“Encarnando, con
el objetivo de
perfeccionarse,
el Espíritu,
durante ese
periodo, es más
accesible a las
impresiones que
recibe, capaces
de auxiliarle el
adelantamiento,
para lo que
deben contribuir
aquellos
incumbidos de
educarlo.” (El
L.E.,
383)
La visión que se
tiene del niño
por la óptica
espírita difiere
fundamentalmente
de la que es
sostenida por
las doctrinas
que predican la
unicidad de la
existencia
corpórea. Para
esas corrientes
de pensamiento
religioso, el
niño trae, al
nacer, sólo los
ascendentes
biológicos, que
serían heredados
de los
antepasados,
próximos o
remotos. La
concepción
espírita
difiere,
también, de
otras doctrinas
reencarnacionistas
que consideran
la vuelta del
Espíritu al
mundo material
sólo con fines
castigadores o,
como mucho, para
el cumplimiento
de una misión.
El Espiritismo
no niega la
reencarnación
misionera, y
enseña que
aquello que es
visto como
castigo es sólo
el
funcionamiento
de la ley de
causa y efecto.
Sin embargo, va
más allá,
ampliando la
comprensión de
la propia vida,
al revelar el
aspecto
evolutivo de la
reencarnación.
Vista bajo esa
óptica, el niño
es un Espíritu
inmortal,
detentor de
inmenso equipaje
de experiencias
vividas en otras
épocas, heredera
de sí misma, que
retorna a la
Tierra a fin de
adquirir nuevos
conocimientos y,
principalmente,
de reformular su
manera de
proceder,
ajustándola,
tanto como sea
posible, a los
postulados del
Evangelio de
Jesús. Así,
aprendemos, en
el Espiritismo,
que reencarnamos
para proseguir
nuestra jornada
evolutiva. Al
responder a
Kardec acerca de
la utilidad de
pasar por el
estado de
infancia, los
Espíritus
Superiores
atribuyeron la
responsabilidad
de la ejecución
de los
procedimientos
educativos, no
sólo a los
padres, sino a
todos aquellos
que tienen
oportunidad de
propiciar al
niño enseñanzas
y ejemplos que
le ayuden a
adquirir nuevos
conocimientos y
a reformular su
modo
de proceder, o
sea, de
reeducarse a
través del
esfuerzo
consciente, en
el sentido de
exteriorizar su
luz, herencia
divina de que
todos los
Espíritus somos
dotados,
conforme las
enseñanzas de
Jesús (Mt, 5:
16).
Escuela de
Evangelización:
Puesto Avanzado
del Mundo
Espiritual
– De entre esos
“incumbidos de
educarlo”,
conforme
expresión de los
Espíritus,
estamos
nosotros,
evangelizadores
de la infancia,
conectados a
esos hermanos
recién-llegados
del Mundo
Espiritual, no
por los lazos de
la
consanguinidad
ni del
parentesco
físico, sino por
los más sagrados
hilos de la
noble tarea que
asumimos ante el
Evangelizador
Mayor.
Entendemos, así,
que fuimos
admitidos en un
trabajo que es
continuación de
aquel iniciado
en el Mundo
Espiritual, en
la preparación
del Espíritu
para su vuelta a
las lides
terrenas. Al
considerar la
Escuela Espírita
de
Evangelización
como un Puesto
Avanzado del
Mundo
Espiritual,
debemos meditar
sobre la
extensión y la
responsabilidad
de la tarea que
nos es
atribuida.
Conscientes de
esa grave
responsabilidad,
cual sea la de
iluminar
conciencias,
urge que nos
preparemos
convenientemente
a través de la
oración sincera,
de la meditación
serena, del
estudio
edificante, a
fin de que
nuestra palabra,
portadora de
carga magnética
generada en la
convicción
profunda, y no
sólo en la
información
superficial,
pueda tocar a
los pequeñitos,
pues quién no
está convencido
de lo que dice
raramente
consigue
convencer a
alguien. Como
ejemplo, es
oportuno el
recuerdo de las
palabras del
Benefactor
Alexandre,
citadas en el
libro
“Misioneros de
la Luz”, en la
página 311: “El
compañero que
enseña la
virtud,
viviéndole la
grandeza en sí
mismo, tiene el
verbo cargado de
magnetismo
positivo,
estableciendo
edificaciones
espirituales en
las almas que lo
oyen. Sin
esa
característica,
la
adoctrinación,
casi siempre, es
vana.” De ese
modo, la palabra
suave, aunque
firme, nos
abrirá las
puertas de la
comprensión del
niño,
propiciándonos
oportunidad a la
siembra de las
lecciones del
Evangelio, ahora
explicado a la
luz de la
Doctrina
Espírita.
Tres
preocupaciones
importantes:
el pensar, el
sentir y el
hacer
– Debemos tener
conciencia de
que la Escuela
Espírita de
Evangelización –
llamada
afectivamente
como “escuelita”
– es,
desagradable el
poco tiempo de
que disponemos
para la
convivencia con
el niño, a pesar
de la
incomprensión de
muchos
dirigentes de
centros
espíritas y de
las dificultades
materiales, la
escuela que más
esclarece en el
mundo, aquella
más propicia a
la implantación
de los tiempos
nuevos, en base
de las
enseñanzas
liberadoras,
capaces de
llevar el
evangelizador a
un cambio de
mentalidad, que
lo capacitará a
colaborar
efectivamente en
la implantación
de una sociedad
más justa, más
fraterna, de los
tiempos nuevos,
conforme
preconizan los
Espíritus.
Importa sea
recordado
también que el
Espiritismo, al
traernos de
vuelta las
enseñanzas de
Jesús, en su
simplicidad,
objetividad y
pujanza
originales, nos
quita aquel
sentimiento
místico del
comparecer al
templo – así
llamado casa de
Dios – y nos
revela el mundo
como taller de
nuestra vivencia
religiosa, por
lo tanto de
nuestro
perfeccionamiento.
Nos quita,
también, otra
referencia
religiosa,
además del
templo, cual sea
la figura del
sacerdote, del
pastor, del
gurú.
Teniendo eso en
mente, debemos
meditar sobre lo
que
representamos
para el niño,
que nos observa
efectivamente
como referencial
religioso,
aunque nos
empeñemos en
mostrarle las
figuras
venerables que,
a través de los
tiempos, han
traído sus
contribuciones
para la
iluminación de
la criatura
humana, en el
que se destaca
la figura mayor
de Jesús.
Así pensando,
debemos
empeñarnos, con
toda la fuerza
de nuestra
comprensión, en
el sentido de
perfeccionarnos
cada vez más
para la
ejecución de
nuestro trabajo
junto al niño.
Ese
perfeccionamiento
envuelve tres
aspectos
principales, que
deben ocupar el
primer plan de
las
preocupaciones
del
evangelizador:
el pensar, el
sentir y el
hacer.
En la casa
espírita la
Evangelización
del Niño debe
tener primacía
– El pensar nos
lleva a la
reflexión, a la
concienciación
plena del valor
de nuestro
trabajo. Cuando
meditamos sobre
nuestra
actuación en el
sector de
evangelización
infantil,
debemos evaluar
el nivel de
nuestro
compromiso con
la tarea; que
espacio ella
ocupa en nuestra
mente; cuántas
horas por semana
dedicamos a la
preparación del
mensaje que
llevaremos al
niño, que espera
de nosotros la
orientación a
fin de que
camine con
seguridad en
este mundo tan
conturbado en
que vivimos. Sin
que nos
juzguemos
grandes
misioneros o
Espíritus
iluminados, es
justo que
tengamos
conciencia de la
relevancia y del
valor de la
tarea a que nos
disponemos,
aunque nuestro
grupo de
evangelizadores
sea pequeño, que
sea ¡“grupo” de
uno sólo! Y
cuando nos
asalte duda al
respecto. Y
cuando nos
asalte duda
acerca de la
validez de
nuestro
esfuerzo,
debemos
acordarnos de
que en el
trabajo
mediúmnico de
desobsesión –
que debería
denominarse
“evangelización
del
desencarnado” –
un grupo de
varias personas
se empeña, a
veces durante
mucho tiempo, en
el encaminar de
un único
Espíritu que
trilla un camino
equivocado, no
es raro por no
haber sido
evangelizado en
la infancia.
Al ser
examinados los
resultados de
las tareas
desarrolladas en
las
instituciones
espíritas, queda
evidente que la
Evangelización
del niño es la
actividad más
importante, ya
que beneficia el
Espíritu desde
la fase
infantil,
influenciando su
proceder,
dándole
directrices que
lo ayudarán no
sólo en este su
pasaje por la
Tierra, pero que
servirán como
farol a
iluminarle la
conciencia en su
vida de Espíritu
inmortal. Por
eso es que,
aunque
reconociendo el
valor de las
otras tareas
desarrolladas en
los centros
espíritas, se
llega fácilmente
a la conclusión
que la
Evangelización
del Niño debería
tener primacía,
debería ser
actividad mirada
con la mayor
responsabilidad
por parte de los
dirigentes de
las
instituciones
espíritas, por
ser la
encaminadora del
Espíritu, en una
verdadera
continuación del
trabajo iniciado
en el Mundo
Espiritual,
durante los
preparativos
para su vuelta.
Todos tenemos en
nosotros el
amor, en estado
latente
– Es la
conciencia
profunda del
insubstituible
valor de la
tarea que nos
debe alentar en
los momentos de
desanimo, cuando
la incomprensión
de los
dirigentes de la
casa donde
trabajamos, la
falta de espacio
físico, de
material
pertinente, la
falta de
cooperación de
los propios
padres, las
dificultades con
el niño, todas
esas
dificultades
quieran
quitarnos de esa
siembra bendita
a que fuimos
convocados.
El Evangelizador
debe empeñarse,
también, en el
desarrollo de su
capacidad de
sentir. Todos
tenemos en
nosotros el
amor, en estado
latente. Esa
herencia divina,
que se revela a
través de los
siglos
sucesivos, puede
tener su
exteriorización
acelerada por el
esfuerzo
consciente de la
criatura Y el
Evangelizador es
desafiado al
esfuerzo de
amar, pues quién
no ama no tiene
condición de
suscitar en los
pequeñitos el
deseo de amar.
El pensar
es muy
importante,
imprescindible
así. Pero el
pensar
sin el sentir
puede llevarnos
a una postura
muy fría, muy
calculada que,
aunque
matemáticamente
correcta dentro
de los
parámetros
meramente
pedagógicos,
buscados del
ángulo
académico, no se
concilia con el
espíritu del
trabajo de
evangelización,
que debe primar
por el incentivo
al desarrollo de
las virtudes
preconizadas por
el Evangelio.
Dentro de esa
visión, nuestro
hacer nos apunta
el camino del
esfuerzo en la
preparación de
las clases, en
el que alcanza
al contenido a
ser
suministrado, al
material a ser
usado, pero,
principalmente,
el camino del
esfuerzo de la
preparación de
nuestra
capacidad de
sentir, de amar,
iluminándonos
para que podamos
iluminar
conciencias.
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