Cierta vez, en un bonito
lugar, vivía Pari,
pequeño indio que andaba
siempre por la maleza
acarreando problemas y
disgustando a los
animales que allí
vivían. Sus padres
decían:
— Tú no puedes actuar
así, Pari. ¡Los animales
son nuestros amigos y
vivimos como hermanos!
Tampoco puedes destruir
los árboles y las
plantas, que son
nuestras amigas y nos
dan alimento, sombra y
nos protegen del sol.
Pero el pequeño indio,
irritado, fruncía la
cara, torcía la nariz,
cogía su arco y flechas
y salía lejos de los
padres.
Cierto día él caminaba
por el campo cuando vio
a un conejito espiando
por entre los matorrales
de vegetación. Rápido,
cogió una flecha, la
colocó en el arco;
estiró bien la cuerda,
hizo puntería y tiró. ¡La
flecha pasó silbando!...
Sin embargo el conejo,
muy experto, salió
saltando en la huída,
escondiéndose del indio
que lo buscaba por todos
lados.
De repente, el pequeño
indio oyó una carcajada
detrás de él y se
volvió: ¡era el conejo!
— ¿Tú estás riendo de
qué, conejo bobo?
El conejo paró de
reírse, y confesó:
— ¡De ti! ¡Nunca vas a
acertarme con tus
flechas! ¡Soy mucho más
rápido y ágil que tú!
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— ¡Pues entonces, tú vas
a ver! — dijo Pari con
rabia, cogiendo otra
flecha y tersando el
arco para tirarla al
conejo.
Pero, para su
desesperación, cuando
tiró la flecha,
nuevamente el conejo,
que era el mejor
corredor de la maleza,
ya había desaparecido.
Entonces, el pequeño
indio se sentó en el
suelo y, muy triste, se
puso a llorar.
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Al velo con aquella
tristeza, el conejo
sintió pena de él y se
aproximó, con mucho
cuidado:
— ¿Por qué estás
llorando, pequeño indio?
El niño miró para él y
habló:
— Es que no consigo
alcanzar a nadie con mis
flechas. ¡Siempre
fallo!... ¡Tal vez no
tenga buena puntería!
El conejo pensó un poco
y consideró:
— ¡Tú tienes buena
puntería sí, pequeño
indio, sin embargo tal
vez no debas andar por
ahí queriendo acertar a
todos los animales y
aves que encuentras!
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— Por qué? — preguntó
Pari.
— Porque, en respeto a
la naturaleza, sólo
debes alcanzar algún
animalito cuando
tuvieras mucha hambre,
¿entendiste? Aprendí que
no debemos matar por
placer. Sólo por
necesidad. ¡Así como
tampoco podemos arrancar
frutos de los árboles si
no estuviésemos con
hambre y necesitemos los
alimentario!
El pequeño indio
balanceó la cabeza y
respondió:
— Tú tienes razón,
conejito. ¡Mi padre
siempre me enseñó así,
pero es que a mí me
gusta salir por la
maleza tirando mis
flechas! Sin embargo, a
partir de hoy, no haré
más eso. ¿Quieres
ser mi amigo?
— ¡Claro que quiero!
¡Vamos a jugar juntos y
dar buenas carcajadas!
Así Pari, el pequeño
indio, salió caminando
con el conejo, que iba a
saltos. De repente,
apareció una grande
cobra y el conejo, que
daba carcajada, no vio.
El pequeño indio, que
vio a la cobra,
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rápidamente
cogió una
flecha, hizo
puntería y tiró.
El conejo quedó
pálido de susto
al ver a su
nuevo amigo con
el arco en puño,
listo para
tirar, y gritó: |
— ¡No!...
— ¡Acerté! ¡Menos
mal!... — dijo el
pequeño indio, aliviado.
¡Al oír eso, el asustado
conejo comenzó a
palparse para ver si su
cuerpecito estaba
herido, ya sintiendo
hasta dolor!...
Pero el pequeño indio,
riendo, le mostró:
— ¡Conejo, casi que esta
cobra te muerde! ¡Y mira
que ella es venenosa!
El conejo, con los ojos
muy abiertos, miró a su
vuelta y vio una gran
cobra estirada, que fue
alcanzada por la flecha.
Casi se desmayó de
susto, pero, aliviado,
agradeció al pequeño
indio:
— ¡Pequeño indio, yo
pensé que tú estabas
tirando para mí!
¡Gracias, mi amigo, si
no fuera por ti yo no
volvería para mi casa
hoy!
Ellos se abrazaron y,
desde ese día en
delante, se hicieron
grandes amigos, uno
confiando en el otro.
El conejo llevó a su
nuevo amigo para conocer
su madriguera, y el
pequeño indio lo llevó
para conocer la
comunidad donde vivía
con su familia, y a
todos les gustó mucho el
conejo.
Y la paz volvió a la
maleza a partir de aquel
día. Como los indígenas
de la tribu apreciaron
al conejo, que era muy
simpático, comenzaron a
pensar en cambiar de
alimentación.
De ese modo, partieron
para el cultivo de
plantas que pudieran
comer, como la mandioca,
el maíz y otras plantas.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
4/08/2014.)
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