Después de un
problemilla doméstico,
Júlia, de diez años,
saliendo a pasear,
encontró a un viejito
andrajoso, sentado en la
alcantarilla.
Dio una mirada y no le
gustó lo que vio. Sucio,
de barba grande, él
esparcía mal olor. En un
primer momento, ella
quiso alejarse de él lo
más rápidamente posible.
Sin embargo, cuando él
la miró, Júlia notó una
tristeza tan grande en
aquellos ojos húmedos y
hasta en la leve sonrisa
con que él la brindó,
que ella paró.
Se sentó cerca para
conversar, dijo su
nombre y quedó sabiendo
el de él: Alceu.
— ¿Para dónde vas, linda
niña Júlia? — indagó el
viejito.
— No sé. Yo estaba
cansada de mi casa, de
la escuela, de los
amigos pesados y de los
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cobros de todo
el mundo.
Entonces, salí para
pasear y olvidar —
respondió ella. |
Como él la mirara sólo,
callado, Júlia preguntó:
— ¿Y usted, Alceu, para
dónde va?
El hombre miró alrededor
con sus ojos tristes,
sacudió los hombros y
respondió:
— ¡Para ningún lugar y
para todos los
lugares!...
— ¡Ah! No entendí.
— Es simple. Muy joven y
esforzado, estudié y me
hice un hombre bastante
rico. Mandaba en mucha
gente, tenía una familia
amorosa, salud perfecta,
muchos amigos y tiempo
para hacer lo que
quisiera de la vida.
La niña miraba para el
viejito con los ojos muy
abiertos:
— ¡¿Y qué ocurrió?!...
El viejito respiró
hondo, sus ojos
mostraron aún mayor
tristeza, y respondió:
— Perdí todo lo que
tenía. Ahora, no tengo
ni un techo donde
abrigarme.
— ¿Pero cómo consiguió
quedar pobre, Alceu?
—preguntó ella .
— ¡Sólo no supe
administrar los recursos
que el Señor me confió!
— ¿Cómo es eso? — dijo
la niña, sin conseguir
entender.
— Bien, Júlia, todo lo
que tenemos en la
existencia es dádiva de
Dios. Si no supiéramos
aprovechar las
oportunidades de la
vida, acabamos perdiendo
lo que recibimos. ¿Entendiste?
— Más o menos; respondió
la niña aún con duda.
El viejito pensó un poco
y explicó:
— Por ejemplo.
Tenemos que prestar
cuentas de la
inteligencia que
recibimos al nacer y, si
no supiéramos usarla
bien, a beneficio
nuestro y de los otros,
seremos
responsabilizados. Así
también será con el
dinero y la autoridad
que obtuvimos.
— ¡Ah! ¡Entendí! Usted
dijo también que tenía
buena salud...
— Exactamente, y la
perdí con mis excesos:
mucha comida, bebida, no
dormía bien. Así, acabé
perdiendo también la
bendición del trabajo.
— ¿Y qué ocurrió con su
familia?
— El exceso de dinero y
de trabajo hizo que se
alejaran de mí. No
valoré mi hogar y quedé
solo. Todos me
abandonaron; en verdad,
fui yo que los abandoné.
Llena de piedad por él,
Júlia dijo:
— Alceu, pero con
seguridad usted tenía
muchos amigos.
— Es verdad, Júlia. Pero
no supe valorar a los
verdaderos amigos y
ellos no me buscaron
más. Quedé sólo con
aquellos que
participaban de las
juergas y de los
excesos. Sin embargo,
acabado el dinero, ellos
se alejaron de mí.
Estaban interesados sólo
en la vida abundante que
yo les daba — él aclaró.
La niña estaba realmente
apenada delante de la
historia de Alceu.
Percibiéndolo, él la
tranquilizó:
— No te preocupes,
Júlia. A pesar de no
tener más bienes
materiales, cambié
espiritualmente. Hoy yo
estoy conectado a Dios
por la oración, ejercito
la humildad y la
comprensión delante de
aquellos que me
humillan, me alimento
sólo de aquello que
obtengo, ejercitando la
gratitud y vivo bien,
pues reconozco que mucho
erré y, en la medida de
lo posible, intento
ayudar a los que están
en la misma situación en
que estoy. Así, actúo
con fraternidad y
solidaridad. ¿Y, créeme,
por donde paso yo dejo
siempre buenos amigos!
La niña, con los ojos
llenos de lágrimas, lo
abrazó diciendo:
— ¡Así como yo, que
ahora soy su amiga!
— ¿Estás viendo cómo
estoy cambiado? — bromeó
él, envolviéndola en una
mirada llena de cariño.
Acordándose de los
motivos que la llevaron
a salir de casa aquel
día, Júlia confesó:
Yo también estoy
cambiada, créame. Creía
que tenía problemas,
pero ahora veo que ellos
nada son delante de lo
que usted me contó.
¡Gracias, Alceu!
Júlia lo invitó para
quedarse viviendo en su
casa, pero Alceu no
aceptó, explicando:
— Mi amiguita Júlia, no
es por orgullo, créeme.
En primer lugar, tú no
sabes lo que piensan tus
padres acerca de llevar
a un extraño para casa.
En segundo, es que no
deseo ser pesado para
nadie. Si tú me invitas,
acepto un sandwich en su
casa.
Pero sólo eso. Después
voy a coger el camino de
nuevo.
Me gusta conocer
personas nuevas, de
hacer amistades, de
dejar simientes buenas
por donde paso.
Júlia aceptó las
condiciones que él
impuso y lo llevó hasta
su casa. Bien recibido
por los padres de ella,
después de algunas horas
él partió, después de
tomar un baño y vestir
una ropa limpia.
Antes de partir, Alceu
dijo:
— Prometo que, si algún
día paso nuevamente por
esta ciudad, yo vendré a
hacerles una visita.
Pero ahora tengo que
irme. Si todo lo demás
me fue quitado, la
bendición del tiempo es
muy importante, pues a
pesar de nada tener
necesito ayudar a las
personas con lo que
tengo: el amor.
La imagen de aquel
hombre barbudo de ojos
tristes, jamás se
borraría del recuerdo de
Júlia. Le había quedado
la certeza de que fuera
Jesús que lo había
mandado para hacerla
valorar todas las cosas
buenas de su
existencia.
MEIMEI
(Recebida por Célia X.
de Camargo, em
Rolândia-PR, em
3/9/2012.)
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