Ana Luísa, de diez años,
tenía gran dificultad en
aceptar cambios, en
aprender cosas nuevas.
Le gustaba aún de todo
aquello que ya había
aprendido e incorporado
en su existencia.
Tal comportamiento era
más propio de personas
ancianas, no de una
chica en su edad. La
abuela, doña Laura, de
setenta años, que la
observaba, le decía,
bromeando:
— ¡Ana Luísa, mi nieta,
tú pareces más vieja del
que yo! ¡Es tan bueno
aprender y vivir cosas
nuevas!
Sin embargo la niña
balanceaba la cabeza, no
estando de acuerdo:
— No me gusta, abuela.
Mi cuerpo está cambiando
y tampoco quiero que él
cambie. Me gusta del
modo que está. No quiero
mi rostro horrible y
lleno de espinillas.
— ¡Ah! Pero tú siempre
serás linda, querida
mía, con o sin
espinillas. Aprende que
toda fase es única y que
tiene su encanto.
Doña Laura percibió que
la nieta estaba pasando
por la crisis de la
pubertad y deseó
ayudarla.
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Un día la abuela llamó a
la nieta para pasear.
Era un final de
invierno, y el viento
soplaba derrumbando las
hojas secas de los
árboles.
Doña Laura llevó a la
nieta por la mano,
caminando por entre los
árboles del parque. La
señora respiraba
profundamente, llenando
los
|
pulmones de
aire, encantada
con la
naturaleza.
Ana Luísa,
enfadada,
caminaba a su
lado. |
De repente, la niña
dijo, irritada:
— No sé por qué la
señora está tan
maravillada con todo.
Los árboles están
desnudos, todo está feo.
¡No
tiene ni flores!...
La señora, sonriente,
mirando para lo alto,
respondió:
— ¿Tú no consigues ver
la belleza de todo eso,
Aninha? Cada época del
año representa un
periodo en que la
naturaleza se prepara
para la próxima etapa.
¡Mira! El invierno está
terminando y las plantas
se preparan para la
primavera.
Llevó Aninha hasta cerca
de un arbusto y le
mostró:
— ¡Nota! ¡Mira los
brotes tiernos que
surgen en las ramas!
¡Mira la hierba seca
como se llena de
pequeños puntos verdes!
Luego, las flores irán a
colorear la naturaleza
de belleza sin fin. ¡Y
no es sólo eso, Ana
Luísa! Los animales
también se visten de
ropa nueva: las aves
dejan caer las plumas
viejas y ganan plumaje
nuevo; los animales
cambian los pelos,
sustituyéndolos por
nuevo pelaje. Todo se
renueva. Hasta nuestro
cuerpo, en determinadas
fases de la existencia
se modifica,
preparándose para nuevas
etapas, nuevas
responsabilidades.
La abuela paro de
hablar, miró para la
nietecita, y prosiguió:
— Mi caso es diferente.
Estoy en el invierno de
la existencia física,
preparándome para
intercambiar las hojas
viejas por una ropa
nueva y bonita.
Todo sigue su curso.
La niña miró a la abuela
con los ojos húmedos.
Sabía que la abuela
estaba refiriéndose, con
extrema delicadeza, a la
transformación por la
muerte física y el
retorno en una nueva
existencia.
— ¿Entendiste? Los
cambios que Dios nos
proporciona, Ana Luísa,
tienen siempre una
finalidad útil y buena.
Son siempre para nuestro
bien, aún cuando
juzgamos lo contrario.
Los cambios que están
ocurriendo con tu cuerpo
también son para tu
bien. Posibilitarán que
tú crezcas, madures como
mujer, y que un día irás
a casarte y a tener
hijos.
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Ana Luísa sonrió para la
abuela y la abrazó con
inmenso cariño.
— Entendí, abuela.
¡Pero, es tan
difícil!...
— Yo sé, querida mía.
Sin embargo, piensa que
es sólo una fase y que
luego todo estará bien.
Como la llegada de la
primavera para la
naturaleza, también su
vida se llenará de
flores, de belleza, de
perfume y de alegría.
— Gracias, abuela. Yo te
amo mucho. Sólo no
quiero que Dios me
obligue a quedarme lejos
de ti.
— No te preocupes. El
Padre sabe lo que hace.
¡¿De repente, quien sabe
|
volveré como tu
hija?!... |
|
Los ojos de la chica
brillaban de
satisfacción y de
esperanza.
Abrazadas caminaron por
el parque, volviendo
para casa.
Ana Luísa ahora miraba
para arriba y observaba
no a los árboles
desnudos, sino los
tiernos brotes que
rompían de todos los
lados, prenunciando la
nueva estación.
TIA CÉLIA
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