La cruz nuestra
de cada día
Además de
varios
significados que
presenta, como
por ejemplo el
madero en que
Jesús fue
clavado, la
palabra cruz es
usada también,
por extensión,
para designar
aflicción, pena,
infortunio. Es
con ese sentido
que se dice:
“María carga una
cruz pesada”.
En un planeta
como la Tierra,
es obvio que
casi todas las
personas, con
las excepciones
de costumbre,
llegan a la
existencia
corpórea
cargando
determinada
cruz, que puede
ser leve o
pesada, pero,
con certeza, es
proporcional a
sus fuerzas.
Comentando
determinado
pasaje del
Evangelio,
Kardec
escribió:
“Alegraos, dijo
Jesús, cuando
los hombres os
aborrecerán y
os perseguirán
por mi causa,
porque el Cielo
os
recompensará.”
Pueden
traducirse así
esas verdades:
“Sed dichosos,
cuando los
hombres, por su
mal querer hacia
vosotros, os
proporcionen
ocasión de
probar la
sinceridad de
vuestra fe,
porque el mal
que os hacen se
vuelve en
provecho
vuestro. Compadecedles,
pues, por
ceguedad, y no
les maldigáis”.
Después, añade:
“Que el que
quiera seguirme
lleve su cruz”,
es decir, que
sobrelleve con
ánimo las
tribulaciones
que su fe le
proporcionará,
porque el que
quisiera salvar
su vida y sus
bienes,
renunciando a
mí, perderá las
ventajas del
reino de los
cielos, mientras
que aquellos que
lo habrán
perdido todo en
este mundo, y
aun la vida por
el triunfo de la
verdad,
recibirán en la
vida futura el
premio de su
valor, de su
perseverancia y
de su abnegación
de que dieron
prueba. Pero, a
aquellos que
sacrifican los
bienes celestes
a los goces
terrestres, Dios
dice: “Vosotros
habéis recibido
ya vuestra
recompensa”.
(El Evangelio
según el
Espiritismo,
cap. XXIV, ítem
19.)
(Subrayamos.)
Cierta ocasión
una señora buscó
Chico Xavier,
llevando consigo
un niño al
pecho. Ella le
dijo: “Señor
Chico, mi hijo
nació sordo,
ciego y sin los
brazos. Ahora
está con una
enfermedad en
las piernas y
necesita amputar
las dos piernas
para salvarse.
¿Por qué eso
todo?”. Chico,
mirando
fijamente
aquella sufrida
mujer, le
respondió: “Mi
hija, Emmanuel,
aquí presente,
me dice que en
las diez últimas
encarnaciones
ese ser se
suicidó y pidió,
antes de renacer
en esta actual
existencia, que
le fuesen
retiradas las
posibilidades de
más una
tragedia. Sin
embargo, como
ahora, a pesar
de ciego, sordo
y sin brazos,
está aún
buscando un
lugar como un
precipicio, río,
avenida, para
matarse… ¿así
sólo cortándole
las piernas,
no?”.
¿Cómo analizar
tan dura prueba?
El sufrimiento
del niño, la
angustia de la
madre, un
destino que se
presenta cruel
son justificados
delante de un
bien mayor, que
es la salvación
de un alma, la
recuperación de
un ser que se
complicó mucho
en el pasado y,
no obstante,
merece la
indulgencia del
Padre y una
segunda
oportunidad.
Examinando el
hecho bajo la
óptica
materialista, es
evidente que
vicisitudes como
ésas son
consideradas
completamente
sin propósito.
Pero nosotros
somos
espiritualistas
y tenemos de,
necesariamente,
mirar para la
vida con un
sentido más
largo y más
profundo, una
vez que el
cuerpo es
transitorio,
pero el alma
vive para
siempre.
De las muchas
historias
narradas por
Humberto de
Campos, nos
acordamos del
caso de una
pobre viuda que,
llena de
sufrimientos
difíciles,
apelara a Dios,
a fin de que se
modificase la
voluminosa cruz
de su
existencia. Todo
le había fallado
en las fantasías
del amor, del
hogar y de la
ventura.
– Señor, exclamó
ella, ¿por qué
me diste una
cruz tan pesada?
¡Quita de mis
hombros débiles
ése insoportable
madero!
Por la noche,
sumergida en las
alas brandas del
sueño, el alma
de aquella mujer
fue conducida a
un palacio
resplandeciente.
Un emisario del
Señor la recibió
en el pórtico,
con su
bendición. Un
salón luminoso e
inmenso le fue
designado. Todo
él se rellenó de
cruces. Se veían
allí cruces de
todas las formas
y tamaños.
– Aquí – le dice
él – se guardan
todas las cruces
que las almas
encarnadas
cargan en la faz
triste del
mundo. Cada uno
de esos maderos
trae el nombre
de su poseedor.
Atendiendo, sin
embargo, a tu
súplica, ordena
Dios que escojas
aquí una cruz
menos pesada que
la tuya.
La mujer, aunque
sorpresa con el
hecho, examinó
las cruces
presentes y,
después de algún
tiempo, escogió
de manera
consciente
aquélla cuyo
peso
correspondía a
sus
posibilidades.
Cuando, sin
embargo, la
presentó al
Mensajero
Espiritual,
averiguó que en
la cruz escogida
se encontraba
grabado su
propio nombre,
reconociendo
entonces su
impertinencia y
rebeldía.
¡Id – le dice el
Emisario del
Señor – con
vuestra cruz y
no descreáis!
Dios, en su
misericordiosa
justicia, no
podría
mortificar
vuestros hombros
con un peso
superior a
vuestras
fuerzas.
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