Dedicada al
estudio de la
culpa, debido a
su profesión,
sus respuestas
presentan un
lúcido
esclarecimiento
para ese gran
flagelo
individual.
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¿Qué es
exactamente la
culpa?
Aunque muchos
piensen lo
contrario,
acostumbro a
explicar que la
culpa, en su
génesis, no es
algo malo, pero
sí importante,
pues se trata de
la toma de
conciencia del
error cometido.
Sin ella, es
imposible la
evolución del
Ser. Sin
embargo, después
de tomar
conciencia, urge
una decisión
positiva: la
reparación. Otro
punto importante
es que sólo
siente culpa
aquél que posee
la capacidad
egoica para
ello, lo que
permite sentir
que vibra dentro
de sí la
campanita de la
conciencia. Los
psicópatas, por
ejemplo, no
poseen esa
capacidad que,
en resumen,
parte de una
postura
empática. Es el
sentimiento que
nos coloca en
jaque, haciendo
que surja una
cobranza íntima,
a través de una
pregunta
directa: “¿qué
hiciste de la
áurea lección
enseñada por los
Maestros, que
nos pide que
amemos al
prójimo como a
nosotros
mismos?”
¿Cómo lidiar con
ella bajo el
punto de vista
del terapeuta?
Primero, es
necesario tomar
conciencia de
que ella es
parte de nuestra
constitución
psíquica,
encarándola tal
como ella es:
una herramienta
de cambio.
Después de este
primer momento
(muchas veces
angustiante), se
puede decidir
sobre ella,
desviándonos al
remordimiento,
siendo esto, sí,
problemático.
Aunque, como
dije antes, la
culpa sea la
toma de
conciencia de un
acto negativo,
no siempre está
en nuestro campo
consciente. He
atendido a
personas que
padecían serios
desajustes
psíquicos sin
haberse dado
cuenta de que
guardaban una
culpa por algún
mal cometido.
Dependiendo de
la gravedad de
la situación (y
si esta es
demasiado
angustiante para
nuestro ego),
podemos reprimir
la información
en nuestro
inconsciente a
fin de evitar la
locura. Lo más
importante es
ayudar al
paciente a
volver
conscientes
determinados
contenidos y
entender que la
culpa no debe
caminar hacia el
remordimiento,
bajo riesgo de
crear mayor
sufrimiento que
el necesario,
sin ningún
crecimiento.
Además, debemos
ayudarlo a
percibir que el
error es algo
esencialmente
humano,
necesario para
aprender muchas
de las lecciones
de la vida.
¿Y bajo el punto
de vista de
quien
experimenta ese
sentimiento?
No es fácil. El
dolor, cuando
toca a nuestra
puerta, no pide
permiso ni dice
exactamente
cuándo se va a
retirar. Pero si
bien nos trae
angustia, por
otro lado tiene
una función
bellísima en la
pedagogía
divina: es la
maestra que nos
enseña a escoger
otros caminos,
mucho mejores
para nosotros y
para el mundo.
Necesitamos
aprender a oír
lo que el dolor
nos tiene que
decir. La culpa
duele,
ciertamente. ¡Si
pudiésemos
regresar en el
tiempo, haríamos
muchas cosas de
manera
diferente! Lo
bonito en eso es
que, si pensamos
así, es porque
ya entendemos lo
que vino a
decirnos y no
repetiremos la
dosis. Es decir,
la culpa ya
cumplió su
papel. Ahora hay
que batallar en
el camino de la
reparación, que
puede ser
directa o
indirecta, de
acuerdo a las
posibilidades.
Dios nos quiere
felices y en
paz, por
supuesto.
Entonces, si
entendemos que
no haríamos más
las cosas de la
misma manera,
Él, que es la
misericordia
infinita, Padre
amoroso y
Educador
perfecto, nos
enviará
experiencias
diferentes, con
el fin de que
probemos nuevas
posibilidades y
situaciones.
¡Debemos voltear
la página!
En los casos de
terapia en su
consultorio,
¿qué es lo que
más sobresale
como efecto
directo de la
culpa?
Lamentablemente,
el
remordimiento, y
a partir de él,
problemas más
serios tales
como: dificultad
en las
decisiones de
los cotidiano,
baja autoestima,
tristeza
constante,
disturbios del
sueño,
disturbios de
alimentación,
anhedonia o
incapacidad para
sentir placer,
pudiendo devenir
en depresiones
leves o hasta
más graves.
¿Y bajo el punto
de vista
espírita?
El Espiritismo
nace con un
propósito claro:
el de auxiliar
al Ser en su
autoeducación.
Presenta
conceptos
maravillosos y
exactos, sin
margen para
interpretaciones
equivocadas en
aquellos que
estudian con
ahínco sus
páginas
esclarecedoras.
Recordamos por
ejemplo lo que
nos enseñó el
apóstol Pedro
cuando dijo que
“El amor cubre
una multitud de
pecados” (1Pd
4,8). Ahora
bien, la Ley no
es la del
Talión, ya lo
sabemos, sino es
esencialmente
Amor como nos
enseñó Jesús. En
efecto, existe
un pasaje en
Emmanuel que
ilustra bien ese
concepto. Él
dijo que “toda
vez que la
Justicia Divina
nos busca para
un ajuste de
cuentas, si nos
encuentra
trabajando en
beneficio de los
otros, manda a
la Misericordia
Divina que la
cobranza sea
suspendida por
tiempo
indeterminado”.
¿Cómo
perdonarse?
Esa tarea es
preciosa,
urgente y
difícil para
nosotros, seres
en evolución. Lo
que ocurre es
que sin
autoperdón, no
lograremos amar
ni a nuestro
prójimo ni a
nosotros mismos.
Es necesario
comprender que
somos
experimentadores
en un mundo
lleno de
ignorancia.
Estamos muy
influenciados
por el medio,
muchas veces
siendo
conducidos a
determinadas
actitudes
equivocadas.
Nadie en este
mundo logra
acertar todas
las veces. Y
hasta que la
virtud sea
interiorizada,
podemos
equivocarnos
hasta más de una
vez en el mismo
tema. ¡Lo
importante es no
desistir jamás!
Lamentaremos la
acción,
reflexionaremos
sobre ella y
partiremos hacia
nuevas acciones,
de manera
diferente, sin
cargar en
nuestra alma el
peso de las
amarguras que no
ayudan para
nada.
Guardaremos de
la experiencia
solamente lo
necesario: el
aprendizaje.
¿Qué caso
resaltante le
gustaría
transmitir a los
lectores?
Cierta vez, una
abuela me buscó
porque sufría la
pérdida de su
nieta, quien
desencarnó en la
piscina de su
casa, con dos
años de edad. El
caso de por sí
ya era grave,
pero era aún más
complejo porque
fue ella la que
olvidó cerrar el
portón de la
reja protección
del área de la
piscina. ¿Cómo
aliviar aquel
dolor? Las
palabras pocas
veces tienen
algún sentido en
esos casos;
entonces fue
necesario
permitir que el
dolor viniese
con toda su
intensidad a fin
de aliviar la
angustia
reprimida de
aquella pobre
señora. Después,
sintiéndose
amparada,
acogida, pudo
hablar de su
remordimiento,
sobre su
intención de
autocastigarse
por el error
cometido. Ya no
podía dormir, no
quería
alimentarse y
pensaba en el
suicidio
constantemente.
Hicimos varios
test de
realidad, con el
fin de demostrar
en conjunto que
el acto no fue
intencional,
sino que ocurrió
por un olvido.
Otro test servía
para que
rescatemos el
tema de su
voluntad, pues
autocastigarse
no regresaría a
su nieta al seno
familiar.
Después de
algunos meses,
ya mejor de sus
síntomas, surgió
el regalo que
jamás olvidaré.
Una de aquellas
dádivas que Dios
nos permite
experimentar con
el fin de
mostrar su
misericordia
infinita con
nosotros. Ella
pudo recibir un
mensaje
psicografiado de
Uberaba, de 47
páginas, en el
cual la niña
contaba que ella
no tenía ninguna
culpa en ese
caso, porque
estaba prevista
la
desencarnación y
que la nieta no
había sentido
nada al caer al
agua, pues su
alma “saltó” al
cuello de Maria
Dolores,
mientras el
cuerpo se
lanzaba a la
piscina ya sin
vida. Recuerdo
que la carta
contenía datos
confiables que
sólo ella y
algunos pocos
parientes
conocían, como
por ejemplo, el
nombre de una
tía que
desencarnó
muchos años
antes y que
estaba ayudando
a cuidar de ella
en el Mundo
Espiritual.
Surgió entonces,
una nueva vida
para aquella
señora, con un
nuevo sol
brillante, más
fuerte e
iluminado aun:
quedaba probado
para ella tanto
el tema de la
inmortalidad del
alma como la
posibilidad del
reencuentro, en
cierto tiempo.
¿Cómo podemos
ayudar a alguien
en proceso
gradual de
autocastigo por
remordimientos o
sentimientos de
culpa?
Escuchando el
dolor de nuestro
prójimo,
amorosamente,
sin juicios ni
distracciones.
Donando nuestro
tiempo, nuestra
alma, nuestras
oraciones en su
favor. Y por
encima de todo,
demostrando que
estar en el
mundo engloba
errores y
aciertos,
dolores y
alegrías,
tropezar y
volver a
levantarse. Si
deseamos cambiar
lo que hicimos,
es imperioso
saber que no lo
conseguiremos
por las vías del
remordimiento,
sino a través
del amor que
pasamos a
irradiar en el
mundo. Ahora, no
siempre las
personas poseen
las herramientas
necesarias para
darse cuenta de
esa difícil
demanda.
Recordemos que
muchos padres
inculcan en sus
hijos el
remordimiento
como estrategia
(equivocada) de
educación.
Entendamos las
diferencias
entre todos y
sigamos apoyando
a los que
sufren, en
cualquier
situación,
inclusive a
aquellos que se
encuentran
presos en las
difíciles redes
del autocastigo.
¿Cuál es la
principal
diferencia entre
remordimiento y
culpa?
Denomino “culpa
saludable” a
aquella que nos
lleva al
arrepentimiento
sincero y que,
aunque revestida
de dolor,
impulsa al Ser a
la reparación.
En el origen de
la palabra,
arrepentimiento
quiere decir
cambio de
actitud, es
decir, actitud
contraria u
opuesta a
aquella tomada
anteriormente.
Se origina en el
término griego
metanoia
(meta=cambio,
noia=mente). El
Arrepentimiento
quiere decir,
por lo tanto,
cambio de
mentalidad.
Aquellos que
sienten la
“culpa
saludable”
logran tomar
conciencia del
error, sin
mayores
agravios.
Diagnosticado el
error, no se
desea
practicarlo más.
Pero no se podrá
quedar sólo en
la lucha por la
no repetición
del mal
cometido,
sintiendo el
dolor de la
expiación (el
dolor sentido
por el dolor
causado). Irá
más allá: el
tercer (e
imprescindible)
paso, seguirá en
dirección a la
reparación.
En la culpa
patológica es
donde surge el
remordimiento:
un sentimiento
angustiante en
extremo, que
hace que la
persona se
enganche a un
pensamiento en
circuito
cerrado, en el
cual piensa
(erróneamente)
que, al sentir
el dolor
repetidamente,
está pagando por
el mal cometido
y rescatando sus
deudas. Este
autoflagelo por
cierto no la
ayudará, por el
contrario la
inmovilizará en
el dolor,
saboteando sus
posibilidades
evolutivas. Se
trata aquí de
una traba
psicológica que
lleva a serias
patologías de la
mente y del
cuerpo si no son
percibidas y
alteradas en
poco tiempo.
En el
remordimiento el
sujeto se
enclaustra en su
dolor,
lamentándose,
pensado no ser
merecedor de
nada bueno,
desistiendo de
luchar, de
reparar para
liberarse. No
puede percibir
la función del
error y del
dolor en la
evolución de sí
mismo, estancado
en aguas
tormentosas, en
un continuo
sufrir sin
sentido. El
remordimiento lo
hace sufrir,
pero no lo
libera. La
persona se queda
acomodada en la
queja y en el
lamento. Pero
madura
psicológicamente
avanzará por el
camino del
autoperdón y
seguirá en
dirección a la
reparación.
¿Algo más que le
gustaría añadir?
Estamos en medio
de una larga
caminata, por el
sendero de la
evolución.
Nuestro orgullo
muchas veces nos
impide que
veamos las
piedras que
colocamos en
nuestro propio
camino, porque
nos creemos
mayores y
mejores de lo
que
verdaderamente
somos. El
remordimiento
surge
principalmente
de nuestro
“orgullo
herido”. Para
muchos es
difícil aceptar
el error,
entonces
prefieren
desistir en
lugar de
reparar. Cuando
nos percibimos
como realmente
somos – seres
falibles,
aprendices en la
escuela de la
vida, deudores
unos de los
otros, pero
llenos de
potencialidades
para el bien -,
logramos
perdonarnos,
entendiendo que
Dios no utiliza
castigos o
recompensas,
sino
experiencias
importantes para
enseñarnos a
ejercitar el
amor en todas
las situaciones,
con todos los
seres, en todos
los lugares, en
cualquier
momento. Es eso.
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