Todas las semanas,
Valter reunía a la
familia para el estudio
del Evangelio en el
Hogar. Y allí, en torno
a la mesa sencilla, él y
la esposa Lucía, junto
con los hijos María y
Lucas, de cinco y siete
años, leían y comentaban
las lecciones del
Evangelio.
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Aquel día, el texto era
dirigido especialmente a
los niños, pues hablaba
de la simplicidad y de
la pureza de corazón, y
Jesús decía claramente
que aquel que no
recibiera el reino de
Dios como un niño en él
no entraría. Y, para que
los hijos entendieran
mejor, Valter les
explicó que Jesús había
tomado al niño como
ejemplo porque el es
puro, simple, dice
siempre lo que piensa,
no miente, entre otras
cosas.
Después de conversar
sobre el tema,
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la pequeña
reunión fue
concluida con
una plegaria, y
tomaron agua
fluidificada,
con las
bendiciones del
Alto. |
Todos estaban muy bien.
La madre arregló la mesa
para la cena, en medio
de la alegría general.
Luego fueron a dormir,
pues tenían que
levantarse pronto. Al
día siguiente tomaron el
desayuno y Valter se
despidió de la esposa:
— ¡Ten un buen día,
querida! No te
preocupes, yo dejo a los
niños en la escuela.
Valter salió acompañado
de los niños. Después de
dejar a los hijos en la
escuela, se dirigió para
la empresa. De repente,
atravesando una calle,
el coche dejó de
funcionar. Él hizo de
todo, pero fue obligado
a dejarlo y seguir
andando para el trabajo.
Llegó tarde a la empresa
y se disculpó por el
retraso, explicando la
razón y el jefe avisó:
— Espero que eso no
ocurra más, Valter. Otro
día usted dio la misma
disculpa. ¡Llévelo para
reparar o cámbielo por
un coche más nuevo!
— El señor tiene razón.
Voy a pensar en el
asunto — concordó el
empleado.
Valter se puso a
trabajar preocupado. Él
no ganaba mucho, pero
daba para mantener a la
casa y la familia.
¡Pero, comprar otro
coche sería difícil! Él
no tenía dinero para
eso.
Así, él llevó el coche
para el taller de un
amigo, que examinó bien
el vehículo:
— Valter, tu coche
necesita de varios
arreglos, inclusive el
motor no está bien. Creo
mejor vender este coche
y comprar otro más
nuevo.
Él agradeció al mecánico
y salió, preocupado. En
casa, conversó con la
esposa y explicó la
situación, mientras los
niños jugaban en la
alfombra, y Lucía
concordó:
— Si no tuvieras salida,
vende el coche.
Estaremos sin coche por
algún tiempo. ¡Tú vas en
autobús para el trabajo,
y yo llevo a los niños
para la escuela!
Después, cuando dé,
nosotros compraremos
otro.
Entonces, Valter puso el
coche a la venta. Luego
al día siguiente,
apareció un comprador.
Era sábado. Valter
recibió sonriente al
comprador y fue a
mostrarle el coche.
Lucas, que estaba
jugando allí cerca, en
la calzada, paró de
jugar y, curioso, quedó
junto al padre.
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Valter abrió el coche,
para que el hombre
pudiera verlo por
dentro. El comprador
hacía preguntas sobre el
vehículo, que él
respondía.
De repente, el hombre
indagó:
— ¿Su coche está bien
así, Valter? ¿Todo
funciona bien?
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Valter, entre la
conciencia de decir la
verdad y el deseo de
vender el coche,
respondió presionado:
— Este coche me sirvió
por muchos años sin
problemas.
— Pero, ¿el motor está
bien así? — insistió el
otro.
— ¡Está! — él concordó,
lleno de vergüenza.
Lucas, al oír eso, tiró
de los pantalones del
padre. Volviéndose, él
oyó al pequeño decir:
— ¡Papá, tú debes haber
olvidado! El motor está
necesitando arreglo,
¿recuerdas?
El comprador miró para
el niño, después para el
dueño del coche, que se
sintió peor aún por
estar mintiendo, y sin
salida, concordó:
— Es verdad. El motor no
está muy bueno, necesita
de reparación.
Muy serio, sintiéndose
engañado, el comprador
agradeció la atención y
se despidió.
Entrando en casa, con
los hombros caídos,
lleno de vergüenza por
haber sido cogido en
flagrante mentira,
Valter se echó en el
sofá, callado.
El hijo se aproximó a él
y dijo:
— ¡Papá, discúlpame por
lo que yo hablé, es que
creí que te habías
olvidado que el motor no
está bien, y no quería
que dijeras una mentira!
¿Recuerdas que Jesús
dijo que necesitamos
tener simplicidad y
pureza de corazón como
un niño, para entrar en
el reino de Dios? ¡Tenía
miedo que tú no dijeras
la verdad!
El padre miró al hijo,
pasó la mano por su
cabecita y, con lágrimas
en los ojos, concordó:
— Tú tienes toda la
razón, mi hijo. Tenemos
que decir la verdad,
siempre, aunque eso
represente un posible
perjuicio para nosotros.
La madre, que había
entrado en la sala con
la hija y había oído la
conversación, preguntó
al esposo:
— Y ahora, ¿qué haremos?
— Voy a vender el coche,
pero sin mentiras,
diciendo la verdad.
Después, con el tiempo,
¿quién sabe si podremos
comprar otro mejor?
— Sí, Valter. Es
preferible que vivamos
con más simplicidad, que
dejemos descuidar los
valores morales que
Jesús nos enseñó — la
madre concordó.
Ellos se abrazaron, y el
padre, aproximó a Lucas
al corazón, y dijo:
— Gracias, mi hijo, por
haberme recordado que la
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verdad debe
siempre ser
dicha, aunque
nos cause
perjuicio.
Agradezco a
Jesús haberme
dado un hijo
como tú.
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MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
14/04/2014.)
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