Un amigo próximo
y constante
Objeto del
Especial
publicado en
esta misma
edición, de
autoría de
Christina Nunes,
de Rio de
Janeiro, todo
cuanto se
refiere al
Creador Supremo
es y siempre
será de interés
de todos
nosotros.
“Dios es un
amigo
constante…”,
dice Christina,
y está
“cerca, muy
cerca” de
nosotros.
“Otrora, Dios
fue hombre: hoy,
Dios es Dios”,
he aquí un
conocido
pensamiento
expresado por
Léon Denis. De
hecho, el Ser
Supremo,
idealizado por
nosotros como
algo pertinente
a la imagen del
hombre, vemos
hoy apagarse
poco a poco esa
imagen,
sustituida por
una realidad sin
forma. La
definición, el
tiempo, la
duración, la
medida, el grado
de potencia o la
forma no más se
aplican a Dios.
Y el propio
nombre Dios
oculta una idea
incompleta.
La historia de
la idea de Dios
fue siempre
relativa al
grado
intelectual de
los pueblos y de
sus
legisladores. Y
mismo hoy,
cuando la
Ciencia avanzó
tanto, el Ser
Supremo continúa
siendo un Dios
desconocido,
como lo era para
los Vedas o para
los sabios de
Atenas.
Con los
conocimientos
traídos por la
doctrina
espírita,
podemos, sin
embargo, sentir
que Dios no es
una abstracción
metafísica, un
ideal que no
existe, pero una
entidad viva,
sensible,
consciente:
nuestro Padre,
nuestro guía,
nuestro mejor
amigo.
Abriendo la obra
que es
considerada la
más importante
de la literatura
espírita, Allan
Kardec indaga:
“¿Qué es
Dios?” y los
inmortales
contestan:
“Dios es la
Inteligencia
suprema, causa
primaria de
todas las
cosas”. (El
Libro de los
Espíritus,
cuestión 1.)
Es necesario
admitir, sin
embargo, que en
la etapa donde
nos encontramos
no podemos
comprender la
naturaleza
íntima de Dios;
nos falta para
eso un sentido.
Para que el
lector entienda
lo que fue
dicho,
imaginemos la
dificultad de
una persona que
nació ciega –
privado, pues,
del sentido de
la visión – en
definir y mismo
entender los
colores.
Nos es posible,
no obstante,
conocer y
asimilar algunos
de los atributos
del Ser Supremo,
sin lo que es
muy difícil para
nosotros
entender la
grandeza y la
propia obra de
la Creación.
Examinemos seis
de sus atributos
más conocidos:
Dios es único.
No existen
dioses, pero un
Dios solamente,
soberano del
Universo,
Creador absoluto
y que no fue
creado, infinito
y eterno. Si
hubiera muchos
dioses no habría
unidad de
vistas, ni
unidad de poder
en la ordenación
del Universo.
Dios es eterno,
es decir, no
tuvo comienzo y
ni tampoco
tendrá fin. Si
tuviera tenido
principio,
hubiera salido
del nada o
entonces tendría
sido creado por
otro ser
anterior y, en
ese caso, ese
ser es que sería
Dios. Si le
supusiéramos un
comienzo o un
fin, podríamos
concebir una
entidad
existente antes
de Él y capaz de
sobrevivirle, y
así por delante,
al infinito.
Dios es
inmutable. Si el
Creador
estuviera sujeto
a cambios,
ninguna
estabilidad
tendrían las
Leyes que rigen
el Universo,
cuya sabiduría
nadie niega o
discute.
Dios es
inmaterial, eso
es, su
naturaleza
difiere de todo
lo que llamamos
materia. De otra
manera, no sería
inmutable, pues
estaría sujeto a
las
transformaciones
peculiares a la
materia.
Dios es
omnipotente. Si
no poseyera el
poder supremo,
siempre podría
concebirse una
entidad más
poderosa y así
por delante,
hasta llegarse
al ser cuya
potencialidad
ningún otro
sobrepasase. Ése
entonces es que
sería Dios.
Dios es
soberanamente
justo y bueno.
En todo y en
toda parte
aparecen la
bondad y la
justicia de
Dios,
especialmente en
la providencia
con que, a
través de las
leyes perfectas,
asiste sus
criaturas. La
sabiduría
providencial de
las leyes
divinas se
revela, así, en
las menores
cosas, como en
las mayores, y
esa sabiduría no
permite que se
dude ni de la
justicia ni de
la bondad de
Dios.
En razón de lo
expuesto,
tengamos siempre
en mente que no
podemos ni
debemos lastimar
nada de lo que
nos ocurre en la
vida, desde que,
por nuestra
acción u
omisión, no
tengamos
concurrido para
tal. Y el motivo
de eso es
simple: Dios
sabe lo que es
mejor para
nosotros y es,
como acuerda
Christina Nunes,
un amigo próximo
y constante.
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