¿Cuál dolor es
más profundo?
Que el dolor, la
dificultad, las
vicisitudes son
ocurrencias
comunes en la
vida de las
personas, he
aquí un hecho
que nadie
ignora, aunque
pocos encuentren
en la creencia
que profesan una
explicación
adecuada,
racional,
lógica, que
satisfagan el
individuo más
exigente.
Cierta vez un
periodista
preguntó a la
conocida cofrade
Guiomar de
Oliveira
Albanesi,
fundadora del
Centro Espírita
Perseverancia,
de São Paulo
(SP), cual
sería, en su
opinión, el
dolor más
grande, el dolor
más profundo, el
dolor más
sentido por las
criaturas
humanas. El
periodista, se
justificó, al
hacerle esa
pregunta,
recordando que
D. Guiomar era
conocida por su
larga dedicación
a la causa
espírita y al
atendimiento de
las más
diferentes
personas que
llamaban a las
puertas de la
casa espírita
por ella
fundada.
La respuesta
dada por nuestra
hermana fue
sorprendente
porque, según
ella explicó, no
existe un dolor
más grande, un
dolor más
profundo, un
dolor más
sentido. Para
quien está
sufriendo, todo
dolor es
relevante y es
profundo. Lo que
más molesta a la
criatura humana
no sería,
entonces, el
dolor en sí,
pero sus causas.
¿Por qué
sufrimos? ¿Por
qué la vicisitud
se abatió sobre
nuestro hogar?
¿Por qué
enfrentamos
tantas
dificultades? –
he aquí lo que
importa saber y
es lo que las
personas buscan
comprender
cuanto pasan por
situaciones
así.
La doctrina
espírita es muy
clara cuando
trata del tema.
“De dos especies
son las
vicisitudes de
la vida”,
esclarece Allan
Kardec. “Unas
tienen su causa
en la vida
presente; otras,
fuera de esta
vida.”
En el
desdoblamiento
del asunto – que
el lector puede
leer en la
íntegra en el
capítulo V
d’ El
Evangelio según
el Espiritismo
– Kardec
enumera varias
situaciones
donde no es
difícil a nadie
percibir que
nuestra vida es
regida por leyes
a que no podemos
huir y cuya
característica
es que son
absolutamente
justas y sabias.
Un amigo nuestro
fumaba
demasiado, a tal
punto de poco
utilizar la
cerrilla o el
mechero; la
punta en llama
de un cigarrillo
ya encendía el
cigarrillo
siguiente.
Quien lo conocía
advertía:
“Amigo, fumando
así tú estás
reduciendo
paulatinamente
los días de su
existencia. Fuma
menos, o deja de
vez el
cigarrillo, si
deseas que tu
existencia no se
interrumpa más
temprano”.
Es obvio que la
advertencia
ningún
significado
tenía para él.
Era como
palabras sueltas
al viento…
Los años se
pasaron y en un
momento dado el
amigo ingresó en
un hospital. El
diagnóstico:
enfisema
pulmonar, una
enfermedad
crónica en la
cual los tejidos
de los pulmones
son gradualmente
destruidos,
tornándose muy
hinchado, eso
es, muy
distendidos.
Como resultado,
la persona pasa
a sentir falta
de aire para
realizar tareas
sencillas o
ejercitarse. La
falta de aire en
el inicio sólo
es observada
para los grandes
y medios
esfuerzos.
Manteniéndose el
hábito del
tabaco, puede
ocurrir una fase
más avanzada de
la enfermedad,
cuando la falta
de aire ocurre
en tareas
simples como,
por ejemplo,
bañarse,
vestirse o
peinarse. En
este momento,
muchos se tornan
incapacitados
para el trabajo
y pasan la mayor
parte del tiempo
en la cama o
sentados para no
sentir falta de
aire.
¿A quién
atribuir la
enfermedad de
nuestro amigo?
Pues ahí está un
ejemplo de
vicisitud cuya
causa está toda
en la existencia
actual, tanto
cuanto sus
consecuencias,
por culpa
exclusiva de la
persona que las
sufre. Y, de la
misma manera,
hay innúmeras
situaciones
donde una simple
reflexión puede
indicar por qué
esa o aquella
dificultad
surgió en
nuestra vida.
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