Alice estaba muy
enfadada. Su hermano de
cinco años, Pedrinho,
había roto el aparato de
sonido que ella había
conseguido de los padres
como regalo de
aniversario.
Alice había soñado tanto
en tener ese aparato, y
ahora él estaba todo
roto. Pedrinho lo había
cogido sin permiso y,
llevándolo para la
terraza del apartamento,
había dejado que él
cayera, cayendo en el
espacio y despedazándose
en la calzada, allá
abajo.
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Indignada, el corazón de
Alice se hubo llenado de
rabia y ella se puso a
gritar:
— ¡Yo nunca te voy a
perdonar, Pedrinho!
Y el chico, llorando,
explicaba:
— ¡Yo no hice por
querer, Alice! ¡Yo sólo
quería oír música, como
tú haces!
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— ¿Pero por qué no lo
pediste? ¡Yo te
enseñaría a ti cómo
hacerlo funcionar!
La madre, preocupada con
la pelea, intentó calmar
a la hija:
— Alice, querida, ten
paciencia con tu
hermano. ¡Él no lo hizo
por querer!
— ¡No quiero saber,
mamá! ¡Yo nunca más voy
a hablar con ese enano!
Y salieron ambos
llorando, cada cuál para
su lado.
Sin embargo, la Navidad
se aproximaba. Toda la
ciudad se iluminaba con
luces coloreadas,
árboles decorados y
tiendas con bellos
escaparates. En los
hogares, todo invitaba a
la unión y al amor,
recordando el nacimiento
de Jesús. Pero Alice se
mantenía irreductible.
No perdonaría al
hermano. La madre,
preocupada con la hija,
la abrazó cierto día, y
le dijo:
— Querida, ahora tú ya
eres casi una jovencita,
estás creciendo
bastante; eres
responsable y estudiosa,
cumplidora de tus
deberes, y todo eso es
muy bueno. ¡Sin embargo,
necesitas desarrollar
más paciencia y
comprensión con aquellos
que aún no son cómo tú!
— ¡Ah!... ¡Ya sé! Tú
quieres que yo perdone a
Pedrinho.
— No, hija. Eso sólo tú
misma puedes hacerlo,
porque dice respecto a
tu corazoncito.
Pero acuérdate: la
amargura es herrumbre
que corroe nuestro
interior. Entonces, te
pido sólo que pienses;
busca acordarte de cómo
tú eras cuando tenías la
edad de él. Luego
llegará la Navidad, que
es una fiesta de amor, y
necesitamos estar
unidos.
— Yo sé. Conmemoramos el
aniversario de Jesús.
— Eso mismo. Pero
Navidad también
significa que abramos
nuestro corazón a la
tolerancia, a la
comprensión, al perdón,
finalmente, al amor al
prójimo, como Jesús nos
recomendó. ¿Y quién es
nuestro prójimo más
próximo?
La niña bajó la cabeza,
manteniéndose callada.
Ella había entendido
perfectamente lo que la
madrecita había querido
explicarle. Y pensó:
“¡Oh, Jesús! Ayúdeme a
resolver este problema
con mi hermano”.
De repente, ella se puso
a recordar todo lo que
había hecho cuando era
más pequeña, de las
broncas que hubo tenido,
de los castigos por
hacer cosas mal. Hasta
de hechos que ni
recordaba más. Y ahora,
pensando en el hermano,
Alice sintió que su
corazoncito se
transformaba, como si
una niebla oscura
saliese, dejándola
limpia por dentro,
nuevamente bien consigo
misma y con los otros.
Sintiéndose más
aliviada, ella pensó:
“¡Tengo que hacer las
paces con Pedrinho! ¿Pero
cómo?”
En ese momento, la
madre, que venía de la
cocina dijo:
— ¡Alice, necesitamos
montar nuestro árbol de
Navidad!
— Puedes dejarlo, mamá.
Yo lo monto – respondió
la niña.
Justo en aquel instante,
el hermano entró en la
sala: callado, triste,
con la cabeza baja. Y
sintiendo haber
encontrado la respuesta
para la conciliación,
aprovechando la
oportunidad, como si
nada hubiera ocurrido
entre ellos, Alice
pidió:
— Pedrinho, ¿tú me
ayudas a montar el árbol
de Navidad?
La expresión del niño
cambió. Abrió más los
ojos, alegre por ver que
la hermana, finalmente,
había vuelto a hablar
con él.
— ¡Claro que ayudo!...
Entonces, a partir de
esa hora, trabajaron
juntos para montar el
árbol. Y, cada nuevo
adorno de colocaban, más
se deshacía la amargura
de la hermana.
Cuando terminaron el
trabajo, encendieron las
luces. ¡El
árbol estaba lindo!
La madre vino a ver el
resultado, y quedó
admirada:
— ¡Mis hijos, esta es el
Árbol de Navidad más
bello que ya tuvimos!
Y Alice, dando la mano
al hermanito, concordó:
— Tienes razón, mamá. Es
que el fue
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hecho con mucho
amor. ¿No
es así, Pedrinho? |
El chico abrazó a la
hermana, agradecido.
— ¿Tú me perdonas,
Alice? No rompí tu
aparato de música por
querer.
— Olvida eso, Pedrinho.
El amor que nos une es
mucho más importante.
En la noche de Navidad,
sellada la paz en el
hogar, reunieron la
familia para conmemorar
el aniversario de Jesús
con una plegaria de
agradecimiento por todo
lo que habían recibido
aquel año y por la
presencia del Maestro en
sus vidas, a través de
sus lecciones.
Para sorpresa de Alice,
la abuela Catarina le
entregó un lindo paquete
de regalo.
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Al abrirlo, Alice tuvo
una gran sorpresa: era
un aparato de CDs mucho
más moderno y más
pequeño que el otro que
se había roto.
Abrazó a la abuela y el
abuelo, agradecida por
la gentileza de ellos
que, sabiendo del
problema generado en la
familia, decidieron
regalarla de esa forma.
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Sin embargo, mirando
para el hermanito, lo
abrazó feliz y dijo,
delante de todos:
— ¡Gracias, abuela!
¡Pero yo descubrí que,
en la vida, el mejor
regalo es el amor, que
damos y recibimos de
retorno!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em Rolândia
(PR), em 3/12/2012.)
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