo, él se volvió
para el operario de la
empresa de autobús, sin
saber qué hacer.
— ¿Y ahora, qué hago?
¡Mi familia está aquí,
esperando viajar! — él
dijo.
— Bien. El señor vaya
hasta el mostrador de la
empresa y explique la
situación. Ellos lo
colocarán en el primer
autobús, si hubiera
vacantes.
Jorge, muy molesto, sin
entender cómo se había
engañado, dejó a la
esposa y los hijos con
el equipaje y corrió
para resolver la
cuestión. La chica que
lo atendió, muy gentil,
le dijo que no se
preocupara, pues en el
próximo autobús había
algunos lugares. Ella
intercambió los pasajes
y él volvió para junto a
la familia más
tranquilo.
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Así, una hora después,
ellos pudieron
finalmente embarcar. El
viaje corría sin
problemas, cuando vieron
un autobús de la misma
empresa en el alcen de
la carretera. El
conductor paró y fue a
ver lo que estaba
ocurriendo; algunos
pasajeros descendieron
también, preocupados.
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Entonces, pudieron saber
que el autobús había
tenido un accidente y
muchos pasajeros heridos
fueron encaminados al
hospital más próximo. |
Al oír el relato, Jorge
inmediatamente se acordó
de la plegaria de Artur
pidiendo el amparo de
Dios para el viaje de
ellos. Volviendo para
junto a la familia, con
lágrimas en los ojos él
contó lo que había
ocurrido a la esposa y a
los hijos, afirmando:
— Artur, mi hijo, tú nos
salvaste la vida hoy.
Acordándonos de orar, tú
facilitaste el amparo de
Dios para nosotros. Con
certeza, algún Amigo
Espiritual le sugirió la
idea y, pidiendo las
bendiciones divinas para
nuestro viaje, quedamos
amparados.
Y Jorge completó
cambiando una mirada con
la esposa:
— ¡No tiene otra
explicación! ¡Cuando
miré en mi reloj antes
de salir de casa, el
horario estaba correcto,
y al llegar a la
Estación de Autobuses,
el estaba atrasado!
¿Como se justifica eso?
¡Sólo a través del
amparo de Jesús!
Todos en el autobús
oyeron y supieron de lo
ocurrido, sorprendidos y
maravillados.
En aquel momento, Jorge
se irguió y pidió a
todos los pasajeros que
lo acompañaran en una
oración de
agradecimiento a Dios,
para que continuara
amparándolos y que
también ayudara a los
pasajeros del otro
autobús, especialmente
los heridos, para que se
recuperaran
inmediatamente.
La familia de Jorge pasó
días muy agradables en
la playa, junto con los
abuelos, acordándose con
gratitud de la ayuda del
Alto que recibieron.
MEIMEI
(Recebida por Célia X,
de Camargo, em
12/8/2013.)
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