Mediumnidad es
compromiso para
toda la vida
Una preocupación
muy común entre
los nuevos
adeptos del
Espiritismo dice
respecto a la
utilización de
las facultades
mediúmnicas, de
que, como
sabemos, podemos
perfectamente
ser dotados. Al
final y al cabo,
acuerda Kardec
en El Libro
de los Médium,
cap. 14,
ítem 159, que
raras son las
personas que no
poseen de la
facultad
mediúmnica
algunos
rudimentos.
En razón de eso,
existen personas
que, sabiéndose
portadoras de
esa facultad,
son tomadas de
gran perplejidad
y, en primer
momento, no
saben cómo
actuar – se
abrazan la tarea
o de ella se
apartan. Y hay,
aún, un tercer
grupo formado
por los que se
dedican a la
práctica de la
mediumnidad y de
ella después se
apartan.
Varios son los
motivos de ese
alejamiento. Hay
personas que
cambian de
domicilio y no
encuentran
oportunidad de
proseguir en la
tarea en la
ciudad donde
pasan a vivir.
Otros son
impedidos por
razones de
trabajo, o de
estudio, sobre
todo cuando
existe
incompatibilidad
de horarios. Y
hay, por fin,
los que
simplemente
desisten, aunque
no existan
motivos reales
para que eso se
pase. ¿Qué
ocurre con el
médium que así
actúa?
Es evidente que
él no será, como
se tiene la
costumbre de
decir,
castigado
por eso.
Constituyendo un
recurso valioso
que nos
posibilita el
intercambio
entre los dos
mundos, la
facultad
mediúmnica,
cuando bien
utilizada,
proporciona al
individuo el
sentimiento del
deber cumplido y
la felicidad de
ser útil según
las herramientas
de que dispone.
Si la persona
desiste de
semejante tarea,
ella está tan
solamente
renunciando a
una posibilidad
a más de
crecimiento,
pero no está
cometiendo
delito alguno.
Es obvio que,
poseyendo una
sensibilidad
aflorada que la
afecta más que a
los otros, el
alejamiento de
la tarea puede
traerle
desequilibrio y
desaliento
emocional, pero
no se trata de
castigo. Tal
hecho es simple
consecuencia que
adviene no del
alejamiento en
sí, pero sí del
motivo por lo
cual se apartó y
principalmente
de las actitudes
que haya tomado
en la vida.
Si la persona se
aparta por
motivos validos
– necesidad de
trabajar,
dificultades de
horario, cursos
importantes que
es necesario
hacer, etcétera
– y, a pesar de
eso, busca
mantener el buen
humor, la
afabilidad y el
trato gentil
para con las
personas y para
consigo mismo,
ella mantiene
encendida su
fuerza de
comulgar la vida
y eso será de
cierta manera
una forma de
asegurar su
equilibrio.
Cuando, no
obstante, se
aparta por otros
motivos que le
vengan a traer
disturbios
emocionales en
razón de
actitudes
inconexas y que
la alejen de
Dios y da
práctica del
bien, entonces
es natural que
advengan
consecuencias de
eso, no por el
hecho de no
estar ejerciendo
las facultades
mediúmnicas,
pero sí por las
actitudes que
haya tomado.
Como mantiene la
sensibilidad
aflorada por la
predisposición
orgánica a la
mediumnidad, la
facilidad de
desequilibrarse
será aún mayor.
Divaldo Franco
en el libro
Directrices de
Seguridad
(Editora Frater,
3ª edición,
cuestión 26)
explica muy bien
lo que en esos
casos ocurre.
Según él, la
mediumnidad se
presenta en las
personas como
siendo una
aptitud. Caso
esa aptitud no
sea
convenientemente
educada y
canalizada para
la finalidad a
la cual se
destina, los
resultados no
serán los
deseados y el
médium que
abandonó la
tarea enfrentará
los efectos
consecuentes del
desprecio a que
su facultad se
quedó relegada.
Evidentemente,
la facultad
mediúmnica no
desaparece y la
persona continúa
médium, pero, no
dirigiéndola
para la
finalidad noble,
pasa a ser
conducida por
entidades no
vigilantes, en
el rumbo del
desequilibrio.
En cuanto se
mantiene en el
ejercicio
correcto de sus
funciones, se
encontrará bajo
el amparo de
entidades
responsables. En
el momento en
que inclinar la
mente y el
comportamiento
para otras
actividades, se
transferirá de
sintonía, y
aquellos con los
cuales va a
mantener
contacto
psíquico podrán,
en razón de su
contenido
vibratorio
inferior,
producirle
daños. “La
mediuminidad –
observa Divaldo
– es un
compromiso para
toda la vida y
no apenas para
un determinado
periodo de
tiempo.”
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