En Ituiutaba, pequeñita
ciudad de Minas Gerais,
nació un niño que era el
décimo hijo de una
familia muy pobre de
labradores. A pesar de
las dificultades, ese
niño, a quien dieron el
nombre de Jerônimo,
tenía inmenso deseo de
ser bueno.
Desde muy pronto él
trabajaba con el padre
en la labranza y ayudaba
a las personas siempre
que podía.
Era delgado, enfermo,
pero no desanimaba
nunca.
Jerônimo tenía
diecisiete años, cuando,
al pasar por una
saatrería, el dueño lo
llamó:
— ¡Ven acá, Jerônimo!
¡Tengo una sorpresa para
ti!
— ¿Qué es?
— ¡Un traje!
El muchacho se aproximó
y el alfarero le entregó
un traje blanco, una
corbata y un par de
zapatos, todo nuevo.
— ¡Toma, Jerônimo! ¡Es
tuyo!
Maravillado, Jerônimo
cogió los regalos y, muy
feliz, volvió corriendo
para casa. ¡Era su
primer traje! Nunca en
su vida había tenido una
ropa nueva y ni calzados
nuevos.
¡Cuanto más un traje
completo!
Contó a la madre la
novedad y fue a tomar un
baño todo animado. En
aquella noche, él quería
ir al cine a la película
“Lo que el viento se
llevó”. Vistió la ropa
nueva, los zapatos
nuevos y, sintiéndose
elegante, fue para el
cine.
Cuando llegó, el cine
estaba lleno y tuvo que
asistir a la película de
pie. Al terminar la
proyección de cuatro
horas, él no podía
moverse.
Estaba como pegado al
suelo.
Lo llevaron cargado para
casa y llamaron a un
médico, que necesitó
cortar los pantalones
para examinarlo, tan
hinchadas estaban sus
piernas. El diagnóstico
médico: artritis.
Sin saber lo que esto
significaba, la familia
no se impresionó. Sin
embargo, a partir de ese
día, su vida se
complicó. Jerônimo tuvo
que mantenerse en el
lecho por meses y,
después, andar usando
muletas. Pero, sin
desanimar, continuó
trabajando como profesor
en una escuela rural.
Sin embargo, su estado
fue empeorando siempre
y, de las muletas, él
fue para una silla de
ruedas y de ahí para el
lecho.
Como se volvió espírita,
Jerônimo sentía mucha
voluntad de ayudar a los
otros, de trabajar
haciendo el bien, de
enjugar lágrimas, de
consolar los dolores del
prójimo, hablarles de
Dios, de la inmortalidad
del alma, pero también
de ayudar a los
necesitados con
alimentos, ropas,
mantas. Así, comenzó a
recorrer la zona rural,
pidiendo la ayuda de los
hacendados, que pasaron
a auxiliarlo.
Como Jerônimo se
relacionaba con el
personal de las radios y
de los periódicos, se
hizo muy conocido en
varios estados del país.
Viajaba haciendo charlas
llenas de optimismo, de
buen humor, hablando del
Evangelio de Jesús y
encantando a las
personas por donde
pasaba. Sin embargo, la
enfermedad avanzaba
siempre. Jerônimo
permaneció en el lecho,
inmóvil, por treinta
años, veinte de los
cuales completamente
ciego. Además de eso, él
sufría de graves
problemas cardíacos, con
dolores atroces en el
pecho.
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A pesar de todos esos
problemas, Jerônimo se
mantenía siempre de buen
humor, alegre y
hablador. Quién llegaba
cerca de él acababa
riendo de sus historias.
En el fondo, Jerônimo
sabía que era un
espíritu muy
comprometido con las
leyes divinas, que había
cometido incontables
atrocidades en el
pasado, había
perjudicado a mucha
gente, y esa era la
razón de haber recibido
de Dios una existencia
tan difícil. En virtud
de eso, él no podía
parar de trabajar,
incluso que
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fuese a costa de
mucho
sufrimiento. |
Recibiendo Jerônimo
incontables invitaciones
para hacer charlas, y
como el movimiento fue
muy difícil por su
estado de salud, a
través de la inspiración
de lo Alto, un amigo
diseñó un lecho
anatómico, de modo que
él pudiera viajar con
más facilidad, y otro
amigo le donó una vieja
Kombi, lo que facilitó
bastante su
trabajo.
Y así él pasó a viajar
bastante. Sus charlas
atraían multitudes que,
al verlo en aquel lecho
anatómico, hablando de
Jesús, de la bondad de
Dios, de la inmortalidad
del alma, de la
reencarnación y de la
necesidad de mejoría
interior, volvían para
sus casas llenas de
esperanza, animadas y
dispuestas a un
comportamiento más en
consonancia con las
lecciones que el Maestro
nos legó.
Jerônimo se hizo un
ejemplo para todos,
pues, viendo la
situación de él, las
personas reflejaban
sobre la propia
situación y paraban de
quejarse, de protestar
de la vida, reconociendo
que tenían todo lo que
necesitaban.
¡Él fue conocido como
“el gigante acostado”,
pero, para nosotros, es
“el gigante de pie”!
Al querido amigo
Jerônimo Mendonça,
nuestra gratitud y
nuestro cariño por el
pasaje de un aniversario
más, el día 1º de
noviembre. Este mes de
noviembre marca también
su retorno al Mundo
Espiritual, que ocurrió
el día 25/11/ 1989.
Que el Señor lo conserve
en su paz y que
evolucione cada vez más,
rumbo a la perfección.
Tia Célia
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