Los males
humanos
y su
origen
Con el
advenimiento del
Espiritismo, la
duda al respecto
del origen de
los males que
nos afligen en
el mundo no más
tiene razón de
ser. La ley de
causa y efecto,
popularizada por
las obras
espíritas, vino
a enseñarnos que
existe un
motivo, una
razón para todo
cuanto nos
ocurre, tanto
para el bien
cuanto para el
mal.
Es obvio que en
muchas
situaciones no
logramos
percibir cual es
exactamente la
causa o en cual
momento ella se
formó.
Si el individuo
se torna
alcohólico y
adquiere una
enfermedad
directamente
relacionada con
el alcoholismo,
él podrá
entender
perfectamente
cuál es el
origen de su
enfermedad,
aunque no la
acepte.
Si fuma por un
largo periodo y
contrae un
cáncer de
pulmón, podrá,
sin dificultad,
comprender el
origen de su
enfermedad, lo
que no significa
que la aceptará
de buen grado.
Los dos ejemplos
pueden ser
extendidos a
innúmeras
situaciones de
nuestra
existencia,
habiendo, sin
embargo,
ocurrencias cuya
relación entre
causa y efecto
no conseguimos
aprehender.
En uno de sus
libros más
conocidos –
El Evangelio
según el
Espiritismo
– Kardec alude a
las causas de
nuestras
aflicciones,
situándolas unas
en hechos
ocurridos en la
presente
existencia y
otras en hechos
averiguados en
pasadas
existencias.
Cuando un niño
viene al mundo
con retraso
mental, no es
difícil entender
que tal
dificultad no
tiene origen en
los actos de la
existencia
actual y debe,
por lo tanto,
tener relación
con hechos
pasados. No
obstante, si una
persona se casa
con otra
motivada tan
solamente por
intereses
económicos, no
podrá atribuir
al pasado, caso
sea infeliz en
el casamiento,
el origen de sus
vicisitudes,
porque están
ellas unidas
directamente a
su codicia.
Nada es, por lo
tanto, según
aprendemos con
el Espiritismo,
fruto del acaso,
pero
consecuencia de
algo que
ocurrió, sea en
la existencia
presente, sea en
existencias
anteriores.
El origen de los
males humanos
fue examinada
por San Vicente
de Paulo
(Espíritu) en
una interesante
comunicación
constante del
cap. XIII d’
El Evangelio
según el
Espiritismo.
Hablando sobre
la importancia
del bien y de la
caridad, Vicente
de Paulo
escribió: “Sed
buenos y
caritativos: ésa
es la llave de
los cielos,
llave que tenéis
en vuestras
manos. Toda la
eterna felicidad
se contiene en
este precepto:
‘Amaos unos a
los otros’. No
puede el alma
elevarse a las
altas regiones
espirituales,
sino por la
devoción al
prójimo;
solamente en los
arrobos de la
caridad
encuentra ella
ventura y
consuelo. Sed
buenos, amparad
vuestros
hermanos, dejad
de lado la
terrible llaga
del egoísmo.
Cumplido ese
deber, se os
abrirá el camino
de la
felicidad
eterna”. (El
Evangelio según
el Espiritismo,
cap. XIII, ítem
12.)
Dicho eso, él
agregó: “¿No os
dice Jesús todo
en lo que
concierne a las
virtudes de la
caridad y del
amor? ¿Por qué
despreciar sus
enseñanzas
divinas? ¿Por
qué cerrar el
oído a sus
divinas
palabras, el
corazón a todos
sus bondadosos
preceptos?
Quisiera yo que
concedieran más
interés, más fe
a las lecturas
evangélicas.
Desprecian, sin
embargo, ese
libro,
considerándolo
almacén de
palabras huecas,
una carta
cerrada; dejan
en el olvido ese
código
admirable”.
(Ídem, íbidem).
Y, al finalizar
su enseñanza,
afirmó, con la
autoridad de
quien sabe lo
que dice:
“Vuestros males
provienen todos
del abandono
voluntario que
concedéis a ese
resumo de las
leyes divinas”.
(Ídem, íbidem.)
El eminente
bienhechor
espiritual,
conocido y
respetado por el
trabajo
extraordinario
que realizó
cuando estuvo
entre nosotros,
tiene entera
razón.
Si el hombre
jamás se
desviase de los
preceptos
enseñados por
Jesús, con
certeza se
libraría de
innúmeros
sinsabores,
estaría bien
próximo de
atingir la meta
para la cual
fuimos creados
y,
evidentemente,
sería muy feliz.
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