La educación
espírita del
niño y su
importancia
Asunto central
de la entrevista
de Martha Rios
Guimarães, que
es uno de los
relieves de la
presente
edición, la
educación
espírita del
niño y del joven
ya fue examinada
por importantes
estudiosos
espíritas,
encarnados y
desencarnados.
Entre los textos
publicados
acerca del tema,
se destacan dos
– uno de Allan
Kardec,
publicado en la
edición de
Febrero de 1864
de la Revista
Espírita,
con el título
“Primeras
Lecciones de
Moral de la
Infancia”; y
otro de
Emmanuel,
constante del
cap. XXXV de la
obra que lleva
su nombre,
psicografada en
1938 por el
médium Chico
Xavier.
Nos parece que
en el medio
espírita nadie
tiene dudas con
respecto a la
importancia de
la educación
infantojuvenil
realizada en el
hogar y
complementada en
la institución
espírita. Lo
que se averigua,
en lo que se
refiere al
asunto, es una
especie de estar
conforme o
indiferente lo
que hace con que
tanto en el
hogar, cuanto en
el Centro
Espírita, la
tarea sea
relegada a plan
secundario o
hasta mismo
descuidada.
Los padres
modernos,
espíritas o no,
tienen la
costumbre de
adoptar un
procedimiento
raro y
paradójico.
Llevan sus niños
a la natación,
al ballet, al
judo, a la clase
de inglés, a la
academia de
música,
servicios
remunerados que
están lejos de
las
posibilidades
financieras de
muchos padres;
pero no las
llevan a la
escuela de
educación
infantojuvenil
que el Centro
Espírita y las
Iglesias en
general ofrecen
gratis.
Y, de la misma
manera que no
las llevan a la
casa espírita,
olvidándose
también de que
el hogar es la
escuela primera
y dentro de él,
además de la
educación por el
ejemplo, la
práctica del
Evangelio en el
Hogar
constituye
elemento
importante, lo
que muchos
ignoran por
completo.
Además de eso,
hay padres
espíritas que
quieren, pero no
encuentran
receptividad por
parte de los
propios hijos,
envueltos con
otros asuntos e
intereses.
Cierta vez, una
señora pidió a
conocido
conferenciante
que convenciese
a sus hijas bien
jóvenes a
participar del
Evangelio en el
Hogar que ella y
el marido
mantienen en
casa, tarea que
el matrimonio
realizaba solo y
de la cual no
había medios de
hacerlas
participar.
El
conferenciante
preguntó a las
jóvenes por qué
ellas no
participaban.
Ellas dijeron
que el motivo
era el horario:
domingo, 9 horas
de la mañana, no
era una buena
hora. En ese
horario ellas
preferían estar
en el club de la
ciudad con sus
amigas. El
conferenciante
sugirió que
hiciesen
entonces la
reunión más
temprano: 8
horas, 7 horas,
6 horas… Las
jóvenes
replicaron:
“entonces es muy
temprano y
nosotros aún
estamos
durmiendo”.
“¿Qué tal
entonces por la
tarde o por la
noche?” Y
ellas:”No es
posible, porque
nosotros ya
tenemos
compromiso en
esos horarios”.
Se nota, por el
ejemplo arriba,
que lo que
falta, en gran
número de casos,
es buena
voluntad,
comprensión de
la importancia
de la tarea,
conciencia de
que en la vida
no podemos
cuidar
solamente del
cuerpo – que es
perecedero y
transitorio - ,
ignorando las
necesidades del
alma – que es
inmortal y
permanente.
En el texto de
Emmanuel a que
nos referimos,
el bienhechor
espiritual
afirma: “Todas
las reformas
sociales,
necesarias en
vuestros tiempos
de indecisión
espiritual,
tienen que
atenerse a la
base del
Evangelio.
¿Cómo? – podréis
objetar. Por la
educación,
replicaremos”. (Emmanuel,
cap. XXXV –
Educación
Evangélica.)
Cuanto al
pensamiento
Kardeciano, es
siempre bueno
recordar lo que
Allan Kardec
escribió al
respecto de la
enseñanza traída
a la Tierra por
Jesús.
He aquí:
“Pueden
dividirse en
cinco partes las
materias
contenidas en
los Evangelios:
los actos
comunes de la
vida del Cristo;
los milagros;
las
predicciones;
las palabras que
fueron tomadas
por la Iglesia
para fundamento
de sus dogmas; y
la enseñanza
moral. Las
cuatro primeras
tienen sido
objeto de
controversias;
la última, sin
embargo, se
conservó
constantemente
inatacable.
Delante de ese
código divino,
la propia
incredulidad se
dobla. Es
terreno donde
todos los cultos
pueden reunirse,
estandarte bajo
lo cual pueden
todos colocarse,
cualesquiera que
sean sus
creencias, dado
que jamás él
constituyó
materia de las
disputas
religiosas, que
siempre y por
toda parte se
originaron de
las cuestiones
dogmáticas.
Mejor dicho, si
lo discutiesen,
en él tendrían
las sectas
encontrado su
propia
condenación, una
vez que, en la
mayoría, ellas
se agarran más a
la parte mística
que a la parte
moral, que exige
de cada uno la
reforma de sí
mismo. Para los
hombres, en
particular,
constituye aquel
código una regla
de proceder que
abarca todas las
circunstancias
de la vida
privada y de la
vida pública, el
principio básico
de todas las
relaciones
sociales que se
fundan en la más
rigurosa
justicia. Y,
finalmente y
arriba de todo,
el guión
infalible para
la felicidad
venidera, el
levantamiento de
una punta del
velo que nos
oculta la vida
futura.” (El
Evangelio según
el Espiritismo,
Introducción, I.)
(Subrayamos)
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