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Espiritismo para los niños - Célia X. de Camargo - Português Inglês 
Año 8 369 29 de Junio de 2014

Traducción
Isabel Porras Gonzáles - isy@divulgacion.org
 

 

Renovación
  

  

Otávio era un hombre que durante toda la vida siempre había vivido con confort. De familia rica, hubo heredado una fábrica, muchos inmuebles, además de bastante dinero y joyas valiosas.
 

Con tantos recursos, Otávio había crecido sin problemas de dinero, y no hubo aprendido a valorar lo que tenía.

Su familia vivía siempre en fiestas y en viajes. Los hijos no aprovecharon las bendiciones de la escuela, porque querían aprovechar la vida y no tenían tiempo para coger los libros.

El tiempo fue pasando, hasta que un día Otávio

amaneció no sintiéndose muy bien. Y se quedó en el lecho, descansando.

Sin embargo, él empeoró y mandó llamar al médico de la familia.

Después examinándolo el médico, le dijo:

— Otávio, por la vida que usted ha llevado, su organismo está necesitando de cuidados. Voy a pasarle una medicación que deberá tomar todos los días, en la hora correcta. Su caso es grave y, si no deja de comer tanto, va a empeorar.

Otávio le agradeció, pero continuó llevando la vida de siempre. Ni los medicamentos tomaba él, alegando no tener tiempo.

Él tenía un hijo diferente de los demás. Tadeu, el pequeño, ahora ya un jovencito, era el único que se preocupaba con el padre, la madre y los hermanos. Él decía:

— ¡Papá, nuestra familia no puede pasar todo el tiempo de fiestas y viajes! ¡Mamá y mis hermanos no paran en casa! Y tú estás aquí, porque tienes problemas de salud, de lo contrario también estarías llevando una vida sólo de placeres.

— ¡Que tontería, mi hijo! ¡Tenemos bastante dinero para divertirnos!

Y el chico volvía a preguntar:

— ¡Papá, pero el dinero puede acabarse! El otro día, conversé con un empleado de la fábrica y él me dijo que, en la fábrica, está todo difícil. ¡Que su gerente está gastando mucho dinero sin necesidad! ¡Déjame tomar la dirección de la fábrica, quiero trabajar!

Nervioso, el viejo padre replico:

— ¡De ninguna manera! ¡Un hijo mío no necesita trabajar! ¿Que irán a decir de mí?

Tadeu bajó la cabeza, desalentado. No adelantaba conversar con el padre. ¿Quién sabe si debía alertar a la madre? ¿O sus hermanos?...

Y Tadeu buscó a la madre, inútilmente. Cuando la encontraba, pidiéndole para conversar, ella daba una disculpa: tenía que arreglarse el cabello, comprar ropas o ir a una fiesta.

Buscó a sus hermanos, también sin éxito. Así, Tadeu decidió vivir su vida, sin preocuparse con los demás.

Cierto día, al entrar en el cuarto del padre, vio que él estaba acostado aún. Lo llamó y él no respondió. Mandó llamar al médico, que lo examinó, dando el diagnóstico:
 

— Por haber abusado demasiado de comidas, bebidas e excesos de todo género, su padre tuvo un ataque al corazón y tendría que quedarse en la cama. Aqui está a receita.

Así, Tadeu se quedo al lado del padre, ayudándolo en la recuperación y dándole los medicamentos.

Al saber que el patrono estaba enfermo, los

empleados aprovecharon para sacar de la fábrica todo lo que podían, hasta que fue necesario cerrarla. La madre y los hermanos, viendo que el padre no mandaba más en nada, acabaron con todo el dinero, vendieron las joyas y todo lo que tuviese algún valor, para proseguir en la vida de diversión.

Siempre en el lecho, un día el padre preguntó al hijo, lamentando al ver que nada más había de la riqueza del pasado:

— ¿Por qué Dios permitió que eso ocurriera, mi hijo? ¡Somos pobres!

El joven, mirando al padre con ternura, respondió:

— ¡Papá! Aprendí, con Jesús, que tenemos siempre lo que merecemos. Dios nos da siempre lo mejor para poder vivir. Sin embargo, también nos muestra lo que necesitamos hacer: amar al próximo como a nosotros mismos.

El padre, que oía callado los comentarios del chico pequeño, consideró:

— Nuestra familia tuvo todo en abundancia, riquezas que podrían haber sido repartidas con los que nada tienen, sin embargo resolvemos utilizar todos los recursos para nuestro propio uso, dejando a nuestros hermanos morir de hambre. Ahora, tenemos las consecuencias: la enfermedad, la falta de dinero, la vejez desamparada.

El padre, con lágrimas en los ojos, lamentaba el tiempo perdido. Pero el hijo dijo:

— ¡Sin embargo, papá, aún podemos hacer alguna cosa: ayudar a las personas a través de la palabra, llevándoles las enseñanzas de Jesús!

Entonces, Tadeu, como no podía salir de casa, pues el padre dependía de él, resolvió usar la bella y antigua casa, para recibir a los pobres y necesitados de las calles, al mismo tiempo ayudando al padre.

En determinada hora de la tarde, Tadeu reunía a los pobres en la gran sala, y abriendo el Evangelio de Jesús, leía un tramo y comentaba. Después, hacía una oración y, para finalizar, servía té con pan para todos.

Con el pasar del tiempo, la multitud aumentaba siempre, pero también los amigos de buena voluntad, que venían a ayudarlo a tratar de los infelices.

Así, el padre, ahora anciano, se beneficiaba de los comentarios de Tadeu, introduciendo el Evangelio en su corazón, haciéndose otra persona, mejor y más feliz.

Hasta el día en que Dios lo llamó para el mundo espiritual, ahora renovado y lleno de fe, con el corazón agradecido por las bendiciones recibidas por el trabajo del hijo.

                                                      MEIMEI
 

(Recebida por Célia X. de Camargo, em 14/04/14.)     



                                                                                   



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Revista Semanal de Divulgación Espirita