¡Políticos, todo
cuidado
es poco!
Los escándalos
de corrupción
que están siendo
desvelados en
las últimas
semanas en
nuestro país
confirman dos
tesis que nos
obligan a
reflexionar
seriamente con
respecto a los
políticos
brasileños y de
aquello que de
ellos podemos
esperar.
La primera:
el impeachment o
destitución
de un presidente
de la República
y la condenación
de los llamados
mensaleiros
en nada
sirvieron como
ejemplo de lo
que no se debe
hacer en el
ejercicio de un
mandato otorgado
por el pueblo.
La segunda:
muchos
políticos, sino
la mayoría, por
lo menos gran
parte de ellos,
no temen la
justicia humana
y, con toda
certeza, la
justicia divina,
como si la vida
de una persona
se encerrase con
la inhumación de
su cuerpo.
La situación
llegó a tal
punto en Brasil,
que honestidad e
idoneidad moral
pasaron a ser
aceptadas como
virtud, tal es
su escasez en la
vida política de
este país.
Con respecto a
la justicia de
los hombres, la
certeza de la
impunidad es la
base de la falta
de temor con que
actúan los
políticos
corruptos, un
hecho
incuestionable
dado que, entre
ellos, son
poquísimas las
personas que han
llegado a los
estrados del
tribunal. Y
cuando eso se
da, los
condenados
reciben penas
sencillas, como
vimos en el
proceso del
llamado
mensalão,
donde los
operadores del
esquema
recibieron penas
largas y
adecuadas a la
gravedad de sus
crímenes, no
verificándose el
mismo con
relación a los
supuestos
mandamases y a
los
beneficiarios de
los recursos
desviados.
En lo que se
refiere a la
justicia divina,
quien se dice
adepto del
Cristianismo
debería tener
más cuidado.
Todo aquél que
matar con la
espada, de la
espada será
víctima. A cada
uno según sus
obras. La
siembra es
libre, pero la
cosecha es
obligatoria.
La llamada ley
de causa y
efecto, que era
conocida desde
el tiempo de
Jeremías,
constituye uno
de los
principios
fundamentales de
la doctrina
espírita y nada
más es que la
confirmación de
lo que Jesús nos
enseñó.
No debemos jugar
con cosas
serias. El
pasaje por la
experiencia de
la vida en un
plan material
como éste donde
vivimos no tiene
por finalidad el
disfrute o el
goce, como
muchos imaginan,
pero objetivos
definidos que no
son bueno
menospreciar.
De aquello que
hagamos aquí
tendremos de
prestar cuentas
y, queramos o
no, ese momento
del ajuste puede
ser bien
desagradable.
Se procesa en
este momento en
Brasil la
definición de
los que van a
estar delante de
la
administración
pública de la
Unión y de las
Provincias, como
se definió en el
inicio del mes
la composición
de parte del
Senado de la
República y de
las cámaras
legislativas de
ámbito
provincial y
federal.
Nuestro
colaborador José
Lucas relató
hace poco, en
artículo
publicado en
esta revista,
que el conocido
médium y orador
José Raul
Teixeira fue
cierta vez
proferir una
conferencia en
una importante
ciudad
brasileña.
Cuando se
dirigía, con sus
anfitriones, al
restaurante
donde irían
almorzar, en
cuanto esperaban
que el semáforo
abriese para que
atravesasen
larga avenida,
él vio una mujer
andrajosa cerca
de allí, a
buscar comida en
un basurero. La
escena le causó
tamaña impresión
que él perdió la
voluntad de
comer, aunque
necesitase
hacerlo. Ya en
el restaurante,
mientras
intentaba
recomponerse
mentalmente,
pensando en
aquél ser que
nada tenía, y él
allí en un
restaurante con
sus amigos, le
apareció un
Espíritu amigo
que lo acompaña
en las tareas
doctrinarias. El
bienhechor
espiritual lo
tranquilizó,
diciendo que
mismo que él
fuese dar comida
limpia para
aquella señora,
ella recusaría.
Y, en breves
pinceladas, le
narró la
historia de
aquella mujer,
que en esta
existencia era
la reencarnación
de un famoso
político
brasileño, aun
hoy muy
conceptuado,
que, por haber
perjudicado
tanto el pueblo,
había
reencarnado en
una condición
miserable,
debido al
mecanismo del
complejo de
culpa que lo
acometió después
de la muerte del
cuerpo. Volviera
así a la
existencia
corpórea en una
condición
miserable para
aprender a
valorar aquello
que él tanto
despreciara en
la vida
anterior: las
dificultades
financieras del
prójimo.
Curiosamente, el
nombre del
famoso político
a que él se
refiriera estaba
fijado en la
esquina próxima,
dando nombre a
la avenida,
motivo por lo
cual aquella
mujer, por un
mecanismo de
fijación
inconsciente, no
se apartaba del
local, donde
otrora le
prestaron
grandes
homenajes.
No se trataba de
un castigo
divino, pero sí
el cumplimiento
de la ley de
causa y efecto,
según la cual
cada persona
cosecha en la
vida aquello que
plantó en la
vida con sus
actos,
pensamientos y
sentimientos.
En razón de eso
y de tantos
casos semejantes
que deparamos en
la literatura
espírita, no nos
cuesta acordar a
los políticos
que asumirán en
breve sus
puestos de
trabajo: -
¡Amigos,
tomad
conciencia de
sus actos: todo
cuidado es poco!
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