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Adriano estaba muy
triste. Jonas, un
compañero de la escuela,
estaba creando siempre
problemas con él. Hacía
bromas a su respecto,
por cualquier cosa
cerraba los puños
deseando golpearle, lo
trataba con poco caso y
hablaba mal de él a los
compañeros, entre otras
cosas.
Adriano, aunque fuera un
chico bueno y pacífico,
estaba incomodado con
ese
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comportamiento
del compañero.
Sus amigos
también se
sentían revuelto
con la situación
y cierto día uno
de ellos le
preguntó: |
— Adriano, ¿por qué no
protestas a la
profesora? Si ella no lo
resuelve, lleva el caso
a la dirección de la
escuela. ¡Jonas tiene
que parar con eso!
¿Porque es mayor y más
viejo, cree que puede
todo?
Pero Adriano respondió:
— No puedo. Si yo
hablara con la
profesora, ella va a
llamarle la atención y
Jonas no me perdonará.
Cae encima de mí, y no
quiero que eso ocurra.
No soy de peleas.
¡Quiero vivir en paz con
todo el mundo! Él va a
acabar entendiendo,
tengo seguridad.
— Tú eres quien sabe,
pero creo que Jonas
necesita de un
correctivo.
Sin embargo, la
situación se agravaba
cada día y Adriano no
soportaba la presión del
compañero sobre él.
Cierto día, Adriano
llegó a la casa tristón
y la cabeza baja. Su
abuela Mariquinha, que
estaba sentada en la
baranda, vio al nieto
llegar y se quedó
preocupada.
— ¿Qué ocurrió para
estar tan triste? —
preguntó.
El niño se sentó cerca
de la abuela y contó:
— Abuela, tengo un
compañero de la escuela
que vive creando
problemas conmigo. ¡No
lo aguantando más y no
sé lo que hacer!
— ¿Ya lo contaste a tu
madre, Adriano?
— No puedo, abuela. ¡Si
yo lo cuento, mi madre
va hasta la escuela a
protestar y creará un
problema mayor aún, pues
Jonas se enterará, y soy
yo el que voy a sufrir!
— Entiendo — dijo la
abuela, pensativa,
después dio una
sugerencia — Adriano,
¿Tú sabes que tenemos
una gran fuerza dentro
de nosotros y que puede
ser usada sin problemas?
— ¡¿Cuál, abuela?! —
indagó el niño con los
ojos bien abiertos y
brillantes.
— ¡El pensamiento!
¿Sabes que podemos
resolver todos nuestros
problemas a través del
pensamiento?
— ¡No, abuela
Mariquinha! ¿Cómo es
eso?
La señora se sentó mejor
en la silla y, mirando
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firme para el
nieto, explicó: |
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— A través de la oración
tú puedes vencer la
animosidad de Jonas.
Todos los momentos que
te acuerdes de él, haz
una oración pidiendo a
Jesús que te ayude.
— ¿Sólo eso, abuela?
— Sí. Luego tú notarás
cambio en el
comportamiento de él.
Pero haz tus plegarias
con amor, envolviendo a
Jonas con cariño. Habla
mentalmente con él.
— ¡¿Y qué voy a decirle,
abuela?!
— Di a Jonas que a ti te
gusta, que deseas
tenerlo por amigo...
finalmente, lo que tu
corazoncito mande.
¿Entendiste?
— Entendí, abuela.
Gracias.
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A partir de aquel día,
todas as veces que hacía
sus oraciones antes de
dormir y al despertar,
Adriano se acordaba de
Jonas en sus pedidos a
Jesús. Pero, como la
abuela había enseñado,
durante el día siempre
que se acordaba de él,
emitía un pensamiento de
cariño dirigido al
compañero peleón.
Adriano comenzó a sentir
que, con ese cambio, él
mismo estaba mucho
mejor, más alegre,
sereno y con buen humor.
En la escuela, el
comportamiento de Jonas
también era diferente;
ya no lo hostilizaba
más, limitándose a
mirarlo a distancia.
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Cierto día, Adriano fue
a comprar palomitas y
Jonas estaba del otro
lado del carrito del
dueño. Cuando el dueño
le entregó la bolsita de
palomitas, él vio que no
era lo que él había
pedido.
— Yo pedí palomitas
dulces, y no saladas —
explicó.
El dueño se disculpó por
haberse equivocado.
— No se preocupe. ¡Esa
bolsita debe ser la mía!
— dijo Jonas en la misma
hora, mirando con
expresión amigable para
Adriano.
Intercambiaron las
bolsitas y Jonas lo
agradeció, empezando una
conversación con
Adriano.
Acabaron sentando juntos
para comer palomitas y
conversaron bastante. No
tocaron el asunto de la
enemistad que había
entre ellos, pues no era
necesario. Jonas lo
trataba como si siempre
hubieran sido buenos
amigos.
A distancia, los
compañeros de ambos
extrañaron aquella
conversación tan natural
y tranquila, y se
aproximaron también,
justo en el momento en
que Jonas decía para
Adriano:
— Adriano, ¿quieres
jugar en nuestro equipo
de fútbol?
— ¡Claro! ¡Estoy muy
contento, pues me gusta
bastante jugar al
fútbol!
— Entonces, está
acordado. Entrenamos el
sábado a las ocho horas.
Aquel día Adriano volvió
para casa sintiéndose
más feliz de lo que
jamás había sentido en
la vida.
Al ver a la abuela en la
baranda, abrió el portón
y entró corriendo:
— ¡Abuela! ¡Abuela! ¡Tú
no sabes lo que ocurrió!
¡Jonas ahora es mi amigo
y me invitó hasta para
jugar en el equipo de
fútbol de él!
— ¿Yo no te lo dije,
Adriano? ¡Enhorabuena,
querido! ¡Tú debes haber
orado mucho! — dijo ella
sonriendo.
A La hora del almuerzo,
cuando estaban todos
sentados a la mesa, la
madre de Adriano comentó
que una vecina miraba
para ella con rabia, sin
motivos.
Adriano en el mismo
momento intercambió una
mirada con la abuela y
recomendó:
— Mamá, haz plegarias
por ella. ¡Funciona que
es una delicia!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
16/9/2013.)
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