El Siglo XIX es
denominado El Siglo de
las Luces, pues fue en
el que hubo un gran
desarrollo de los artes,
de la ciencia, de la
cultura. Ese siglo
surgió el 18 de abril de
1857 (fecha de la
primera edición de El
Libro de los Espíritus)
la Doctrina Espírita,
codificada en Francia
por Allan Kardec. En esa
época, París, la capital
francesa, la entonces
Ciudad Luz, era el punto
de apoyo pensante del
siglo 19. Pero el
Espiritismo, la Tercera
Revelación, como las
revelaciones anteriores
(Moisés y Cristo), no
surgió abruptamente.
Recordemos que las ideas
cristianas fueron
presentidas muchos
siglos antes de Jesús,
con Sócrates y Platón,
precursores de la
Doctrina Cristiana y del
Espiritismo. Jesús
completó los Diez
Mandamientos, las
llamadas Leyes de Dios,
recibidos por Moisés en
el Monte Sinaí, mientras
que el Espiritismo dio
la interpretación
racional a las
enseñanzas de Jesús.
La mediumnidad y los
llamados “fenómenos
espíritas” (no porque
sean propios del
Espiritismo, sino
porque es el Espiritismo
que los estudia, sin
ideas preconcebidas)
formaron parte del día a
día de pioneros como
Emmanuel Swedenborg,
Edward Irving, Andrew
Jackson Davis, las
hermanas Fox, entre
otros.
Hasta mediados del Siglo
VI, todo el Cristianismo
creía en la
reencarnación,
proclamada siglos antes
de la Era Cristiana como
hecho incontestable,
guía de los principios
de la Justicia Divina,
pero el segundo Concilio
de Constantinopla, en
553 d.J.C., realizado en
Estambul, en Turquía, en
decisión política, para
atender a las exigencias
del Imperio Romano,
resolvió abolir tal
convicción,
sustituyéndola por la
resurrección (de la
carne), que contraría
todo el principio de la
Ciencia, pues admite la
vuelta del Ser, en el
supuesto juicio final,
en el mismo cuerpo ya
desintegrado en todos
sus elementos
constitutivos.
La Luz mayor de la
Doctrina Espírita –
A lo largo del tiempo,
conforme las
convenciones humanas,
surgieron varias
concepciones, como:
1) el materialismo, que
afirma que la
inteligencia del hombre
es un producto de la
materia y los gozos
materiales son las
únicas cosas reales y
deseables y vivir cada
uno para sí es lo mejor,
mientras aquí estemos.
2) la doctrina
panteísta, para la cual
el alma, independiente
de la materia, es
extraída, al nacer, del
todo universal, se
individualiza en cada
ser durante la vida y
vuelve, por efecto de la
muerte, a la masa
común.
3) la doctrina deísta,
enseñada por los deístas
independientes, que
creen en Dios, admiten
todos sus atributos como
Creador, que, habiendo
establecido las leyes
generales que rigen el
Universo, no se ocupa
más de ellas; siendo
así, nada tenemos que
agradecer o pedir a
Dios.
4) la doctrina enseñada
por los deístas
providenciales, que
creen en la existencia y
en el poder creador de
Dios, en el origen de
las cosas y en la
intervención incesante
de Dios en la creación,
a Él oran y no admiten
el culto exterior y el
dogmatismo.
5) la doctrina
dogmática, que dice que
el alma es independiente
de la materia. Creada
por ocasión del
nacimiento del cuerpo
físico, ella sobrevive y
conserva la
individualidad después
de la muerte corpórea, y
desde ese momento tiene
irrevocablemente
determinada su suerte,
siendo nulos los
progresos anteriores.
6) la Doctrina Espírita,
que enseña que el
principio inteligente es
independiente de la
materia. El alma
individual preexiste y
sobrevive al cuerpo. El
punto de partida es el
mismo para todas las
almas, no habiendo
excepciones. Las almas
son creadas simples e
ignorantes y están
sujetas a la ley del
progreso.
La Doctrina Espírita se
asienta en los pilares
básicos: la existencia
de Dios, la
reencarnación o
pluralidad de las
existencias, la
pluralidad de los mundos
habitados, la
intercomunicación entre
los dos planos de la
vida y el Código de
Moral del Evangelio de
Cristo.
La concepción de la
existencia de Dios,
innata en el hombre, así
como la certeza del
Espíritu inmortal, forma
parte del pensamiento de
filósofos que impulsaron
la cultura del siglo 19.
Emmanuel Kant señala que
la conciencia es la voz
de Dios en el hombre. Y
demuestra que la ley
moral es la posibilidad
más profunda de nuestro
ser y la realización de
nuestro verdadero
destino. René Descartes,
al llegar a la célebre
conclusión: “pienso,
luego existo”, afirma
que el pensamiento es
algo más cierto que la
materia corporal, y
descubre la realidad del
Espíritu. Hegel escribió
la Fenomenología del
Espíritu, donde traza la
historia por la cual la
conciencia humana se
elevó de las
representaciones más
elementales de Dios a su
representación
filosófica adecuada.
Entre voces disonantes,
Friedrich Nietzsche
proclamó la muerte de
Dios, pero Voltaire fue
preciso cuando afirmó
que no creía en los
dioses hechos por los
hombres, pero sí en el
Dios que hizo a los
hombres.
El progreso moral se
distanció cada vez más
del progreso científico.
Si observáramos el
progreso de la
Humanidad, vemos que en
todas las épocas el
progreso moral siempre
marchó detrás del
progreso material,
mientras que, para
nosotros cristianos, el
progreso material debe
andar codo con codo con
el progreso moral. Somos
como los pájaros,
tenemos dos alas: el ala
de la moral y el ala del
conocimiento, que deben
siempre andar codo con
codo.
Volvamos a las varias
concepciones surgidas en
la Tierra. Como dijimos
en el primer párrafo, la
Doctrina Espírita surgió
el 18 de abril de 1857,
en París, Francia, con
la primera edición de
El Libro de los
Espíritus, compuesto
por 501 preguntas de
Allan Kardec y las
respuestas de los
Espíritus, con
comentarios, en negrita,
del Codificador. La
segunda edición, del 16
de marzo de 1860, fue
reestructurada y
aumentada por Kardec,
con 1.019 preguntas,
bajo la orientación del
Espíritu de Verdad, que
desde la elaboración de
la primera edición ya lo
hube avisado que ella
no podía contener todo.
Los “fenómenos
espíritas” con los
cuales Europa ya estaba
familiarizada,
principalmente a través
de los fenómenos de las
mesas giratorias, que no
pasaban de meros
divertimentos en los
salones sociales,
asumían entonces una
seria connotación,
provocando reacciones de
todo el mundo.
La segunda parte del
libro Obras Póstumas,
publicado en 1890 con
escritos dejados por
Allan Kardec, en el
capítulo Mi primera
iniciación en el
Espiritismo,
registra estas palabras
del Codificador:
“Comprendí, antes de
todo, la gravedad de la
investigación que iba a
emprender; percibí en
aquellos fenómenos la
llave del problema tan
oscuro y tan
controvertido del pasado
y del futuro de la
Humanidad, la solución
que yo buscaba en toda
mi vida. En suma, toda
una revolución de las
ideas y de las
creencias”.
Tras El Libro de los
Espíritus, vinieron
El Libro de los
Médiums – enero de
1861; El Evangelio según
el Espiritismo – abril
de 1864; El Cielo y
el Infierno – agosto
de 1865; La Génesis
–enero de 1868.
En ese escenario, Allan
Kardec lanzó el 1º de
enero de 1858 la
Revista Espírita y
el 1º de abril de 1858
la Sociedad Parisiense
de Estudios Espíritas,
el primer Centro
Espírita del mundo.
Contrariando los
procedimientos de la
época, en que las
manifestaciones de las
“mesas giratorias” eran
practicadas en los
salones de las
residencias burguesas,
Kardec entendía que las
reuniones espíritas
deberían ser efectuadas
en una institución
especialmente creada con
ese objetivo, para
evitar la frivolidad y
la interferencia de
contingencias de la vida
privada de los
participantes.
Tarea difícil y compleja
- En la página final de
la Revista Espírita, de
1858, Kardec notificó:
“Sociedad Parisiense de
Estudios Espíritas.
Fundada eln 1º de abril
de 1858 y autorizada por
el sello oficial del Sr.
Alcalde de Policía,
conforme aviso de S. P.
ej. el Sr. Ministro del
Interior de la seguridad
general, en fecha del 13
de abril del 1858.
En el capítulo XXX del
El Libro de los
Médiums, el
Codificador relaciona
los 29 artículos que
tratan de los objetivos
y fines de la entidad:
de la constitución, de
los socios, de la
administración, de las
sesiones y de otras
disposiciones. En dos
años, la Sociedad
contaba con 87 socios
efectivos pagando, entre
científicos, literatos,
artistas, médicos,
ingenieros, abogados,
magistrados, miembros de
la nobleza, oficiales
del Ejército y de la
Marina, operarios
civiles, empresarios,
profesores y artesanos.
El número de visitantes
llegaba a casi mil
quinientas personas por
año.
Kardec, que desempeñaba
el cargo de presidente
desde la fundación de la
entidad, cansado por el
exceso de trabajo y
harto con querellas
administrativas, por
varias veces manifestó
el deseo de renunciar,
pero, aconsejado por los
mentores espirituales,
continuó en el ejercicio
de la presidencia hasta
su desencarnación.
El Codificador era
riguroso en el saludo de
las disposiciones
estatutarias y en la
disciplina de las
actividades. Exigía de
todos los participantes
mucha seriedad, hecho
que contribuyó para dar
credibilidad a la
institución y a sus
pronunciamientos, pues
Kardec era
extremadamente austero
en los pareceres
emitidos y nunca
permitió que la Sociedad
se volviese un medio de
controversia y debates
estériles.
Allan Kardec realizó
varios viajes al
servicio de la Doctrina
Espírita, siendo que el
viaje de 1862 fue más
importante y mereció del
Codificador un opúsculo
especial. Aquel año,
viajó por casi dos
meses. Recorrió, en
tren, 693 leguas y
visitó 20 ciudades.
Nacido Hippolyte Léon
Denizard Rivail, en la
ciudad de Lyon, en
Francia, el 3 de octubre
de 1804, estudió en el
Instituto Yverdun, en
Suiza, fundado y
dirigido por Juan
Henrique Pestalozzi.
A los 51 años, era un
educador consagrado en
Francia y autor de
diversos libros sobre la
educación. Bachillerato
en ciencias y letras,
hablaba y escribía en
alemán, inglés, español,
italiano y holandés.
Casado con la profesora
Amélie Gabrielle Boudet,
desencarnada el 21 de
enero de 1883, Allan
Kardec desencarnó el 31
de marzo de 1869, en
virtud de la ruptura de
un aneurisma.
En el capítulo XXIII del
libro A Camino de la
Luz, psicografiado
por Francisco Cândido
Xavier, Emmanuel
registra: “La tarea de
Allan Kardec era difícil
y compleja. Le competía
reorganizar el edificio
desmoronado de la
creencia, reconduciendo
la civilización a las
más profundas bases
religiosas”.
Y el volumen III de la
obra Allan Kardec
(investigación
bibliográfica y ensayos
de interpretación), de
Zêus Wantuil y Francisco
Thiesen, registra:
“Observando, comparando
y juzgando los hechos,
siempre con cuidado y
perseverancia, concluyó
(Allan Kardec) que
realmente eran los
Espíritus de aquellos
que murieron la causa
inteligente de los
efectos inteligentes y
dedujo las leyes que
rigen esos fenómenos, de
ellos extrayendo
admirables consecuencias
filosóficas y toda una
doctrina de esperanza,
de consolación y de
solidaridad universal”.
Espiritismo, idea de
muchos
– En editorial de la
revista Reencarnación,
editada por la
Federación Espírita do
Rio Grande do Sur –
número 407, 2º. Semestre
de 1993, Jason de
Camargo escribió: “El
Espiritismo, amparado en
la fe razonada y
fundamentado en las
leyes naturales,
acompaña el progreso de
la ciencia y se
consolida como una
Doctrina desprovista de
dogmas, interpretaciones
pueriles y fanatismo
religioso.
Inequívocamente, dedicó
profundos estudios sobre
esos temas. Buscó
retirar las concepciones
aún mitológicas
existentes y posibilitó
una nueva visión de
mundo para todas las
criaturas, iniciando,
justamente, por Dios –
la pregunta primera de
El Libro de los
Espíritus”.
En el ítem Influencia
del Espiritismo en el
Progreso, del capítulo
VIII (Ley del Progreso)
– Libro Tercero – Las
Leyes Morales, de El
Libro de los Espíritus
– pregunta 798, Allan
Kardec pregunta: “¿El
Espiritismo se hará una
creencia común o será
sólo la de algunas
personas?”
Los Espíritus así
respondieron:
“Ciertamente él se hará
una creencia común y
marcará una nueva era en
la Historia de la
Humanidad, porque
pertenece a la
Naturaleza y llegó el
tiempo en que debe tomar
lugar en los
conocimientos humanos.
Habrá, sin embargo,
grandes luchas a
sostener, más contra los
intereses que contra la
convicción, porque no se
puede disimular que hay
personas interesadas en
combatirlo, unas por
amor propio y otras por
motivos puramente
materiales. Pero sus
contradictores, quedando
cada vez más aislados,
serán finalmente
forzados a pensar como
todos los otros, bajo
pena de hacerse
ridículos”.
En Obras Póstumas, está
el registro de la
posición de Kardec sobre
el intolerante Auto de
fe de Barcelona, que
ocurrió el 9 de octubre
de 1861, cuando fueron
quemados en una plaza
pública, en Barcelona,
300 volúmenes enviados
por el Codificador al
librero Maurício
Lachâtre.
Cuando el fuego consumió
los 300 volúmenes, el
sacerdote y sus obispos
se retiraron, cubiertos
por los abucheos y las
maldiciones de los
numerosos asistentes,
que gritaban: ¡Abajo
la Inquisición!
Enseguida, numerosas
personas se aproximaron
a la hoguera, y
recogieron sus cenizas.
Dijo Kardec: “Pueden
quemar libros, pero no
se queman ideas; las
llamas de las hogueras
las súper excitan, en
vez de extinguirlas.
Además, las ideas están
en el aire, y no hay
Pirineos bastante
elevados para
detenerlas; y cuando es
grande y generosa una
idea, encuentra miles de
corazones dispuestos a
anhelarla”.
¡Como el fénix, con el
Auto de fe de Barcelona,
de las cenizas nació la
Luz! Como el
Cristianismo, el
Espiritismo es una idea
verdadera, que
prevalecerá. Ya se ve
que el Espiritismo
venció y vencerá, con
los hombres, sin los
hombres y a pesar de los
hombres.
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