Lúcio, de diez años,
estaba protestando
siempre no tener tiempo
para nada. Cuando la
madre le preguntaba si
tenía tareas de la
escuela para hacer, él
respondía:
— Sí, pero ahora no
tengo tiempo.
Estoy jugando.
Más tarde la madre
volvía a preguntar:
— Mi hijo, ¿tú ya
hiciste los deberes de
la escuela?
— No, mamá. ¡Después yo
los hago; ahora estoy
viendo la televisión!
Y así él dejaba para
después todo lo que era
realmente importante.
Cierto día, la profesora
Meire mandó un recado
para la casa de él,
pidiendo que la madre de
Lúcio compareciera a la
tarde.
Sorprendida, la madre lo
agradeció,
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confirmando. |
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Cuando Lúcio llegó, la
madre quiso saber como
fue la mañana de él. El
niño miró para ella y
respondió:
— ¡Todo bien!
Tras el almuerzo, la
madre dio una disculpa y
fue a la escuela.
Meire, que la esperaba,
la llevó hasta la sala
de los profesores y,
después de acomodarse,
la profesora preguntó:
—
Alzira, ¿qué está
ocurriendo con Lúcio? Él
no ha hecho los deberes
de casa y no estudia
para los exámenes,
alegando no tener
tiempo. ¡Me gustaría
saber si eso es verdad,
pues es grave la
situación. Las notas de
él están muy bajas!
La madre, que oía con
los ojos muy abiertos,
respondió:
— ¡No sabía que él
estaba tan mal! Cuando
pregunto sobre los
exámenes, Lúcio dice que
la profesora aún no dio
las notas, ni entregó el
boletín.
— No es verdad. Busque
hablar con su hijo y
saber lo que está
pasando. ¡Estoy
preocupada, Alzira!
— Delante de lo que me
dijo, yo también!
Gracias, Meire. Voy a
hablar con él.
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La madre volvió a la
casa y encontró al hijo
en el ordenador,
distrayéndose con un
juego. Pidió que él se
desconectara para poder
hablar.
— Ahora no puedo, madre.
¿Estoy ocupado, no ves?
¡No tengo tiempo!
La madre llevó de la
mano y desconectó el
ordenador, afirmando:
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— Ahora nosotros vamos a
hablar, mi hijo.
Lo llevó para la sala y
se sentó con él. Después
quiso saber:
— Lúcio, ¿tú sabes lo
que significa “tiempo”?
— ¡Claro que yo lo sé,
madre! El tiempo
representa nuestra vida.
60 segundos forman un
minuto; 60 minutos, una
hora, y 24 horas
representan un día, y
así el mes y el año...
¿Y
eso es lo que quieres
saber?
— Sí, pero va mucho más
allá, mi hijo. Pregunté
del “tiempo”, como
oportunidad que Dios nos
concede de vivir y poder
aprender, no sólo en la
escuela, sino con la
propia vida; realizar
cosas que nos agraden,
crecer y evolucionar.
Más tarde, escoger una
profesión para ayudarnos
a nosotros mismos y a
las otras personas.
¿Entendiste?
— Sí, madre, ¿pero cuál
es el problema?
Adónde quieres llegar?
— ¿Cómo gastas tú
tiempo, Lúcio? — ella
respondió con otra
pregunta.
El chico bajó la cabeza
y no dijo nada.
Entonces, la madre
consideró:
— ¡El problema, mi hijo,
es que tú gasta tu
tiempo inútilmente! Nada
haces de bueno o de
instructivo, y, por eso,
tienes problemas.
No valoras los estudios,
especialmente.
— ¡Ah, madre, es que a
mí me gusta jugar,
jugar, ver televisión! —
el chico murmuró, sin
levantar la cabeza.
— ¡Yo sé, tú eres niño
aún! ¡Pero no puedes
hacer “sólo” eso! Tienes
que estudiar también,
hijo. Tendremos que
prestar cuentas a Dios
por el tiempo que
desperdiciamos.
Programando tu día con
cuidado, tú puedes hacer
de todo, sin descuidarte
de nada.
El chico concordó, y
contó a la madre,
abriéndole el corazón:
— Es verdad, madre. ¡Mis
notas son pésimas! ¡Yo
sé que necesito estudiar
más!
Después, respiró hondo y
sonrió aliviado:
— Mamá, yo estaba
preocupado. Reconocer
esa verdad y contar para
ti me dejó bien mejor.
¡Necesito aún programar
mi día! ¡Ayúdame!
— Yo te ayudo, mi hijo.
Puedes contar conmigo,
pero busca colocar todo
en el papel.
Lúcio cogió una hoja,
colocó sus horarios
dividiendo las horas.
Con la salvedad de la
mañana — que era horario
escolar —, y dejó un
espacio para descanso
inmediatamente después
del almuerzo; después,
el horario de tareas y
estudio. ¡Y vio que aún
sobraría tiempo, antes
de oscurecer, para jugar
con los amigos!
— ¡Muy bien, hijo mío!
Ahora tú solo precisas
obedecer a esa
programación.
— Puedes tener certeza,
mamá. No quiero
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que el Padre del
Cielo me cobre
por el tiempo
que desperdicié
aquí en la
Tierra. Voy a
hacer oraciones
pidiendo a Jesús
que me ayude a
ser más
organizado.
Tengo certeza de que voy
a conseguirlo! |
Algunos meses después,
las notas de Lúcio
estaban mucho mejor y
mostró el boletín para
la madre, con
satisfacción.
— ¡Tú estás yendo bien
y, ciertamente, has
tenido mucha ayuda de
Jesús! ¡Enhorabuena, mi
hijo! Estoy orgullosa de
ti. Mostraste que tienes
voluntad: decidiste
cambiar y mantuviste tú
decisión.
— ¡Y sobra tiempo para
todo, mamá!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
9/06/2014.)
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