Continuamos el estudio metódico del libro “El Cielo y el Infierno, o la Justicia Divina según el Espiritismo”, de Allan Kardec, cuya primera edición fue publicada el 1º de agosto de 1865. La obra integra el llamado Pentateuco Kardeciano. Las respuestas a las preguntas sugeridas para debatir se encuentran al final del texto.
Preguntas para debatir
A. ¿Cuál es la importancia de la fe en el tratamiento de los enfermos?
B. ¿Hay algún sentido o propósito en la vida de las personas carentes de recursos materiales, como los mendigos?
C. La abnegación que algunas personas tienen para con sus patrones, ¿puede tener como antecedente relaciones de vidas pasadas?
D. ¿Por qué le suceden sufrimientos atroces y aparentemente injustos a personas buenas y honorables?
Texto para la lectura
251. Antoine B..., escritor muy apreciado, que había ejercido con distinción muchos cargos públicos en Lombardía, tuvo una muerte aparente y fue enterrado vivo. Una circunstancia fortuita hizo que, quince días después de su entierro, su ataúd fuese abierto y cuál no habría sido el estupor de su familia cuando vio que el cuerpo había cambiado de posición dentro del cajón y una de sus manos había sido en parte comida por el difunto. (2a. Parte, cap. VIII, Antoine B...)
252. Antes de describir las sensaciones experimentadas dentro del cajón cerrado, Antoine B… explicó que la causa de su expiación estaba en su existencia anterior, cuando enterró viva a su propia mujer. Le había sido aplicada la pena del talión, diente por diente y ojo por ojo, afirmó el Espíritu. (2a. Parte, cap. VIII, Antoine B...)
253. He aquí lo que Antoine B... experimentó dentro del cajón funerario: “La voz, por falta de aire, ¡no tenía eco! ¡Ah! ¡Qué tormento el del desdichado que se esfuerza en vano por respirar en un ambiente reducido! Era como un condenado en la boca de un horno, por el calor”. (2a. Parte, cap. VIII, Antoine B...)
254. Analizando el caso Antoine B..., Kardec preguntó a Erasto qué provecho puede recoger la Humanidad de semejantes castigos. Erasto respondió: “Los castigos no existen para hacer progresar a la Humanidad, sino para castigar a aquellos que se equivocan. En efecto, la Humanidad no tiene ningún interés en el sufrimiento de uno de sus miembros. En este caso, el castigo fue apropiado a la falta. ¿Por qué hay locos, idiotas y paralíticos? ¿Por qué unos mueren quemados mientras otros padecen los tormentos de una larga agonía entre la vida y la muerte? (2a. Parte, cap. VIII, Antoine B...)
255. Concluyendo su análisis, Kardec esclarece: “La justicia de Dios, a veces tardía, no deja de alcanzar al culpable, siguiendo su curso. Es profundamente moralizador saber que si los grandes culpables acaban su existencia pacíficamente, en abundancia de bienes terrenales, no por ello dejará de llegarles, tarde o temprano, la hora de la expiación”. “Una existencia honorable no excluye, sin embargo, las pruebas de la vida, que han sido escogidas y aceptadas como complemento de expiación – es el saldo del pago de una deuda cumplida antes de recibir el precio del progreso conquistado.” (2a. Parte, cap. VIII, Antoine B..., comentario de Kardec.)
256. Letil fue un industrial que residía en los alrededores de París y tuvo, en abril de 1864, una muerte horrible: se incendió una caldera con barniz ardiente y él, en un abrir y cerrar de ojos, fue alcanzado por el fuego. Pero Letil, aun viendo que estaba perdido, tuvo el valor de caminar hasta su casa, a una distancia de más de 300 metros. Cuando le prestaron los primeros auxilios, sus carnes dilaceradas caían a pedazos, dejando a la vista los huesos de una parte de su cuerpo y su rostro. Aun así, sobrevivió doce horas en medio de horribles sufrimientos, pero conservando una perfecta lucidez hasta el final. (2a. Parte, cap. VIII, Letil.)
257. Debidamente asistido en el mundo espiritual, Letil narró en la Sociedad Espírita de París cómo ocurrió su desencarnación y la causa de su expiación. “Hace dos siglos – dijo – mandé quemar a una muchacha, inocente como se puede ser a su edad – de 12 a 14 años. ¿Qué acusación pesaba sobre ella? Su complicidad en una conspiración contra la política sacerdotal. En ese entonces, yo era italiano y juez inquisidor; como los verdugos no se atrevieron a tocar el cuerpo de la pobre criatura, yo mismo fui el juez y el verdugo.” (2a. Parte, cap. VIII, Letil.)
258. Dirigiéndose a todos los que deploran el olvido de las vidas pasadas, Letil exclamó: “¡Oh! ¡Vosotros, adeptos de la nueva doctrina, que con frecuencia decís que no podéis evitar los males por el desconocimiento del pasado! ¡Oh! ¡Hermanos míos! Bendecid al Padre por ello, porque si ese recuerdo os acompañase en la Tierra, no habría reposo en vuestros corazones”. “¿Cómo podríais, constantemente asediados por la vergüenza y el remordimiento, disfrutar un solo momento de paz? El olvido es entonces un beneficio, porque el recuerdo sería un tormento.” (2a. Parte, cap. VIII, Letil.)
Respuestas a las preguntas propuestas
A. ¿Cuál es la importancia de la fe en el tratamiento de los enfermos?
La fe es esencial para conseguir el resultado que se desea. Es necesario tener confianza en Dios y tratar de inspirar a los pacientes una fe sincera, pues de otro modo nada se conseguirá. Dijo Julienne Marie: “Cuando implores permiso a Dios para que los buenos Espíritus te transmitan sus fluidos benéficos, si no sientes un estremecimiento involuntario, es que tu oración no ha sido lo suficientemente fervorosa para ser oída”. Es sólo en esas condiciones que la oración puede volverse valiosa. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Julienne Marie, la mendiga, primera pregunta.)
B. ¿Hay algún sentido o propósito en la vida de las personas carentes de recursos materiales, como los mendigos?
Es evidente que sí. Los ejemplos de Julienne Marie y Max, narrados en esta obra, son una prueba de esto. Julienne dio que había vuelto a la Tierra con la prueba de la pobreza para ser castigada por el vano orgullo con que rechazaba a los pobres y miserables. De este modo, sufrió la pena del talión, convirtiéndose en la más horrible mendiga de su país, pero soportó la prueba sin quejarse, presintiendo una vida mejor, de la cual no volvería más al mundo del exilio y la calamidad. Max había sido en una existencia anterior un rico y poderoso señor de la misma región donde renació en la miseria. Orgulloso de su nobleza, la fortuna fue su perdición, como resultado de una vida de placeres, juegos y orgías, en la cual sus vasallos eran pisoteados y oprimidos por él. Después de un largo sufrimiento en la vida espiritual, Max reencarnó en una familia de aldeanos pobres. Siendo niño aún, perdió a sus padres y quedó desamparado y solo en el mundo. A los 40 años quedó totalmente paralítico, y desde entonces le fue necesario mendigar por más de 50 años, en las mismas tierras en las que antes había sido señor absoluto. Al regresar al mundo espiritual, estaba redimido y feliz por haber soportado con dignidad y resignación la prueba recibida. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Max y Julienne Marie, segunda comunicación.)
C. La abnegación que algunas personas tienen para con sus patrones, ¿puede tener como antecedente relaciones de vidas pasadas?
Sin duda, y por lo menos ése es el caso más común. Algunas veces, estas personas que en el presente están en la posición de servidores, son miembros de la misma familia o, como en el caso narrado en esta obra, esclavos de la gratitud que buscan saldar una deuda de reconocimiento, al mismo tiempo que contribuyen a su progreso por su dedicación. Pocos comprenden los efectos de la simpatía que las relaciones anteriores producen en el mundo en que vivimos. La muerte no interrumpe, en absoluto, esas relaciones que pueden perpetuarse por siglos y siglos. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Historia de un criado y Adelaide Margarite Gosse.)
D. ¿Por qué le suceden sufrimientos atroces y aparentemente injustos a personas buenas y honorables?
No existe injusticia en las leyes de Dios. Los mismos Espíritus revelan la causa de esos sufrimientos que nos parecen injustos cuando afectan a personas buenas y honorables. Antonio B. describió su prueba atribuyéndola al castigo de una cruel y feroz existencia. Él dijo: “¿Qué vale una existencia ante una eternidad? Es cierto, he procurado ser honesto y bueno en mi última encarnación, pero ya había aceptado ese final previamente, es decir, antes de encarnar”. Sucede que en una existencia anterior había enterrado viva a su propia esposa, sufriendo en consecuencia la pena del talión, un procedimiento conocido y apropiado en un mundo de pruebas y expiaciones como la Tierra. (El Cielo y el Infierno, Segunda Parte, cap. VIII, Antonio B…, preguntas 7 y 8.)