“Clasificamos el miedo
como de los peores
enemigos de la criatura,
por alojarse en la
ciudadela del alma,
atacando las fuerzas más
profundas.”
(1)
Parte
2 e final
Por el Psicoanálisis
tenemos que la mayoría
de las fobias, en
verdad, enmascaran un
peligro simbólico, cuyo
objeto exacto se esconde
en las fibras del
subconsciente, que
muchas veces, como
defensa subjetiva,
deriva un hecho real
para un peligro
imaginario.
Como ejemplo, podemos
citar el caso de Hans,
un niño que fue
psicoanalizado por
Freud, y que tenía
“pavor” a los caballos,
a los cuales,
paradójicamente,
admiraba... En sus
investigaciones, el gran
maestro austriaco
percibió que, para Hans,
el caballo (animal
fuerte) era una
representación simbólica
del padre, que vivía
amenazándolo a
castrarlo.
Vamos a citar algunas
fobias:
- claustrofobia:
es la más citada de
todas las fobias y se
refiere al miedo de
lugares cerrados: [por
la teoría Jung — Carl
Gustav Jung (1875-1961),
notable psiquiatra suizo
—, ese miedo está
relacionado al
nacimiento. El ser
necesita dejar el
confort y atravesar un
túnel estrecho, rumbo a
lo desconocido...];
también se manifiesta
junto a multitudes;
- nosofobia: el
miedo a enfermar, lo que
lleva el fóbico a
juzgarse enfermo;
comienza por el miedo de
infectarse por microbios
y por eso no da la mano
en los saludos... Esa
fobia conduce
rápidamente a la
hipocondría (búsqueda
obcecada de tratamiento
para enfermedades
inexistentes);
- agorafobia:
miedo a los espacios
abiertos y amplios:
(miedo de desplazarse
sin ayuda);
(meditando sobre esa
fobia, bien podemos
calcular el coraje de
Cristóbal Colon...);
- altofobia:
miedo de las alturas;
- antropofobia:
miedo de enfrentar a la
sociedad, llevando al
individuo a trágicas
soledades;
- gerontofobia:
miedo de envejecer... y
hasta de la convivencia
con personas ancianas;
- necrofobia:
miedo a la muerte y
hasta de los muertos;
- obesofobia:
miedo de engordar (fobia
muy cultivada por las
jóvenes modelos de
modas); casi siempre
lleva a la anorexia
(pérdida del apetito),
que es puerta abierta al
comprometimiento del
sistema orgánico de
defensa auto inmune;
- talasofobia:
miedo del agua, ríos,
etc.
Autoanálisis
Todos nosotros, sin
excepción, tenemos
miedos...
De eso,
de alguna forma, siempre
resultan grandes o
pequeños malestares.
Así, se
impone que idealicemos
una “administración” de
nuestros miedos.
Decimos
“administración”, pues
extinguirlos es
totalmente imposible.
En
primer lugar, nada mejor
que identificar y
clasificar el miedo.
Una vez
identificados y
clasificados nuestros
miedos, el trabajo ahora
es realizar un
seguimiento del origen
de ellos.
Para comenzar, debemos
tener como certeza de
que la humanidad siempre
se enfrentó con el miedo
y pocos no fueron los
hombres que se dedicaron
a explicarlo, primero
para poder entenderlo,
para enseguida
eliminarlo.
Todos fracasaron, he ahí
que el miedo, en cuanto
sentimiento de evitar el
mal, es un instrumento
de supervivencia, sin
exageraciones, de todos
los seres vivos.
Porque hay la clase de
miedo que es muy
benéfica, como vimos.
De esa forma, el miedo
tanto puede ser, en
potencia, un amigo o un
gran enemigo.
Si el peligro puede ser
real o imaginario, el
miedo también lo será.
Para un miedo ser
identificado necesario
se hace comprender cómo
el se instaló, o, dicho
de otra forma, cómo es
que el “apareció”:
cuándo, cómo, por qué.
Casi
siempre el miedo se
disfraza, echando mano
de símbolos, en un
proceso muy parecido con
los sueños, cuya
interpretación es
problemática, justamente
por el simbolismo con el
cual la mayoría se
presenta al soñador.
Es bajo convicción que
afirmamos que el miedo
puede y debe ser
trabajado para hacerse
un incomparable
instrumento de
equilibrio en nuestro
día a día.
En todos los miedos, si
la persona no consigue
dominarlos racionalmente
(autoliberación), un
buen camino a
continuación será buscar
una orientación:
- en la fe: ¡en
primer lugar, oraciones
a Dios y al Ángel
Guardián!
- en la familia:
oyendo la experiencia de
los padres y familiares
más íntimos;
- en la ayuda
espiritual: otra vía
será buscar un
orientador espiritual;
de nuestra parte,
sugerimos visita a un
Centro Espírita y un
diálogo con alguien
dispuesto a oír a esa
persona con tolerancia y
fraternidad, sugiriendo
caminos de terapia
evangélica.
OBS.: Si la persona lo
desea, nada impide el
auxilio de un
psicoanalista. Debemos
considerar que la
Medicina terrena con sus
avances científicos es
uno de los canales por
el cual más tienen
aportadas bienes venidos
de la Espiritualidad,
para bien de la
Humanidad.
En el Espiritismo
La Doctrina de los
Espíritus alecciona que
todos tenemos un extenso
pasado existencial, de
multiplicadas
existencias, que
reflejan actualmente
nuestro panel mental de
emociones y
sentimientos, panel ese
que se actualiza segundo
a segundo.
En posesión de tan
trascendental
comprensión, al espírita
convencido será posible
iniciar, por una
enérgica y sincera
auto-reforma, un intenso
y permanente
tratamiento, buscando
liberarse de sus miedos,
manías, fobias, neurosis
y eventuales psicosis.
En la pregunta 919 de
“El Libro de los
Espíritus”, el Espíritu
San Agustín nos da una
preciosa manera de
conocernos a nosotros
mismos, a través del
balance diario de
nuestras acciones, al
final de cada día, así
como interrogaciones
constante a la
conciencia. Y en la
“Introducción” de la
misma obra registró, el
propósito de nuestros
temores:
“El Espiritismo muestra
la realidad de las cosas
y cómo eso aparta los
funestos efectos de un
temor exagerado”.
Tratándose de esa
realidad de las cosas, a
los espíritas
corresponde comprender
muchos hechos de la
presente existencia,
conjeturando que su
origen puede estar en
vidas pasadas.
OBS.: En Psicología,
según C. G. Jung, que ya
citamos, ese atavismo
recibe el nombre de
“sombra”,
caracterizándose por
componentes de la
personalidad, formado
por instintos, que
producen sentimientos y
acciones desagradables.
Sabiendo que el
periespíritu guarda
indeleblemente las
llamadas “matrices
psíquicas” (hechos
marcados de otras
existencias), no será
difícil conjeturar que
el miedo, en el
presente, puede haberse
originado por suicidio o
por haber sido víctima,
así:
- miedo de la
multitud: ¿será que
esa persona no fue
condenada y quien sabe
hasta apedreada en
público?
- miedo a la altura:
¿no se habría suicidado
tirándose o sido víctima
de caída de peñascos?
- miedo del agua:
¿no se habría ahogado?
- miedo a lugares
cerrados: ¿no habría
muerto en un calabozo?
- miedo a los
animales: ¿no se
habría muerto bajo el
ataque de alguno de
ellos?
Además de eso, la
obsesión y sus agentes
ocultos fragilizan la
razón del obsesado. De
ahí que, vulnerable, él
se hace casi siempre
cliente de nuevos
miedos... Es en ese
punto que la plegaria
sincera y la auto
reforma se benefician
del amparo de lo Más
Alto.
Conclusión
El miedo edifica muros
altos al discernimiento,
impidiendo análisis,
reflexiones y soluciones
para nuestro día a día,
cual linterna que se
borra en la mente.
Además de eso, es un
gran generador de
bloqueos, con pérdida de
nuevas oportunidades de
aprendizaje.
Infinitos miedos existen
e infinitas son también
las maneras de
administrarlos.
Una constante, sin
embargo, se impone: es
que el miedo sea
reconocido, analizado
racionalmente y aceptado
como parte de nuestra
estructura emocional.
Siendo real, la
prudencia dará el toque
de cómo obrar.
Pero, si es imaginario,
concienciado de eso, por
sí mismo, en un
auto-análisis o por
consejo, ese miedo
deberá ser enfrentado
por el “miedoso”.
Luego se notará que
hasta el miedo tiene
miedo...
Como aseveró San
Agustín, cualquier miedo
se disuelve, delante de
la fe, en un
enfrentamiento racional.
Con respeto, añadimos:
¡La lucha entre el miedo
y la razón¡
Es igual a la de la
avispa contra el león:
¡Incómoda sí, más no
vence!
(1)
Instrução do Governador
– In: “Nosso Lar”, André
Luiz/FCX, Cap. 42, pg.
230, 48ª Ed., 1998, FEB,
Rio/RJ.
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