Ha sido objeto
de acaloradas
discusiones y
análisis en la
prensa americana
la actuación de
los ejecutivos
de la montadora
General Motors
(GM) debido a
las nefandas
consecuencias
ocasionadas por
el defecto en
los mecanismos
de encendido de
sus vehículos.
Resumidamente,
el problema era
tan grave que,
de un momento
para otro y en
pleno uso de los
coches, los
volantes
quedaban
bloqueados, los
frenos paraban
abruptamente de
funcionar y los
air-bags eran
desactivados
llevando a
accidentes
horrendos,
algunos incluso
fatales (por lo
menos 13
personas
murieron a causa
de los fallos
presentados).
Sin embargo,
entre la
decisión
empresarial de
realizar un
recall con
2,6 millones de
propietarios de
coches de la
marca y pagar
una
indemnización a
las familias de
las víctimas, la
empresa optó por
la primera
alternativa
hasta el momento
en que el caso
ganó los
titulares. Cabe
resaltar que el
coste de la
sustitución de
la pieza
defectuosa era
de apenas 75
centavos de
dólar por coche.
Dadas la
gravedad y la
repercusión del
caso, la
presidente
mundial de la
compañía, Mary
T. Barra, fue
convocada a
comparecer ante
una comisión del
congreso
americano para
dar
explicaciones
para los
ignorados – por
más de una
década –
defectos de los
vehículos. La
convocatoria
tenía por
objetivo
principal
discutir el
valor de las
indemnizaciones
a ser pagado a
las familias
enlutadas. Se
calcula, a
propósito, que,
ahora,
alcanzarán la
tasa de los mil
millones de
dólares. Vale
resaltar que la
prensa
especializada
viene “cavando
hondo” ese caso
– Toyota, por
señal, también
pasó por un
véjame
semejante,
siendo condenada
a pagar 1,2 mil
millones de
dólares debido a
la muerte de 12
personas –
considerando el
porte y la
relevancia del
protagonista, es
decir, uno de
los símbolos de
la industria
americana de
todos los
tiempos.
Ese escándalo se
suma a muchos
otros
La periodista
Gretchen
Morgenson, de
New York Times,
por ejemplo,
reportándose a
los resultados
de una
investigación
efectuada por
una empresa de
consultoría
independiente
contratada por
la montadora
para filtrar las
razones de tan
estruendoso
fracaso de
dirección,
afirmó que
fueron
encontradas
pruebas de la
existencia de
“procesos
burocráticos que
evitaban
responsabilidad”,
de un “patrón de
incompetencia”
que conducía a
la inacción
delante de los
defectos de los
vehículos.
Lamentablemente,
se filtró que
cuando los
comités de la
empresa
concordaban con
la aplicación de
algún plan de
acción, faltaba
la indispensable
ejecución. De
manera
sorprendente, el
referido informe
admitió también
que fue
simplemente
imposible
determinar la
“identidad de
cualquier
decididor”
envuelto en las
discusiones. En
otras palabras,
aparentemente
una cortina de
auto-cobertura
prevaleció en
todo el
siniestro
episodio.
Algunos
empleados
revelaron a los
investigadores
que evitaron
deliberadamente
hacer
anotaciones y
registros en las
reuniones de
seguridad porque
dedujeron que
los abogados de
la compañía así
lo deseaban. En
resumen, quedó
evidente,
delante de la
pérdida de vidas
inocentes, que
las prácticas de
auto-preservación
de los empleados
eran de causar
náuseas. Cabe
destacar que ese
escándalo se
suma a otros más
recientes
envolviendo a
ejecutivos de
las empresas de
servicios
financieros en
el mismo país.
Los criminales
están por todas
partes
Examinando todo
ese embrollo, el
boletín de la
Escuela Wharton
de la
Universidad de
Pensilvania
afirmó que
cuando se
observa
ejecutivos de
embate
distanciándose
del desastre con
centenares de
millones de
dólares en los
bolsillos,
dejando que la
cuenta para
accionistas e
inocentes
contribuyentes
paguen, entonces
el peligro es
extremo.
Los casos arriba
mencionados
comportan muchos
análisis y
reflexiones,
inclusive a la
luz de las
enseñanzas
cristianas-espíritas.
Es notorio que
las
organizaciones
ejercen un poder
extraordinario
sobre nuestras
vidas. Aunque
incontables
servicios y
productos
necesarios a la
vida humana
estén bajo la
responsabilidad
de alguna
empresa, es
chocante
constatar que
ellas actúan –
por lo menos una
parte
considerable –
perjudicando y/o
hiriendo a quién
paradójicamente
debería
satisfacer o
atender. Sin
embargo, el
hecho es que los
criminales están
por todas partes
– incluso en el
mando de
importantes
organizaciones e
instituciones
humanas. A fin
de cuentas,
muchas de sus
decisiones son
tomadas sin
cualquier
consideración y
respeto a sus
consumidores-ciudadanos.
El caso en
pantalla ganó
enorme
proyección
debido al sector
en el cual la GM
opera, pero es
inconcebible lo
que otras
organizaciones,
digamos, menos
visibles, están
haciendo, a
despecho de las
propagadas
iniciativas
relacionadas a
la
responsabilidad
social
corporativa,
ciudadanía
empresarial,
sustentabilidad
y espiritualidad
en las empresas.
Siendo así,
mucho se engañan
aquellos que
imaginan estar
sólo “cumpliendo
un deber”
cuando así
actúan. La
inconsecuencia y
el egoísmo de
sus actos en el
trabajo no pasan
desapercibidos
por la
espiritualidad.
El hombre de
bien respeta los
derechos ajenos
Tratar con
desdén,
mezquindad y
liviandad la
salud y la vida
de los
semejantes
(consumidores y
compañeros)
ciertamente
demandará
durísimos
ajustes
cármicos. En la
actualidad,
ejecutivos y
técnicos, de
modo general,
reciben
entrenamiento
referente a la
conducta ética
en el trabajo.
Además, escuelas
de gestión
tienen en sus
currículos
disciplinas
específicas
vueltas al tema,
además de amplia
literatura
disponible a
respecto. La
sociedad, por su
parte, espera y
desea que las
organizaciones y
sus miembros se
comporten
dignamente. No
obstante ese
legítimo deseo,
los escándalos
empresariales
irrumpen por
todas partes
generando
perplejidad y
desconfianza
generalizadas.
Importantes
organizaciones
mundiales
continúan
engañando y
manipulando a
quién deberían
por misión
respetar y
cuidar.
Si así lo hacen,
es debido a la
acción maléfica
de los que las
dirigen.
Definitivamente,
no son personas
de bien porque,
como enseña
Allan Kardec, en
la obra El
Evangelio según
el Espiritismo,
“El hombre de
bien,
finalmente,
respeta en sus
semejantes todos
los derechos que
les son
asegurados por
las leyes de la
naturaleza como
desearía que los
suyos fuesen
respetados”.
Sigue de ahí,
conforme
recuerda el
Espíritu
Emmanuel, en la
obra Camino,
Verdad y Vida
(psicografia de
Francisco
Cândido Xavier),
que “Conviene el
esfuerzo de
auto-análisis, a
fin de
identificar la
calidad de las
propias
acciones”.
Enfatiza el
bendecido
benefactor que
“Es
indispensable
conozcamos los
frutos de
nuestra vida, de
modo a saberse
beneficiar a
nuestros
hermanos”.
Finalmente, ¿de
qué adelanta una
posición
reluciente,
poder de
influenciar
decisiones y
dinero en
profusión, pero
tener el alma
corrompida?
Vigilemos lo
nacido del
corazón
En esa misma
línea de
razonamiento,
nos alerta el
Espíritu Joanna
de Ângelis, en
el mensaje
Empresas
(psicografiado
por Divaldo
Pereira Franco
el 9 de junio de
2004), para que
vigilemos “lo
nacido del
corazón de donde
brotan los
buenos como los
malos
pensamientos” y
tengamos
cuidado.
Nos esclarece
igualmente a no
dejarnos
“arrastrar por
los murmuradores
y mercaderes,
entusiastas en
favor de las
transformaciones
imperiosas e
imprudentes,
soñadores del
mundo que no
conocen las
reglas del
Evangelio ni la
conducta
espírita”. Por
fin, la mentora
pondera:
“Respetar la
modernidad, sí,
sin embargo, no
permitir que
algunos de sus
métodos de
comportamiento
minen los
compromisos para
con la bondad y
el bien”.
De ese modo, la
práctica del mal
ciertamente no
está prevista en
nuestros guiones
de vida. Los
eventuales
frutos malignos
asociados al
ejercicio del
trabajo – aún
cuando derivan
del cumplimiento
de obligaciones
(extraviadas,
dígase) con el
empresario o
asociados a un
supuesto deber
profesional –
generan pesados
débitos al
Espíritu
infractor y,
como tal,
requerirán
acierto ante la
contabilidad
divina en el
momento
oportuno. Por lo
tanto, sondeemos
los frutos de
nuestro trabajo
diario.
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