Rogério estaba todo
contento. Entró en la
sala y vio al padre que
terminaba una
conversación al
teléfono.
Su padre, satisfecho,
con ancha sonrisa le
dijo:
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— Mi hijo, yo acabé de
realizar un buen
negocio. Aquí está un
dinero para tú comprar
algo que te agrade.
— ¡Que bueno, papá!
Gracias — dijo el chico,
feliz.
Rogério metió el billete
en el bolsillo de los
|
pantalones y
salió, pensando
en todo lo que
podría comprar:
¡dulces,
chocolates,
juguetes,
balones, un
juego!...
¡Finalmente,
aquella no era
un billete
cualquiera, era
realmente
valioso! Su
imaginación
corría suelta. |
Él no se separó más del
lindo billete, ni para
dormir. A veces, llevaba
la mano en el bolsillo
para tener certeza de
que el estaba aún ahí.
Por la mañana fue para
la escuela con el
billete en el bolsillo
del pantalón. A La hora
del recreo, vio a
Maurício, compañero con
el cual vivía
desentendiéndose y,
cuando se encontraban en
la calle, el compañero
volvía el rostro,
mostrando no gustarle.
Pero, ese día en
especial, Maurício le
pareció muy triste. A
pesar de todo, Rogério
deseó saber lo que
estaba ocurriendo con
él. Se aproximó a él en
el recreo, se sentó a su
lado y le preguntó por
qué estaba tristón.
El otro levantó la
cabeza y Rogério le vio
los ojos húmedos.
Maurício respondió:
|
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— Es que mi madre está
enferma y mi padre no
tiene dinero para
comprar los medicamentos
que el médico le recetó.
En ese momento, Rogério
sintió el billete en el
bolsillo del pantalón.
Tuvo el impulso de darle
el dinero, pero algo lo
contuvo. Allá en el
fondo él pensó: ¿Voy a
dar mi lindo billete
justo para él que
siempre me trata mal? ¿Que
no le gusto? Ah, no...
Rogério quedo callado,
pensando, después
murmuró:
— Lo siento mucho,
Maurício. Espero que tu
madre quede curada
pronto.
La campanilla sonó y
volvieron para la clase.
En el término de las
clases, Rogério salió
apresurado. Quería
volver inmediatamente
para casa. En el fondo,
él no estaba contento
con su actitud delante
del compañero. La
conciencia lo acusaba.
Él podría haber ayudado
a Maurício y no lo hizo.
Por egoísmo.
En la hora del almuerzo
la madre lo notó callado
y quiso saber lo que
estaba ocurriendo.
Rogério respondió que no
era nada; sólo que la
madre de Maurício estaba
enferma.
— ¡Ah! Mi hijo, ¿quién
sabe si nosotros podemos
ayudar de alguna manera?
Voy a buscar informarme.
Al oír aquellas
palabras, Rogério se
sintió más culpable aún.
Se levantó de la mesa y
fue para su cuarto. La
madre fue detrás de él,
sabiendo que el hijo no
estaba bien. Abrió la
puerta del cuarto y vio
que él estaba llorando.
— ¿Qué pasó, mi hijo?
Entonces Rogério contó a
la mamaíta su problema
de conciencia,
disculpándose:
— ¡Pero también, madre,
a Maurício nunca le
gusté! ¡Siempre me trata
mal, pelea conmigo!
Ahora yo, que gané de mi
padre un lindo billete
de dinero, ¿voy a dar a
él? ¡No
es justo!...
La madre lo tomó en los
brazos, acercándolo al
pecho, y dijo con
cariño:
— Entiendo tu
dificultad, mi hijo, y
tú tienes el derecho de
actuar como quieras.
Finalmente, el dinero es
tuyo.
El niño miró a la madre
con los ojos húmedos e
interrogativos, y la
madre continuó:
— Sin embargo,
justamente por ese
compañero tener rabia de
ti, su acción sería más
importante. Jesús nos
recomienda retribuir el
mal con el bien. ¿Y
sabes por qué? Si
solamente hiciéramos el
bien a los que les
gustamos nosotros, ¿cuál
es nuestro mérito? Todas
las personas, aún las
que no son buenas, hacen
lo mismo. Entonces,
Jesús muestra que
nosotros, que creemos en
él, tenemos que actuar
diferente de las otras
personas. Y Dios,
nuestro Padre, quedará
contento con nosotros,
pues estaremos ayudando
a otro hijo suyo.
¿Entendiste, Rogério?
El chico mostró que
había entendido. Más
animado, se levantó de
la cama y, enjugando los
ojos, dijo:
— Mamá, voy hasta la
casa de Maurício.
— Ve, mi hijo. ¡Y que
Dios te acompañe!
Después, yo también iré
a saber cómo está la
madre de él — concordó,
entendiendo que el hijo
debería ir solo.
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Rogério la abrazó y
salió corriendo.
Llegando a la casa del
compañero, toco con las
palmas y él vino a
atender. Al ver a
Rogério, se extrañó,
pero lo recibió bien.
Rogério sonrió y dijo:
— Maurício, yo vine a
traer una cosa para ti.
¡Toma! ¡Es tuyo! — y,
cogiendo del bolsillo,
entregó al compañero el
lindo billete.
— ¿Tienes seguridad,
Rogério? ¡Es mucho
dinero! Finalmente,
nunca fuimos buenos
amigos... — dijo él,
|
espantado. |
|
— Tengo seguridad
absoluta, Maurício. Si
nunca nos fue bien, eso
no importa ahora. Lo
importante es el
problema de tu madre. Si
ese dinero puede serle
útil, quedo contento.
Maurício extendió los
brazos y abrazó al otro
con gratitud:
— Tu mostraste que eres
un verdadero amigo,
Rogério. ¡Gracias,
muchas gracias!
En aquel instante, al
recibir el abrazo del
otro, Rogério sintió que
toda aquella carga
negativa que había entre
ellos había desaparecido
como por encanto. Ambos
estaban emocionados y
Rogério pidió:
— Me gustaría conocer a
tu madre, Maurício.
¿Puedo entrar?
— ¡Claro, mi amigo! ¡Tú
serás siempre bienvenido
en esta casa!
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
5/5/2014.)
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