Caminando por la calle,
sin prisa, Roberta, de
ocho años, se encaminó
para el parquecito
próximo a su casa. Se
sentó en el columpio
preferido y allí quedó
quieta, pensando en la
vida.
El año había sido bueno.
A pesar de no haberse
dedicado especialmente a
los estudios, había sido
aprobada en la escuela y
se sentía aliviada.
La fiesta de Navidad
había sido muy buena,
con comida a voluntad,
frutas, dulces,
chocolates y gelatinas.
Además de eso, había
conseguido varios
regalos, inclusive una
nueva bicicleta,
exactamente la que
deseaba.
Sin embargo, a pesar de
estar todo bien, algo la
incomodaba. Acordándose
de la Navidad, cuya
fecha representaba el
aniversario de Jesús,
llegó a la conclusión de
que sólo había pensado
en sí misma. El año
estaba casi terminando y
eso le daba cierta
tristeza.
Como el año nuevo
llegaría dentro de
algunos días, Roberta
pensó que le gustaría
cambiar su vida para que
ella fuera mejor aún.
¿Pero cambiar el qué?
En relación a la
escuela, debería
estudiar más, no sólo
para pasar de año, sino
para aprender realmente.
Al pensar en la escuela,
inmediatamente la imagen
de Tereza surgió en su
mente. Era una compañera
con quién tuvo una pelea
por un motivo
cualquiera, y no se
habían hablado más. Y
ella echaba falta de la
amiga.
Acordándose de la fiesta
de cierre del año
escolar, Roberta volvió
a ver el momento en que
un grupo de alumnas
presentó lindos números
de baile. ¡Ella se había
emocionado porque el
ballet era su sueño!
¡Siempre quiso aprender
a bailar! ¿Quién sabe si
la hora había llegado?
En ese momento, Roberta
vio una niñita bien
pobre que llegó al
parquecito, tímida, sin
saber qué hacer.
Mientras la madre de
ella, parada en la
calzada, se entretenía
hablando con una joven,
la niña quedó parada,
indecisa. Íntimamente,
Roberta tomó una
decisión:
— ¡Eso mismo! ¡El año
nuevo será diferente! Y
voy a comenzar ahora.
Entonces, Roberta dejó
el columpio y se
aproximó a la niña,
invitando:
— ¿Quieres columpiarte?
¡Ven, yo te ayudo!
Sentó a la niñita y se
puso a balancearla,
mientras la niña reía,
feliz. Inmediatamente
eran amigas. Roberta
supo que el nombre de
ella era Carolina, tenía
4 años y vivía en un
barrio bien distante.
Cuando la madre de la
niñita llegó, ellas
hablaron y Roberta dijo:
— Tengo algunos juguetes
y quiero darlos para
Carolina. Tengo también
ropas y calzados que no
me sirven
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más, además de dulces y
caramelos que conseguí
en las navidades. Ven
conmigo hasta mi casa.
Es aquí cerca.
La madre quedó toda
contenta y agradecida:
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— Tú no imaginas lo que
eso significa para
nosotros. Sin dinero,
nada pude comprar para
Carolina en las
navidades.
Ni comida tenemos
nosotros en casa.
Apenada, Roberta llevó a
madre e hija hasta su
casa. Las presentó a su
madre y, como el
almuerzo estaba listo y
su padre ya había
llegado, se sentaron y
almorzaron todos juntos.
Al despedirse, la mujer
estaba emocionada. Se
sentía agradecida por la
ayuda y por el
acogimiento que había
tenido en aquel hogar.
Carolina se tiró en los
brazos de Roberta y
dijo:
— Gracias, Roberta. ¡Tú
ahora eres mi amiga del
corazón!
Al recibir el abrazo de
la niñita, Roberta
sintió que jamás había
sentido tal sensación de
bienestar, paz y
felicidad.
Más tarde, ella fue
hasta la casa de Tereza.
Tocó la campanilla y,
para su sorpresa, fue la
propia compañera que
abrió la puerta. Al
verla, la niña abrió
desmesuradamente los
ojos, sorprendida:
— ¡Roberta! ¿Tú, aquí en
casa?...
— Vine para pedirte
disculpas, Tereza.
Siento mucho lo que
ocurrió aquel día.
— Roberta, yo soy quien
debo pedirte disculpas.
Hablé cosas que no debía
y acabamos peleando. ¿Tú
me perdonas?
Las dos intercambiaron
una mirada y cayeron en
la risa.
— Bien, creo que somos
amigas de nuevo, ¿no es?
Ellas se abrazaron con
cariño, contentas por
haber resuelto la
cuestión.
Dejando la casa de
Tereza, Roberta volvió
para su hogar y contó a
la madre lo que había
ocurrido: había hecho
las paces con Tereza y
que, gracias a Dios,
ahora está todo bien
entre ellas.
— Quedo feliz, mi hija,
que tú y Tereza os
hayáis acercado. Nunca
estaremos bien si
alguien tiene algo
contra nosotros.
— Tienes razón, mamá.
Estoy aliviada. ¡Ah!
También decidí que el
año nuevo sea diferente,
por eso me gustaría
pedirte: ¿puedo estudiar
ballet el año que viene?
— ¡Si tú realmente lo
deseas, claro que
puedes!
— ¡Gracias, mamá! Voy a
telefonear a la
profesora y matricularme
en el curso.
Los próximos días,
Roberta hizo una
programación de todo lo
que le gustaría hacer
para el próximo año, y
aprovechó para realizar
algunas cosas que
estaban faltando antes
del fin del año: hizo
visitas a sus abuelas y
a un compañero que
estaba enfermo, dio un
baño al perro; arregló
su cuarto separando lo
que iba a necesitar de
aquello que podría
disponer y muchas otras
cosas.
El día 31 de diciembre,
se sentía en paz consigo
misma y con el mundo.
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Cuando sonó la
medianoche y los
festejos comenzaron, el
cielo quedó todo
iluminado con la quema
de fuegos artificiales.
La ciudad ganó vida
nueva, con bocinas de
coches sonando, gritos
de alegría y personas
que dejaban sus
casas
|
para saludar a
sus vecinos,
parientes y
amigos. |
Bajo el cielo iluminado,
la madre miró para la
hija y dijo con amor:
— ¡Feliz Año Nuevo, mi
hija!
— ¡Feliz Año Nuevo, mamá!
Roberta ahora tenía
certeza de que quería:
¡AÑO NUEVO, VIDA
NUEVA!...
Tia Célia
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