Olavo, de doce años,
causaba siempre
confusión entre los
compañeros por sus
palabras ásperas y
agresivas.
Todos tenían miedo de él
y, cuando él hablaba
alguna cosa, quedaban
callados o acataban sus
palabras. No estar de
acuerdo con Olavo era
tener problemas, pues él
partía inmediatamente
para la pelea.
Así, todos temían sus
reacciones.
Cierto día, ellos
estaban en una partida
de fútbol, y Olavo
cometió una falta, pero
el balón fue directo
para el gol. Él entonces
dio un salto y gritó,
conmemorando:
— ¡Gooool!...
¡Gooool!... ¡Viva! ¡Soy
el mejor!...
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Sin embargo, Nelinho, el
capitán del equipo
adversario, no lo aceptó
y gritó para el juez:
— Él cometió una falta,
señor juez. ¡El gol de
él no valió!...
El juez había visto la
falta y pitó
inmediatamente, pero el
balón fue directo para
el gol, en la hora que
sonaba el silbido del
juez por la falta, y
Olavo conmemoraba el
gol.
La confusión se
estableció en el campo.
Inconforme, Olavo, rojo
de rabia, se puso a
gritar palabrotas. No
pudiendo ir contra la
autoridad del juez,
alcanzaba a los
compañeros, que eran más
débiles
Irritado, Olavo agarró a
Nelinho por el cuello,
amenazando darle una
paliza:
— ¡Ahora yo te pego a
ti, enano! ¡Vas a ver lo
que es bueno! — y
levantó el brazo para
golpear al compañero.
Nelinho, sin embargo,
más pequeño que él, lo
enfrentó con calma:
— Olavo, quien está con
la razón no necesita la
violencia. ¡Tú cometiste
una falta y todo el
mundo la vio! ¡Tanto
es que el juez pitó la
falta!
Conforme el otro
hablaba, sereno, Olavo
quedó más furioso,
sintiéndose injuriado.
Derrumbó a Nelinho en el
césped, listo para darle
una patada, cuando el
juez llegó corriendo y
le mostró la tarjeta
roja, expulsando a Olavo
de la partida.
Rebelde, el jugador
salió del campo
amenazando coger a
Nelinho después. La
partida prosiguió, el
equipo de Olavo ganó y
los jugadores lo
conmemoraron
satisfechos.
Saliendo del campo,
Nelinho se quitó la
camisa y fue a coger la
mochila. Sin embargo,
con el orgullo herido,
Olavo no perdonaba al
compañero. Al verlo
irritado, Nelinho sonrió
y le extendió la mano:
— ¡Enhorabuena, Olavo!
Tu equipo venció
merecidamente. ¡Jugó
mucho mejor que el
nuestro!
— ¿Tú estás jugando
conmigo, en voz baja?
¿No tienes miedo de lo
que yo pueda hacerte? —
dijo Olavo, rojo de
rabia.
— No estoy jugando,
Olavo. Lo que te dije es
lo que siento. No quiero
pelear contigo.
¡Al contrario, deseo que
seamos amigos! No veo
razón para pelear. Ganar
o perder forma parte de
la vida, mi padre
siempre dice — Nelinho
respondió sin perder la
calma.
Olavo miraba al
compañero pensando que
él estuviera bromeando
con él. Sin embargo, le
notó la sinceridad en la
mirada seria; sintió que
Nelinho hablaba lo que
sentía. Confuso, Olavo
cogió su mochila y se
fue para casa. Los
amigos de Nelinho
respiraron, aliviados.
Temían que el amigo lo
cogiera, obligándolos
también a entrar en la
pelea.
Una semana después,
ellos aún estaban sin
hablar. Nelinho notaba
que el otro lo observaba
a distancia, pero no se
aproximaba. Cierto día,
después de las clases,
Nelinho vio a Olavo
sentado en un banco en
la placita enfrente de
la escuela. Como era su
camino para casa,
tendría que pasar por
él. Entonces, tranquilo,
él llegó a la placita y
viendo a Olavo sonrió.
El otro se levantó del
banco y pidió:
— Me gustaría conversar
contigo, Nelinho.
— Claro, Olavo. ¡Tú eres
mi amigo! — concordó
Nelinho, sentándose.
El otro se acomodó
también, mientras decía:
— Pues es exactamente
eso que no entiendo,
Nelinho. Hice de todo
para pelear contigo, sin
tener motivo. ¡No
entiendo tu manera de
actuar! ¿Por qué eres
así diferente?
— No soy diferente,
Olavo. Soy igual a todo
el mundo, sólo que
aprendí, con mis padres,
que pelear no resuelve.
Sólo aumentamos el
problema. También
aprendí, con Jesús, que
tenemos que amarnos unos
a los otros, pues sólo
así seremos felices. Y
que quién está bien y en
paz consigo mismo no
pelea con nadie. Así,
nunca quedé con rabia
por ti.
Al oír estas palabras
dichas de corazón, Olavo
cubrió el rostro con las
manos, mientras los ojos
se llenaron de lágrimas.
Nelinho le dio un
abrazo, y dijo:
— Olavo, nacemos para
ser felices. Si algo no
va bien, puedes contar
conmigo. ¡Me gustas
mucho tú y quiero que me
consideres tu amigo!
— Gracias, Nelinho. ¡Me
gustaría conocer a tus
padres, que te hicieron
ser tan especial!
Nelinho sonrió
satisfecho y lo invitó
para almorzar en su
casa. En el camino,
Olavo fue contando al
amigo que ellos eran muy
ricos, pero que sus
padres no tenían tiempo
para él. Cuando pedía
atención, el padre metía
la mano en el bolsillo y
le daba dinero. Y la
madre también no paraba
en casa, siempre en
reuniones con las
amigas. Y concluyó
diciendo:
— ¡De ese modo, crecí
sintiéndome muy solo y
abandonado, sin embargo
creyendo que eso era lo
normal en las
familias!...
Llegando a la casa, los
padres de Nelinho lo
esperaban para almorzar.
Él presentó a Olavo a
sus padres, que lo
recibieron con alegría,
invitándolo a sentarse a
la mesa con ellos.
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Antes de la comida,
tenían el hábito de
orar. Nelinho pidió para
hacer la plegaria aquel
día.
— Amigo Jesús, nosotros
te agradecemos por todo
lo bueno que tenemos,
por la familia, por
nuestra casa, por el
alimento. Pero hoy te
agradecemos por la
presencia de mi
|
amigo Olavo y
pido tus
bendiciones para
la casa de él
también. ¡Así
sea! |
En aquel instante Olavo
se sintió valorado y
feliz. Quedó emocionado
con la oración y pensó
que quedaría contento
si, un día, sus padres
aceptaran tener ese
hábito en casa. Pero él
sabía que la convivencia
con los padres de
Nelinho podría tal vez
llevar a sus padres a
valorar más el amor y la
familia.
Y decidió que, a partir
de aquel día, haría todo
para aproximar a las dos
familias. Y decidió más:
que, a ejemplo de
Nelinho, sería una
persona más pacífica.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
16/12/2013.)
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