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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 360 – 27 de Abril de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

El libro perdido

 

En cierta casa, María ayudaba como empleada doméstica. Como la dueña, Celina, trabajaba fuera, María era responsable por todas las tareas.

Cierto día Joel, el hijo de la pareja, buscó un libro y no lo encontró. Muy enfadado, preguntó a la empleada:
 

— María, ¿usted vio mi libro de portugués?

— No lo vi, Joel — la mujer respondió, con atención y cariño.

— ¿No? ¡Yo lo dejé sobre la mesa y no está más

allá! ¡Preciso de él con urgencia! La culpa es suya, pues vive arreglando la casa y guarda todo lo que encuentra — gritó irritado.

María recibió la carga de vibraciones de rabia del jovencito y, sintiendo gran malestar, fue para su cuarto y dejó que lágrimas doloridas le descendieran por las mejillas.

Al llegar para el almuerzo, Celina encontró todo quieto y no sintió el olor bueno de comida. Sobre el fuego, ninguna cazuela. Sorprendida y preocupada, buscó a la ayudante, encontrándola en su cuartito, acostada.

— ¿Qué pasó, María? ¿Usted está enferma? — indagó solícita.

Enjugando las lágrimas del rostro, María respondió serena:

— No pasó nada, Doña Celina. Tuve un malestar, pero ya pasó. Ni conseguí hacer el almuerzo hoy, pero tiene lo suficiente en la nevera. Voy a calentar la comida.

— No. Queda acostada, María. Yo hago eso.

Celina fue para la cocina y colocó en el fuego las cazuelas de arroz y alubias. Mientras eso hizo una tortilla, y preparó una ensalada. Eliseu, su marido, había llegado y ella fue a llamar al hijo, que estaba en el cuarto.
 

Encontró a Joel muy enfadado. El cuarto estaba todo desarreglado. Las repisas  vacías y los libros en el suelo. Las ropas, tiradas por todos lados. Espantada, la madre preguntó:

— Mi hijo, ¿qué está ocurriendo? ¡Parece que pasó un huracán por aquí!
 

Muy irritado, el chico se puso a acusar:  

— Fue María, madre, tengo certeza. ¡Ella escondió mi libro de portugués y yo no lo hallo en lugar alguno! ¡Necesito urgentemente de él para estudiar! ¡No sé donde buscar más!...

La madre abrazó al hijo, que sollozaba, se sentó con él en la cama y lo calmó:

— Queda tranquilo, Joel. Encontraremos tu libro. Pero ahora entiendo el malestar de María, que está en la cama, sin condiciones de levantarse y con el rostro hinchado de tanto llorar. Tú estuviste peleando con ella, ¿no es?

— ¡Pero ella es la culpable, mamá! ¡Ella tiene que hallar mi libro!...

Celina comprendió lo que había ocurrido y, delante de la rabia de él, creyó que era hora de esclarecer todo. Explicó al hijo:

— Joel, ten paciencia con María. Tú no lo sabes, pero ella vino para nuestra casa porque la familia de ella murió en una inundación. Cuando llegó a la ciudad, tocó en nuestra puerta con un bebé en los brazos y pidió comida. Estaba muerta de hambre. Hice un plato para ella y, mientras comía, conversábamos. Me pareció buena muchacha y le ofrecí un empleo, que ella aceptó, satisfecha. Después, llena de vergüenza, explicó que tenía un problema: ella era analfabeta, pero preguntó si podría quedarse asimismo, a lo que yo respondí que no tenía problema. Después, podría frecuentar una escuela nocturna, y ella quedó feliz de la vida.

— Madre, ¿quieres decir que María no está alfabetizada? — indagó el chico, apenado.

— No, mi hijo. Ella tiene vergüenza de su condición de analfabeta. Durante esos años, siempre que yo tocaba el asunto, ella decía que no tenía tiempo, que cuando fuese, resolvería ese asunto. Y el tiempo fue pasando...

Con los ojos húmedos de llanto, Joel murmuró:

— Pero... Y el bebé, ¿qué ocurrió con él?!...

La madre lo miró con los ojos húmedos y respondió:

— Tú eres ese bebé, Joel. Como ella no tuvo condiciones de cuidar del hijo, sugirió que yo y tu padre lo adoptáramos. Así, tú fuiste registrado con nuestro nombre y pasaste a tener dos madres. Gracias a Dios, llegó la hora de que tú sepas de eso, mi hijo.

Sorprendido con la situación y llorando al pensar en lo que había hecho, Joel murmuró:

— Madre, yo fui muy malo con María. La acusé de haber escondido mi libro. Ahora entiendo como ella debe haber quedado ofendida conmigo. Yo la herí profundamente. Voy a hablar con ella.

— Ve, mi hijo. María merece todo tu cariño.

Joel fue hasta el cuarto de Maria y la encontró sentada en la cama, pensativa. Al verlo, ella se disculpó por la perdida del libro, a lo que él respondió dándole un abrazo:

— Perdóname, María. La culpa no es tuya. ¡Yo es que no cuido de mis cosas! Ignoraba que tú no sabías leer. Discúlpame. Mira, ¿te gustaría que yo te enseñara a leer y escribir?

Llena de contentamiento, ella respondió:

— Es lo que más quiero en esta vida, Joel. Gracias, muchas gracias.

Alegres, ellos se dirigieron al comedor, donde la madre ya arreglaba la mesa y colocaba los platos con la comida. Se sentaron todos para almorzar, y Joel quiso hacer la oración.
 

— Señor Jesús, nosotros Te agradecemos por un día más, por el alimento que vamos a comer y por la presencia de mi madre María, que enriquece con su luz nuestra casa. Y que yo pueda ayudarla, dándole mucho amor, como ella nos ha ayudado hace tantos años.

María, sorprendida y llena de emoción,

comprendiendo que él ahora sabía la verdad, abrazó al hijo con mucho amor.

Más tarde, arreglando la barahúnda de su cuarto, Joel encontró el libro bajo la cama. Se acordó entonces de que, estudiando por la noche, se había dormido con el libro en la mano, que había resbalado para bajo la cama.

Lo más importante es que ahora Joel estaba feliz con las dos madres que Dios le había dado de regalo.

MEIMEI


(Recebida por Célia X. de Camargo, em 31/03/2014.)
 



                                                                                   



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