Cierta vez, paseando por
los alrededores de su
casa, Clara vio un lindo
caballito. El potro,
tranquilo, comía las
hierbas que encontraba
en el terreno.
Encantada con el
caballito, la niña deseó
tenerlo para sí. Como no
hubiera nadie allí
cerca, Clara creyó que
él estaba abandonado y
resolvió llevarlo para
su casa.
Clarinha llegó con el
potro, lo llevó hasta el
patio, y fue arreglar
una vasija con agua para
él, pues debería tener
sede.
La madre de Clara, al
terminar de arreglar la
casa, fue a guardar la
basura allá fuera, donde
acostumbraba a estar.
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Al oír un ruido
extraño, se
dirigió hasta el
patio. Asustada,
vio el potrillo
pastando en su
hierba. |
— ¡¿Qué es eso, mi
Dios?!...
La niña corrió hasta
donde estaba la madre y
explicó:
— ¡Mamá! ¡Yo traje un
caballito para nuestra
casa! ¿Él no es lindo?
El nombre de él es
Bello.
Sorprendida, la madre
pidió explicaciones:
— ¿Pero cómo fue que tú
encontraste este
caballito, Clara?
— ¡Él estaba solo! ¡Creo
que no tiene quién cuide
de él! Entonces, yo lo
traje para nuestra casa,
donde será muy feliz,
mamá.
Con los ojos muy
abiertos, la madre
pensaba en cómo decir la
verdad a la hija, sin
disgustarla:
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— ¡Mi hija, nadie deja
un caballito lindo como
este abandonado!
Ciertamente el dueño de
él quedará triste al no
encontrarlo en el lugar
donde lo dejó. Tenemos
que llevarlo de vuelta.
¡Él no es nuestro! Y no
tenemos el derecho de
quedarnos con él.
— ¡Pero yo lo encontré,
mamá! ¡Ahora él es mío!
— decía ella, llorando.
La madre se sentó en un
banco, la colocó en su
regazo y abrazó a la
hijita con amor.
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— Clarinha, vamos a
pensar. ¿Tú quedarías
contenta si alguien se
llevara a tú gatito
porque él estaba en la
calle?
— ¡Ah, pero Biluca es
mío! Él tiene casa y
nosotros cuidamos de él,
mamá.
— Pues así, hija. Sin
embargo, al verlo solo
en la calle, alguien
puede creer que él no
tiene dueño.
La niña pensó un poco, y
respondió:
— Creo que tú tienes
razón, mamá. Si yo
perdiera a Biluca,
quedaría muy triste.
¡Pero yo quería tanto
este caballito para
mí!... — y se puso a
llorar.
La madre calmó a la
hija, que lloraba de
tristeza, y explicó:
— Clarinha, vamos a
conversar con el dueño
de él. ¿Quién sabe si él
te deja ser amiga del
caballito?
La chiquilla sonrió por
entre las lágrimas y
concordó. Así, salieron
ambas a buscar el
terreno de donde
Clarinha había cogido el
potrillo. Hallándolo,
vieron a un hombre muy
triste, sentado en una
piedra.
Al verlas, él preguntó:
— ¿La señora vio a un
caballito perdido por
ahí? ¡Yo lo dejé aquí en
este terreno y fui
buscar agua; cuando
volví, él había
desaparecido! ¡No
sé qué más hacer!...
La madre intercambió una
mirada con la hija y
Clarinha entendió:
— El señor me disculpe.
Fui yo que cogí su
caballito de
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aquí. Como él
estaba solo,
creí que había
sido abandonado
y, por eso, lo
llevé para mi
casa. |
Grandemente aliviado, el
hombre, que se llamaba
Antonio, sonrió:
— ¡Loado sea Dios!
¡Pensé que él hubiera
sido robado y estaba
para dar queja a la
policía! Pero, dígame,
niña, ¿mi caballito está
bien?
Clarinha sonrió
contenta:
— ¡Muy bien! Él está
pastando en nuestro
patio. Vivimos aquí
cerca. Venga con
nosotros.
Verá como él está bien.
Antonio agradeció y las
acompañó. Entrando en el
patio, vio al potrillo
pastando en el césped y
un cuenco de agua al
lado. Antonio corrió y
abrazó al potro con
mucho cariño, feliz por
haberlo encontrado.
Después, se volvió para
Clarinha y dijo:
— Tú serás siempre
bienvenida a mi casa,
Clarinha. Ella es
simple, pero los amigos
son bien recibidos. Y,
cuando esté con
nostalgia del potrillo,
puedes ir a verlo. Luego
yo voy a adiestrarlo, y
tú podrás pasear con él.
¿Qué piensas, Clarinha?
La niña sonrió contenta.
— Iré sí, puede tener
certeza, Antonio. Ahora
que yo lo conozco,
quiero ser su amiga.
¿Cómo se llama él?
— ¡Se llama Bello!
Clarinha miró para la
madre y sonrió, con
lágrimas en los ojos:
— ¿Viste, mamá? Es el
nombre que yo di a él.
Gracias, Antonio. ¿Puedo
aún ir a visitar a mi
amigo Bello?
— Será un placer,
Clarinha. Y también voy
a enseñarte a montar.
Así, vosotros podréis
pasear juntos.
Alegre, tras haber
acompañado al Sr.
Antonio hasta su casa,
Clarinha se despidió de
él y de Bello,
prometiendo volver allí
siempre que pudiera.
Volviendo para casa, con
las manos dadas con la
madre, ella dijo:
— Tú tenías razón, mamá.
A Antonio le gusta mucho
Bello y quedaría triste
si no lo encontrara más.
Menos mal que tú me
mostraste que yo no
tenía el derecho de
quedarme con él. ¡Ahora
somos amigos y, siempre
que quiera, iré a verlo!
Creo que fue Jesús que
me alertó, a través de
ti, mamá. ¡Gracias!...
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
14/07/2014.)
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