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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 7 336 – 3 de Noviembre de 2013

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El poder de la oración

 

Adriano estaba muy triste. Jonas, un compañero de la escuela, estaba creando siempre problemas con él. Hacía bromas a su respecto, por cualquier cosa cerraba los puños deseando golpearle, lo trataba con poco caso y hablaba mal de él a los compañeros, entre otras cosas.

Adriano, aunque fuera un chico bueno y pacífico, estaba incomodado con ese

comportamiento del compañero. Sus amigos también se sentían revuelto con la situación y cierto día uno de ellos le preguntó:

— Adriano, ¿por qué no protestas a la profesora? Si ella no lo resuelve, lleva el caso a la dirección de la escuela. ¡Jonas tiene que parar con eso! ¿Porque es mayor y más viejo, cree que puede todo?

Pero Adriano respondió:

— No puedo. Si yo hablara con la profesora, ella va a llamarle la atención y Jonas no me perdonará. Cae encima de mí, y no quiero que eso ocurra. No soy de peleas. ¡Quiero vivir en paz con todo el mundo! Él va a acabar entendiendo, tengo seguridad.

— Tú eres quien sabe, pero creo que Jonas necesita de un correctivo.

Sin embargo, la situación se agravaba cada día y Adriano no soportaba la presión del compañero sobre él.

Cierto día, Adriano llegó a la casa tristón y la cabeza baja. Su abuela Mariquinha, que estaba sentada en la baranda, vio al nieto llegar y se quedó preocupada.

— ¿Qué ocurrió para estar tan triste? — preguntó.

El niño se sentó cerca de la abuela y contó:

— Abuela, tengo un compañero de la escuela que vive creando problemas conmigo. ¡No lo aguantando más y no sé lo que hacer!

— ¿Ya lo contaste a tu madre, Adriano?

— No puedo, abuela. ¡Si yo lo cuento, mi madre va hasta la escuela a protestar y creará un problema mayor aún, pues Jonas se enterará, y soy yo el que voy a sufrir!

— Entiendo — dijo la abuela, pensativa, después dio una sugerencia — Adriano, ¿Tú sabes que tenemos una gran fuerza dentro de nosotros y que puede ser usada sin problemas?

— ¡¿Cuál, abuela?! — indagó el niño con los ojos bien abiertos y brillantes.     
 

— ¡El pensamiento! ¿Sabes que podemos resolver todos nuestros problemas a través del pensamiento?

— ¡No, abuela Mariquinha! ¿Cómo es eso?

La señora se sentó mejor en la silla y, mirando

firme para el nieto, explicó:  

— A través de la oración tú puedes vencer la animosidad de Jonas. Todos los momentos que te acuerdes de él, haz una oración pidiendo a Jesús que te ayude.

— ¿Sólo eso, abuela?

— Sí. Luego tú notarás cambio en el comportamiento de él. Pero haz tus plegarias con amor, envolviendo a Jonas con cariño. Habla mentalmente con él.

— ¡¿Y qué voy a decirle, abuela?!

— Di a Jonas que a ti te gusta, que deseas tenerlo por amigo... finalmente, lo que tu corazoncito mande. ¿Entendiste?

— Entendí, abuela. Gracias.
 

A partir de aquel día, todas as veces que hacía sus oraciones antes de dormir y al despertar, Adriano se acordaba de Jonas en sus pedidos a Jesús. Pero, como la abuela había enseñado, durante el día siempre que se acordaba de él, emitía un pensamiento de cariño dirigido al compañero peleón.

Adriano comenzó a sentir que, con ese cambio, él mismo estaba mucho mejor, más alegre, sereno y con buen humor. En la escuela, el comportamiento de Jonas también era diferente; ya no lo hostilizaba más, limitándose a mirarlo a distancia.

Cierto día, Adriano fue a comprar palomitas y Jonas estaba del otro lado del carrito del dueño. Cuando el dueño le entregó la bolsita de palomitas, él vio que no era lo que él había pedido.

— Yo pedí palomitas dulces, y no saladas — explicó.

El dueño se disculpó por haberse equivocado.

— No se preocupe. ¡Esa bolsita debe ser la mía! — dijo Jonas en la misma hora, mirando con expresión amigable para Adriano.

Intercambiaron las bolsitas y Jonas lo agradeció, empezando una conversación con Adriano.

Acabaron sentando juntos para comer palomitas y conversaron bastante. No tocaron el asunto de la enemistad que había entre ellos, pues no era necesario. Jonas lo trataba como si siempre hubieran sido buenos amigos.

A distancia, los compañeros de ambos extrañaron aquella conversación tan natural y tranquila, y se aproximaron también, justo en el momento en que Jonas decía para Adriano:

— Adriano, ¿quieres jugar en nuestro equipo de fútbol?

— ¡Claro! ¡Estoy muy contento, pues me gusta bastante jugar al fútbol!

— Entonces, está acordado. Entrenamos el sábado a las ocho horas.

Aquel día Adriano volvió para casa sintiéndose más feliz de lo que jamás había sentido en la vida.

Al ver a la abuela en la baranda, abrió el portón y entró corriendo:

— ¡Abuela! ¡Abuela! ¡Tú no sabes lo que ocurrió! ¡Jonas ahora es mi amigo y me invitó hasta para jugar en el equipo de fútbol de él!

— ¿Yo no te lo dije, Adriano? ¡Enhorabuena, querido! ¡Tú debes haber orado mucho! — dijo ella sonriendo.

A La hora del almuerzo, cuando estaban todos sentados a la mesa, la madre de Adriano comentó que una vecina miraba para ella con rabia, sin motivos.

Adriano en el mismo momento intercambió una mirada con la abuela y recomendó:

— Mamá, haz plegarias por ella. ¡Funciona que es una delicia!


                                                       
MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 16/9/2013.) 
   

       
               
 
                                                                                   



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