Hélio, de ocho años, era
un niño que veía
problema en todo.
Bastante negativo, sólo
sabía decir: — ¡No sé!
No puedo! ¡No aprendo!
¡No lo consigo!...
Cuando Hélio daba una de
esas disculpas,
afirmando no conseguir
hacer los deberes de la
escuela, la madre lo
incentivaba con cariño:
 |
— ¿Cómo no sabes, mi
hijo? Tú eres un niño
muy inteligente. ¡Sólo
necesitas de buena
voluntad y disposición
para hacer lo que
quieras!
— ¡Pero yo no aprendo,
madre! ¡No consigo
entender cuando la
profesora explica y, por
eso, no consigo hacer
las tareas!
Tanto repetía el niño
esas disculpas que un
día la madre fue hasta
la escuela a saber qué
estaba ocurriendo con el
hijo. Gentil, la
profesora atendió a la
madre preocupada y
explicó, con delicadeza:
— Madre, su hijo Hélio
no tiene problema
alguno. Ocurre que,
mientras yo explico la
materia y paso al
cuadro, él
|
se queda
jugueteando e
incomodando a
los demás
alumnos. |
La madre volvió para
casa pidiendo a Jesús
que la ayudara a
resolver el problema. Al
llegar, vio a Hélio
jugueteando en el patio
y preguntó:
— Hijo, ¿ya hiciste tus
deberes de la escuela?
— ¡Mamá, yo ya te dije
que no consigo! ¡No
aprendo!... — protestó
el niño haciendo cara de
llanto.
La madre lo cogió por la
mano y lo llevó hasta el
cuarto de él. Abrió la
puerta y vio que la
ventana aún estaba
cerrada y la habitación
toda desarreglada.
— Hélio, ¿por qué tu
cuarto aún está así?
— Ah! Es que...
El niño iba a dar una
disculpa, pero la madre
lo impidió:
— ¡No me digas que no
sabes abrir la ventana y
ni arreglar tú cama!
El niño bajó la cabeza,
manteniéndose callado.
— Esto se llama pereza,
mi hijo. Tú eres muy
inteligente y todo lo
que quieres lo haces.
¿Por qué vives dando
disculpas para todo? Si
tuvieras algún problema
real, si hubieras nacido
con dificultad de
aprendizaje, como tu
compañero Raul, yo
podría entender. O como
Mário, que tiene
problema en las manos y
no consigue escribir
bien. Pero, ¡¿tú?!...
¿Te gustaría ser llamado
Hélio, el niño perezoso?
— ¡Claro que no, mamá! —
dijo él, comenzando a
llorar, avergonzado.
La madre colocó la mano
en la cabeza de él y
dijo, mirando alrededor:
— ¡Entonces Hélio, ves
la oscuridad de tu
cuarto! ¡Ves el desorden
en que el está!
El niño levantó la
cabeza y miró el
ambiente como si lo
viese por primera vez.
|
 |
— ¡Hélio, abre
la ventana! |
|
|
|
 |
El chico fue hasta la
ventana y abrió las
persianas. En la misma
hora la luz del Sol
entró por el cuarto
iluminando todo y
dejando el desorden aún
más a la vista: cama
desecha, ropas sucias y
calzados tirados por el
suelo, juguetes, libros,
papel hecho pelota... un
horror.
— ¿Qué piensas ahora? —
la madre preguntó.
|
— Tienes razón, mamá.
¡Mi cuarto está
horrible!
La madre explicó con
seriedad:
— ¿Sabes por qué, mi
hijo? La claridad pone
de muestra lo que antes
no veíamos. Es que
depende de nosotros que
abramos el alma a la
comprensión. Así como
depende de nosotros que
abramos la ventana y
dejemos la luz entrar en
nuestro cuarto y en
nuestra vida. No
adelanta que la
profesora explique la
materia, si tú no
prestas atención y no te
preocupas en aprender.
Así, como la limpieza de
este cuarto no se hace
sola, el aprendizaje
escolar tampoco, como
todo lo demás que
necesitamos enfrentar en
la vida. ¡Conocimiento
es luz en nuestra alma!
Hélio balanceó la
cabeza, mostrando que
había entendido:
— Yo tengo vergüenza de
cómo he sido. No soy ese
desgraciado que quiero
parecer, ¿no es, mamá?
— ¡Claro que no, mi
hijo! Tú eres muy
inteligente y aprendes
con facilidad.
Más animado, el niño
prosiguió:
— ¡También tengo buena
memoria, buena salud, un
cuerpo perfecto, soy
fuerte y nunca estoy
enfermo e pronto voy a
hacer nueve años!
— ¡Eso mismo! ¡Y lo
vamos a conmemorar!— la
madre sonrió delante de
los descubrimientos del
hijo.
Hélio quedó pensativo
por algunos instantes,
después concluyó:
— ¡Mamá, yo lo prometo!
No voy a despreciar más
las bendiciones que Dios
me dio. No quiero ser
llamado perezoso.
La madre abrazó al hijo
con amor, agradeciendo a
Jesús por la ayuda que
le había dado, y
contenta por haber
conseguido hacer que él
viese la realidad.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, aos
19/8/2013.)
|