Se aproximaba el Día de
los Niños y Daniel
estaba curioso,
pensando:
¿Qué recibiría él de
regalo? ¿Tal vez un
coche de control remoto,
un balón de fútbol? ¿O,
quien sabe, algo mayor,
como una bicicleta nueva,
ya que la suya era vieja?
¿O un teléfono móvil?
Quién sabe, ¿un skate?!
Y así Daniel quedaba
perdido en sus deseos y
no conseguía pensar en
más nada, ansioso por
ver llegar el gran día.
Una semana antes de la
ocasión tan esperada,
aprovechando un momento
en que el padre estaba
descansando, Daniel
preguntó:
— Papá, ¿qué voy a
recibir en el Día de los
Niños? ¿Puedo
escoger el regalo?
El padre pensó un poco y
respondió triste:
— Mi hijo, la situación
es difícil. Estoy
ganando poco en el
actual empleo y tal vez
no pueda comprarte un
regalo.
Daniel dejó la sala sin
decir nada y se fue a
llorar a su cuarto.
Aquel mismo día, más
tarde, su madre había
salido para ir al
supermercado cuando, al
atravesar una calle, fue
atropellada por un
vehículo que había
pasado la señal roja.
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Inmediatamente alguien
llamó a la ambulancia y
ella fue llevada para el
hospital. El padre,
avisado, dejó el trabajo
y corrió para el
hospital donde estaba la
esposa. Los médicos
dijeron que el caso era
grave, pues ella fue
alcanzada en la cabeza.
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Daniel, que jugueteaba
en la casa de un vecino,
al quedar sabiendo lo
que había ocurrido con
su madre, comenzó a
llorar, queriendo ir al
hospital a ver a la
madre, pero la vecina le
avisó: |
— Daniel, tu padre
telefoneó y me pidió que
cuidara de ti. En el
hospital no dejan entrar
niños, especialmente sin
compañía. Mejor esperar
noticias. Tú padre, así
que pueda, volverá para
casa.
Sin otra opción, Daniel
lloraba desesperado,
pensando en como estaría
su madrecita. Se
acordaba de su
preocupación con el
regalo y pedía para
Jesús:
— Jesús, yo no quiero
ningún regalo más el Día
de los Niños. Sólo deseo
que mi madre quede buena,
vuelva para nuestra casa
y quede junto de mí.
Sintiendo deseos de
hacer alguna cosa, él
pensó: ¿qué puedo hacer
para ayudar?
Entonces, Daniel se
acordó de todo lo que la
madre hacía por ellos,
cuidando de la casa,
cocinando, barriendo el
suelo, lavando y
planchando la ropa y
mucho más. Entonces, una
idea le vino a la
cabecita: La casa está
en desorden. ¡Voy a
ayudar mi madre!
A pesar de tener sólo
ocho años, Daniel cogió
la escoba y barrió la
casa. Arregló las camas,
guardó las ropas limpias
y llevó las sucias para
la
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cesta. Vio que las
plantas del jardín
estaban marchitas, y las
regó.Sólo no sabía mover
el fuego y cocinar. |
Como estaba solo, él
hacía las comidas en la
casa de la vecina. Contó
a Doña Estela, madre del
amigo, lo que estaba
haciendo y concluyó:
— Sólo no consigo lavar
las ropas y planchar.
— No te preocupes,
Daniel. Yo voy a
ayudarte lavando y
planchando las ropas.
Algunos días después, la
madre de Daniel estaba
buena y salió del
hospital.
El padre de Daniel llegó
con la madre. Ella
estaba bien, pero
necesitaba aún reposar.
El niño se aproximó a la
madre con inmenso
cariño:
— ¡Mamá, sentí mucha
nostalgia de ti! Menos
mal que volviste para
nuestra casa.
— También estaba
sintiendo tu falta, mi
hijo. ¡Pero, gracias a
Dios, estoy bien ahora!
Nuestra casa está
limpia, arreglada.
¿Quién hizo todo eso?
— Fui yo, mamá. Doña
Estela sólo lavó las
ropas y planchó.
La madre lo abrazó,
llena de alegría.
— ¡Ah, mi hijo! ¡Tú te
revelaste un hombrecito
cuidando de la casa! ¡Sentí
tanta nostalgia de ti!
Ahora todo va a volver a
lo normal.
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En ese momento el padre
entró en el cuarto con
un paquete de regalo y
lo entregó al hijo:
— ¡Daniel, yo no olvidé
que hoy es el Día de los
Niños, mi hijo! ¡No es
un regalo caro, pero es
lo que pude comprar!
¡Felicidades! — y dio un
abrazo al hijo.
El niño sólo en aquel
momento se acordó de
aquello que tanto
deseaba, y dio las
gracias.
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— Gracias, papá, pero no
necesitabas. Yo ni me
acordaba más del regalo.
Lo que yo quería era que
mamá volviera para casa.
Ahora yo entiendo que
para mí, realmente
importante, el verdadero
presente, es tener
vosotros aquí conmigo.
Ellos se abrazaron y
Daniel agradeció a Jesús
por atender su pedido,
trayendo la madre de
vuelta para casa.
Después, con lágrimas en
los ojos, el niño
murmuró:
— ¡Ah! ¡No hay cosa
mejor que estemos todos
juntos nuevamente!...
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
30/09/2013.)
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