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Mário se sentía la
criatura más infeliz del
mundo. Fue despedido del
empleo donde había
trabajado por muchos
años. Triste, sin coraje
de volver para casa, se
sentó en un banco de
jardín y se puso a
pensar qué hacer de ahí
en adelante.
Se acordó de la esposa,
mujer valiente, que
nunca protestaba de
nada. Él ganaba poco en
el empleo,
|
pero conseguían
vivir. María
hacía el milagro
de la
multiplicación y
el dinero
siempre daba. |
Los dos hijos eran
buenos niños. Aunque
siempre necesitaran de
dinero para sus gastos,
sabiendo que el padre
ganaba poco, nada
pedían.
¿Qué voy yo a hacer
ahora?
— pensó Mário,
desanimado.
Un rayo de Sol tocó en
su rostro, haciéndolo
acordarse de Dios. Pidió
la ayuda divina, en
nombre de la familia que
él tanto amaba y que
necesitaba de recursos
para mantener.
Algunos minutos después,
más rehecho después de
la plegaria, Mário vio
una hilera de hormigas
que caminaban cargando
fardos mayores que
ellas: pedazos de pan,
hojas, restos de
alimentos que llevaban
al hormiguero para
dividir con sus
hermanas.
Mário pasó a prestar
atención en lo que
ocurría a su alrededor.
Mirando para otro lado,
él vio un pajarito con
un gusano preso en el
pico y, en el nido,
dividía con sus hijitos.
Vio un sapo en medio del
follaje llevando comida
para sus hijitos. Así,
él fue percibiendo que a
su alrededor, en un
pequeño trecho de la
plaza, todos trabajaban.
Irguió la cabeza y vio a
una señora que, con un
tablero adaptado a una
bicicleta, vendía dulces
en la esquina. Más
adelante, observó una
barraquilla, donde un
hombre vendía pasteles;
más adelante, vio a una
mujer barriendo la
calle...
De repente, él pensó:
Si todos se esfuerzan y
encuentran una actividad
para ganar lo necesario
para vivir, ¿por qué yo
sería diferente?
Entonces, a partir de
ese momento, él comenzó
a pensar qué podría
hacer para mantener a su
familia. De repente, él
se acordó. Siempre le
había gustado trabajar
con jardines. ¡En su
casa, pequeña y simple,
era él que cuidaba del
jardín, que todos
elogiaban!
Más animado, él se
levantó decidido y
volvió para casa. Al
llegar, encontró a la
esposa, que comenzaba a
hacer el almuerzo.
La abrazó e informó:
— Querida, fui despedido
del empleo, pero no te
preocupes. Ya decidí que
voy a dedicarme a otra
actividad.
Queda tranquila. ¡Confío
en Dios que nada nos
faltará!
En su pequeño taller en
el fondo de la casa,
Mário encontró una tabla
que juzgó de buen
tamaño. La limpió, pasó
una capa de pintura
amarilla y después
escribió: HAGO TRABAJO
DE JARDINERÍA.
Más animado, cuando la
tinta secó él la colocó
en el jardín para que
todos pudieran ver.
Resuelta esa parte,
después del almuerzo,
Mário cogió sus
herramientas, las colocó
en un carrito y salió
por la ciudad. Examinaba
el estado de los
jardines y, al hallar
uno que estaba lleno de
matas, necesitando de
trato, tocaba la
campanilla.
— ¡Buenas tardes,
Señora! Su jardín es muy
bonito, pero veo que
está necesitando de
cuidados. Soy bueno en
lo que hago, puedo
garantizarlo. Si la
señora no gusta del
servicio, no necesita
pagarme — dijo
sonriente.
La señora, encantada con
la simpatía del
jardinero, estuvo de
acuerdo:
— Realmente, mi jardín
está necesitando podar
la hierba. Acepto. Puede
hacer lo que sea
necesario.
Al dar por terminado el
trabajo, Mário llamó a
la dueña de
|
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la casa, que
vino enseguida.
¡La mujer miró
para el jardín,
sorprendida,
pues parecía
otro! Él no se
había limitado a
podar la hierba,
sino que había
retirado todas
las hierbas
dañinas que
crecían en medio
de la hierba. |
— ¡Pero es una belleza,
Mário! — ella exclamó —
¿qué hizo usted? ¡Mi
jardín está bien
diferente!
— Doña Isabel, había
bellas mudas de flores
que merecían ser
replantadas, y encontré
un lugar donde van a
recibir claridad en la
medida correcta, porque
no les gusta de mucho
sol. Y otras, que
necesitan de mucho sol,
estaban en la sombra, lo
que no permitía que
floreciesen como era de
esperar. Fue eso lo que
yo hice — explico él,
sin gesto.
Isabel sonrió,
satisfecha y
maravillada. ¡Ahora
realmente su jardín
estaba lindo!
— ¿Cuánto le debo por el
trabajo, Mário?
— Lo que la señora crea
que merezco.
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Ella entró y volvió con
el dinero, que entregó
al jardinero. Cogiendo
las notas en la mano, él
abrió mucho los ojos,
espantado:
— ¡Doña Isabel, pero es
mucho más de lo que yo
cobraría por mi
trabajo!...
Ella sonrió y respondió:
— Pues yo di lo que creo
que usted merece, Mário.
Y tiene más. Quiero que
sea mi jardinero. Todos
los meses, en esta misma
|
época, puede
venir a cuidar
de mi jardín.
¡Pero usted parece
emocionado, Mário! ¿Qué
pasó? |
Enjugando los ojos, él
explico:
— La señora está siendo
mi salvación, Doña
Isabel. Fui despedido
del empleo hoy y
confieso que estaba
desesperado...
Y contó todo lo que
había ocurrido hasta
decidirse por hacer
trabajo de jardinería,
pues todos elogiaban su
jardín. La señora,
también conmovida, dijo:
— Pues puede quedar
descansado, Mário. Voy a
conversar con mis amigas
y tengo certeza de que
no le faltará trabajo.
Mário salió de aquella
casa sintiendo el
corazón repleto de
gratitud por el socorro
divino que había llegado
con tanta rapidez.
Ahora su vida había
cambiado para mejor.
Trabajando como
jardinero, ganaría más
de lo que recibía antes
como obrero en una
empresa y estaría
haciendo algo que
realmente le daba
placer. Además de eso,
tendría más tiempo para
dedicarse a la familia
que él tanto amaba.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
Camargo, em 19/05/2014.)
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