La Doctrina
Espírita y el
Evangelio de
Jesús enfatizan
la necesidad
primordial de la
reencarnación
para la
evolución del
Espíritu,
enseñanza
igualmente
encontrada en el
Zoar: "Todas las
almas son
sometidas a las
pruebas de la
trasmigración" y
en la Cabala:
"Son los
renacimientos
que permiten a
los hombres
purificarse”.
Según el
Espiritismo,
solamente por la
reencarnación el
ser espiritual
puede crecer
espiritualmente
y, permaneciendo
al margen de la
dimensión
física, queda
estacionado en
el camino
evolutivo (Q. nº
175(a) de “El
Libro de los
Espíritus”). En
la obra “La
Tierra y el
Sembrador”, el
compañero
Salvador Gentile
hace la
siguiente
pregunta: “Chico
Xavier, ¿por qué
se dice que el
Espíritu para
evolucionar
necesita
encarnarse? ¿En
el Mundo
Espiritual, él
no evoluciona?
¿Cuál es la
diferencia
principal entre
los dos rangos
de evolución en
cuanto al
aprendizaje?”
Corroborando la
codificación
kardecista, el
ilustre médium
dice que
“ingresados en
el cuerpo
terrestre es que
somos instruidos
acerca de la
necesidad de más
amplia
armonización de
nuestra parte,
unos con los
otros,
ciertamente
porque, viviendo
en las esferas
espirituales
próximas de la
Tierra, con
aquellos que son
las criaturas
absolutamente
afinadas con
nosotros, no
percibimos de
pronto las
necesidades de
perfeccionamiento
y progreso. En
una comunidad
ideal, con
veinte, cuarenta
o diez personas
razonando por un
rango sólo,
estamos tan
felices que
corremos el
riesgo de
permanecer
estancados en
cuestión de
evolución por
mucho tiempo.
Beneficiados con
la
reencarnación,
el
estacionamiento
es roto de modo
natural...”.
La vida del
Espíritu es una
educación
progresiva
– Realmente, la
evolución del
Espíritu es
compulsoria en
un ambiente
físico como el
de la Tierra,
desde que, en la
vibración etérea
del universo
espiritual, los
individuos
estarían
sintonizados
sólo con sus
semejantes,
situados en el
mismo rango
vibratorio. En
el ambiente
terreno o en
mundos
semejantes, la
diversificación,
el contacto o el
intercambio con
seres
encarnados, en
diferentes
grados
evolutivos,
permite el
perfeccionamiento
espiritual.
Fue hecha la
siguiente
pregunta a Léon
Denis: “¿Por qué
el Espíritu que
está en el
espacio encarna
en un cuerpo?”.
El insigne
compañero
respondió:
“Porque es la
ley de su
naturaleza, la
condición
necesaria de su
progreso y de su
destino. La vida
material, con
sus
dificultades,
necesita del
esfuerzo y el
esfuerzo
desarrolla
nuestros poderes
latentes y
nuestras
facultades en
germen”. El
ilustre filósofo
del Espiritismo
enfatiza que “el
Espíritu
reencarna tantas
veces cuantas
sean necesarias
para alcanzar la
plenitud de su
ser y de su
felicidad. La
vida del
Espíritu es una
educación
progresiva, que
presupone una
larga serie de
trabajos a
realizar y de
etapas a
recorrer. El
Espíritu sólo
puede progresar
retomar,
renovando varias
veces sus
existencias en
condiciones
diferentes, en
épocas variadas,
en medios
diversos. Cada
una de sus
encarnaciones le
permite filtrar
su sensibilidad,
perfeccionar sus
facultades
intelectuales y
morales”
(“Synthêse
Spiritualiste
Doctrinale et
Pratique”, págs.
25 e 26).
La esencia
espiritual
necesita de un
medio más
consistente, de
baja vibración,
para
evolucionar,
venciendo las
dificultades y
obstáculos que
la materia le
proporciona. La
evolución se
procesa
preferentemente
en mundos
planetarios
inferiores,
donde el cuerpo
espiritual viene
adquiriendo
recursos
demorados, en
milenios de
esfuerzo y
recapitulación,
en los múltiples
sectores de la
evolución
anímica, a
través de la
reencarnación.
Los Espíritus
son creados
simples e
ignorantes
– La centella
divina precisa
de la pantalla
física para sus
adquisiciones y
experiencias.
Por su parte, el
sector físico se
perfecciona por
la influencia
espiritual.
En los
campamentos de
la erraticidad,
estacionado en
el rango
evolutivo en que
se encuentra,
impedido de
alzar grandes
vuelos, el
Espíritu se
encuentra
envuelto por su
conciencia, la
cual
constantemente
le recuerda los
actos
practicados en
vivencias
reencarnatorias
pasadas y la
necesidad de la
reparación de
los equívocos,
exhortándole la
planificación de
su futuro,
preparándose
para una etapa
más en la arena
física, sabiendo
que “el espíritu
está listo, pero
la carne es
débil” (Marcos
14:38). Difícil
tarea será la
práctica del
bien y el
desprendimiento
de las cosas
físicas por
cuanto las
tentaciones del
poder y el
hedonismo
estarán
presentes,
envolviendo al
viajante terreno
en las telas del
egoísmo, del
orgullo, de la
prepotencia y de
la vanidad.
En “ELE”, en la
cuestión 132,
Allan Kardec
pregunta: “¿Cuál
es el objetivo
de la
encarnación de
los Espíritus?
La respuesta,
lista y
objetiva: “Dios
les impone la
encarnación con
el fin de
hacerlos llegar
a la
perfección...”,
la cual
corresponde al
estado de los
Espíritus puros,
posible de ser
alcanzadas por
todas las
criaturas que
trillan
victoriosas los
caminos de las
pruebas y
expiaciones en
la dimensión de
la materia,
adquiriendo el
progreso moral e
intelectual.” Es
resaltada la
importancia de
que todos los
seres
espirituales
pasen por todas
las vicisitudes
de la existencia
física, mientras
en el ítem
siguiente,
cuestión 133,
los instructores
del más allá
corroboran que
“todos los
Espíritus son
creados simples
e ignorantes y
se instruyen en
las luchas y
tribulaciones de
la vida
corporal”.
“Lo que es
nacido de la
carne es carne”,
dijo Jesús
– Es, por lo
tanto,
primordial para
la
individualidad
espiritual el
renacimiento en
el cuerpo
somático,
enfrentándose
con la
resistencia
propia de la
materia,
teniendo la
oportunidad
excelsa de
despertar dentro
de sí las
potencialidades
divinas,
acarreando el
crecimiento
evolutivo.
"En verdad, en
verdad, te digo:
Nadie puede ver
el Reino de Dios
si no nace de
nuevo” (Juan
3:3). “No te
maravilles de lo
que yo digo: os
es necesario
nacer de nuevo”
(Juan 3:7):
Según el
Evangelio de
Jesús, es
obligatorio el
renacimiento en
la carne para
obtener el Reino
de Dios, es
decir, para
encontrar dentro
de cada uno la
divinidad que le
da la vida y ese
buceo interior
es obtenido a
través de las
incontables
oportunidades
reencarnatorias
(”Lo que es
nacido de la
carne, es
carne”).
El cuerpo
humano,
constituido de
carne y agua,
sirve como
vehículo del
alma en el
camino de la
evolución. La
baja vibración
propia de un
mundo inferior,
como la Tierra,
propicia al
Espíritu aún
claudicadon la
revelación de su
interior. El
verdadero
autoconocimiento
es proporcionado
por la vida en
la materia,
comenzando el
ser a transmutar
todo lo que es
inferior dentro
de sí,
transformándose
paulatinamente
de bruto en
ángel, con el
desprendimiento
de las cosas
materiales, con
el ejercicio
continuo de
servicio
desinteresado al
prójimo, en las
victorias sobre
las pruebas y
expiaciones. De
entrada,
subiendo los
incontables
escalones de la
evolución,
sujeto a los
renacimientos
físicos, aún
denominado de
“nacido de
mujer”, y
haciéndose,
finalmente,
producto de la
Humanidad o
“Hijo del
Hombre”,
conquistador de
la propia
individualidad,
apto a habitar
las esferas
superiores como
Espíritu puro.
Para Roustaing,
la encarnación
humana es un
castigo
– Cristo es un
ejemplo de
alguien que ya
halló ese Reino
Celestial. Él
habló de lo que
sabe, de lo que
anheló
encontrar:
“Nadie subió al
cielo sino aquel
que descendió
del cielo, a
saber, el Hijo
del Hombre”
(Juan 3: 13).
Para los que se
encuentran en la
retaguardia en
la evolución,
Jesús se
presenta como el
camino a
continuación,
ofreciéndoles
sus enseñanzas y
ejemplificaciones
para que, en
cada vivencia
física, haya más
experiencias y
adquieran más
aptitudes.
La evolución
fugaz del ser
espiritual, en
la dimensión
extrafísica, es
bien explicada
por Jesús,
cuando aborda la
“Parábola del
Hijo Pródigo”,
citando el hijo
más viejo como
alguien
paralizado,
estacionado, en
la evolución,
temeroso de ir
adelante, lo que
no hizo su
hermano más
joven, llegando
al punto de
“comer de los
restos de los
cerdos”, es
decir, pasar por
las tenaces
atribulaciones
de la vida
somática,
pasando por el
sufrimiento
restaurador,
tanto expiatorio
como por
pruebas, y
recibir los
honores de la
victoria
conquistada.
Acerca del tema
en sí, es
necesario
apuntar, de
entre muchos, un
error grave
doctrinario
encontrado en la
decadente obra
“Los Cuatro
Evangelios” de
Roustaing, donde
se encuentra la
tesis
fundamental de
que “la
encarnación
humana es un
castigo y no una
necesidad” (vol.
1, pág.317). Ese
enunciado,
completamente
contrario a la
codificación
espírita y al
Evangelio de
Jesús, fue así
listamente
repelido por
Kardec, sin
rodeos, en la
obra “La
Génesis”, en el
cap. XI,
esclareciendo
que “la
encarnación, por
lo tanto, no es,
de modo alguno,
normalmente un
castigo para el
Espíritu, como
piensan algunos
(referencia
clara a los
pensadores de
todas las
épocas,
principalmente
la de Roustaing
y su apócrifa
obra), sino una
condición
inherente a la
inferioridad del
Espíritu y un
medio de
progresar”.
Reencarnar es,
como el nombre
dice, volver a
la dimensión
física
– La repelente
tesis es
reforzada con la
información
desvirtuada de
que, además de
ser compulsoria
la encarnación
para todos los
Espíritus que no
consiguieron
evolucionar en
la dimensión
extrafísica,
incluso
entidades
superiores,
algunas,
inclusive,
construyendo
mundos en el
Universo, pueden
extraviarse,
dominadas por el
orgullo (?) y
sean tiradas en
la Tierra
(“ángeles
decaídos”),
donde darán
vida, por
castigo divino,
a formas
repugnantes,
conteniendo
miembros en
estado latente,
arrastrándose o
deslizándose en
el suelo. Según
esa abominable
tesis, esos
seres se agrupan
en los lirios
del campo y son
denominados como
“criptógamos
carnosos” (vol.
I, pág. 313). El
Espiritismo
afirma lo
contrario,
enseñando que
los Espíritus no
degeneran,
“pueden hasta
permanecer
estacionarios,
pero no
retrogradan”
(”ELE”-Q. 118).
Felizmente, esa
aberración
científico-espiritual
no es atributo
de la Doctrina
Espírita.
En verdad, los
falsos profetas
de la
erraticidad
siempre están
listos
intentando
solapar la
magnánima y
excelsa Doctrina
de Jesús, como
está siendo
verificado,
actualmente, con
la publicación
de obras
mediúmnicas
trayendo
fantasías,
verdaderos
delirios,
indigestos
frutos de la
fascinación
espiritual,
relatando
actividad sexual
en la
erraticidad, con
fecundación y
nacimientos de
Espíritus, de
almas de aves y
de animales. La
aberración es
tan intensa que
definieron el
inusitado
fenómeno de
“Reencarnación
en el Plano
Espiritual”,
hiriendo, no
solamente la
codificación
kardecista, como
igualmente el
vernáculo, desde
que reencarnar
(prefijo “re”
encarnar, del
latín incarnare)
es volver a la
dimensión
física, o sea,
vuelve el
Espíritu a
habitar un
cuerpo carnal
con el objetivo
de ajustarse y
perfeccionarse
en la senda del
progreso a que
todos los seres
están
predestinados.
Por lo tanto,
sólo se
reencarna, es
claro, en la
carne. La
creación o
fecundación de
Espíritus es
esencialmente
obra divina. Es
extrema
tontería,
intenso
disparate,
retirar de Dios
la creación de
los Espíritus.
Los que creen en
tamaña
aberración son
portadores de
santa ingenuidad
y merecen de
todos los
espíritas mucha
consideración y
aprecio, no
olvidándose de
rogar por ellos
en las largas
plegarias.
Americo Domingos
Nunes Filho, del
Rio de
Janeiro-RJ, es
médico.
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